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Cristina Casabón: Estafa feminista

«Las mujeres han entrado en la empresa, pero no han cambiado la cultura laboral, sino que se han ajustado a los roles de los ejecutivos masculinos para encajar»

Estafa feminista

   Alejandra Svriz

 

La mujer de hoy se exige muchísimo: trabajar en el mundo de la empresa como si no tuviera hijos, criar a los hijos como si no trabajara y lucir perfecta, como si no tuviera hijos ni trabajo.

Al principio, las feministas estaban descontentas con su papel modélico-pasivo. Podemos ver a estas mujeres disconformes, con insatisfacción crónica en películas como Revolutionary Road, años 60. O El refugio (más actual). Aquella generación feminista era todavía una generación burguesa. Odian tener un papel social pasivo, ser meras espectadoras del éxito masculino. Algunas feministas manifestaban, y eso era lo más curioso, un apetito por el mundo profesional. Houellebecq escribe que los hombres, que sabían desde hacía mucho tiempo a qué atenerse con respecto a la «realización» mediante el trabajo, se carcajeaban por lo bajo.

Unos años después de los comienzos del experimento del «feminismo de masas», las mujeres han entrado, de lleno, en el mundo de la empresa. Pero no han logrado cambiar la cultura laboral, sino que muchas veces se han ajustado a los roles de los ejecutivos masculinos para poder encajar (en horarios, rutinas de trabajo y en la visión de las cosas).

La mujer que decide ser madre, después del trabajo tiene que dedicarse a la tarea principal, criar a sus hijos (muchas veces acompañada, otras veces sola). A esto hay que sumarle todo ese trabajo invisible que realizan a diario para que la vida familiar funcione. En algunos casos, implica todos los aspectos de la organización de la casa, la agenda respecto a las citas médicas y los compromisos, amistades…

«El romanticismo siempre acaba convirtiéndose en decadencia por medio de la vía revolucionaria»

Y puesto que el mercado de la belleza ha extendido su imperio de modo considerable a todas las edades, las mujeres tienen que lucir como si vivieran una juventud permanente. Digamos que, para la mujer occidental, los cambios del cuerpo son un tormento barroco. «Nuestro cuerpo es el árbol de la naturaleza en el que Blake nos ve crucificados», escribe Camille Paglia.

La mujer nunca se ha dejado engañar (hasta recientemente) por el espejismo del libre albedrío. Es cierto que el objetivo de las feministas (entrar como miembros «libres e iguales» en la sociedad masculina), se ha cumplido, pero a base de muchas renuncias, entre ellas la maternidad, que permanece en muchos casos como instinto insatisfecho. En los últimos años, además, se ha intentado hacer del feminismo un movimiento identitario, donde las mujeres más femeninas, las madres y amas de casa, se han visto borradas.

Como afirma Freud, el heredero de Nietzsche, la identidad es conflicto. Cada generación ara los huesos de la anterior. El feminismo evolucionista, al fin y al cabo, padece contradicciones no resueltas. ¿Cómo explicar que las mujeres al final hayan acabado con más cargas y exigencias, que ellas mismas se imponen? El feminismo, dice Paglia, se ha extralimitado en su misión de conseguir la igualdad y ha terminado por negar la contingencia de ser mujer- es decir, las limitaciones propias de la naturaleza. El romanticismo siempre acaba convirtiéndose en decadencia por medio de la vía revolucionaria. La mujer moderna, la mujer de recambio que se recambia a sí misma y se adapta a las exigencias del feminismo, pasea un corazón de hierro forjado.

 

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