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Cristina Casabón: El juicio de los cuervos

Es probable que aquellos pobres que dieron fuego a la hoguera del rumor de Dragó acabaran en la calle. Pero el proceso de la cancelación sigue

 

Ruge desde el cielo, lobo feroz": el mundo de la cultura y la política reacciona a la muerte de Fernando Sánchez Dragó

Fernando Sánchez Dragó

 

Cuando muere un hombre libre como Dragó toda esa gente de bien experimenta el afán de añadirse al difunto y te cuentan las muchas veces que se reunió con él y la última vez que lo vio y hablaron de gatos y samuráis. Paralelamente, se puede producir un juicio terrible en torno al personaje políticamente incorrecto. Miguel Delibes narró en ‘Grajos y Avutardas’ la escena de un escabroso ‘juicio’ protagonizado por cuervos en la gran planicie de Molacegos del Trigo. Una vez que los informadores confluyen, los jueces intercambian graznidos y, por último, salen de entre las filas de espectadores dos verdugos y rematan al reo.

La anécdota convertida en ‘casus belli’ de Dragó empieza con una campaña de desprestigio, el rumor de las japonesas cogió fuerza gracias al engrasado emporio mediático de los últimos años del zapaterismo. Es el efecto mariposa, son tormentas en vasos de agua, mosquitos muertos a cañonazos… En El Mundo, Dragó esboza una ineludible pregunta: «¿Por qué la práctica totalidad de las cabeceras mediáticas que me ponen en solfa lo son de un determinado signo ideológico?». El mamporrerismo rancio comienza por unos párrafos de su libro que debían interpretarse en sentido figurado. El hombre, imagínese, ha cometido el error de ser un pensador muy fecundo, y encima, para colmo, era libérrimo y políticamente incorrecto.

Es probable que aquellos pobres que dieron fuego a la hoguera del rumor de Dragó acabaran en la calle, apenas años después. Pero el proceso de la cancelación y la desmemoria sigue en marcha. No es solo Dragó. Fue Plácido Domingo, Picasso, Paco Umbral, Cela, Dalí, etcétera. A Picasso le salva haber sido rojo. Y no sé por qué este país no valora que pudiendo haber sido un francés bohemio (siquiera por adopción) mantuviera su empeño en seguir siendo español, pese a ser antifranquista. Hoy, la cultura de la cancelación se organiza en campañas de desprestigio moral que aluden a la vida privada de los personajes públicos. En tanto que dura la ejecución del reo, la algarabía del bando se hace estridente y todo se inunda de sentimentalismo tóxico.

Las redes sociales se han convertido en tribunales donde se sobrepuja la muerte social del personaje público y la pesadez de este ambiente cultural radica en su gravedad, en su carga emocional. Las democracias liberales están hablando un lenguaje más pesado, el de los sentimientos de agravio moral e identitario. El peso se impone a la levedad y el sentimentalismo tóxico anestesia a la inteligencia. Nadie en su sano juicio quiere ser un pobre cuervo desplumado y todos callamos mientras miramos correr el bulo. España haría bien en rectificar noblemente su error total contra un hombre sin defensa, porque ya no puede defenderse. Cuando se acerca el juicio de los cuervos, alzo la vista sobre la estantería hacia la foto de Paco Umbral, me pongo la mano en el pecho y recuerdo que ‘noblesse oblige’.

 

 

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