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Crítica de ‘Perfect days’ (****): Wenders se encuentra a sí mismo en un humilde y monótono japonés

Es una de las mejores y más puras obras del director de 'París Texas'

 

Crítica de 'Perfect days' (****): Wenders se encuentra a sí mismo en un humilde y monótono japonés

 

Llevaba Wim Wenders unos treinta años, o así, sin hacer una película de Wim Wenders, desde ‘Lisboa Story’, y alrededor de cuarenta sin dar de lleno en su propio clavo, como en ‘Alicia en las ciudades’, ‘El amigo americano’, ‘En el curso del tiempo’ o ‘París Texas’. Ha hecho mucho cine después, sí, algunos documentales maravillosos, cortometrajes, obras ansiosas de arte, pero, películas de Wim Wenders, ha habido que esperar a este ‘Perfect days’ para ver una, y de las mejores y más puras. Se ha ido a Tokio a hacerla, un lugar que está lleno de cosas que admira y planos que necesitaba rodar.

Encuentra un personaje, Hirayama, un hombre ya maduro, solitario, que lleva una existencia sencilla, rutinaria y que vive feliz con ella; se dedica a limpiar baños públicos y lo hace con una minuciosidad absoluta. Wim Wenders quiere que participemos de la vida de Hirayama y su película es una invitación a compartir con él su rutina diaria, su honrado trabajo y sus pequeñísimos placeres: tiene una casa humilde, llena de libros y discos, se levanta al alba, coge un café de la máquina de la esquina y se sumerge en la ciudad y en su actividad laboral; a la vuelta, suele cenar algo en el mismo sitio, y regresa a su lugar de descanso… Hay monotonía en los días del personaje, hay monotonía en la intención de Wim Wenders al reflejarlos y hay también, por lo tanto, esa sensación de monotonía, casi aburrimiento, en el espectador.

Cualquier mirada atenta, curiosa, descubrirá en esa monotonía algo enorme, jugoso y vital que convierte lo habitual en maravilloso. Detalles. Músicas. Relaciones. Miradas… La satisfacción de un hombre que siempre, al salir, levanta la vista al cielo, que saluda con gesto amable a los demás, que respeta su trabajo, que escucha las letras de las canciones (canciones que, por supuesto, son las que le gustan a Wenders), que goza de su limpieza, de sus hábitos, de lo mejor de su ciudad, de su tesón fotográfico, de su leve contacto con los otros. Y detalles apenas revelados de briznas de su vida anterior, probablemente impregnada de alcohol, riquezas y frustraciones.

La humildad del personaje, la simplicidad de la historia y la naturalidad de Wenders al recogerla forman un equipo magnífico, perfecto, como los días de Hirayama. La distancia justa de la cámara, muy cercana a veces al rostro y lo que trasluce; la acción monótona y a veces diluida en la hermosa música y los buenos sentimientos que uno cree detectar allí. Es un gran trabajo de dirección de Wenders, también humilde, también respetuoso con lo que quiere transmitir; y es un magnífico trabajo de su protagonista, Kôji Yakusho, muy certero en la colocación de sentimientos sin apenas apoyos, con escaso texto y gestualidad, con un control absoluto sobre las emociones que él apenas muestra y nosotros vemos, sentimos. Su premio de interpretación en el último Festival de Cannes, merecidísimo, era el reconocimiento a un personaje y al actor que lo supo llevar dentro.

 

 

 

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