¿Cuál es la fecha en que liberarse o «desertar» resulta meritorio?
Todo aquel que se libera de la tutela del régimen, cuando quiera que lo haga, debería ser bienvenido en las filas opositoras
Como un goteo de frecuencia indefinida, pero constante, vemos a ciudadanos que deciden liberarse y dejan de apoyar la dictadura en Cuba. Los voceros del régimen los llaman desertores, ya sean médicos, deportistas, artistas o comunicadores.
Para los que han dado ese paso antes, –un año, un lustro, una década, medio siglo antes– los que se liberan, lo han hecho a destiempo y se resisten a perdonarles los años que estuvieron al servicio del régimen, en silencio cómplice, en obediencia servil o militando en la Revolución, según la filiación terminológica.
Para solo poner dos ejemplos relevantes que han sido víctimas de esta segregación se puede mencionar a un general en 1987 y a un viceministro en 2002; el primero robando un avión, el segundo como balsero.
Para los que han dado ese paso antes, los que se liberan, lo han hecho a destiempo y se resisten a perdonarles los años que estuvieron al servicio del régimen, en silencio cómplice, en obediencia servil o militando
Rafael del Pino (1938), vinculado al Movimiento 26 de Julio desde 1955, guerrillero en la Sierra Maestra, donde llegó a teniente, y luego del triunfo, como piloto, logró la hazaña de hundir varios buques en 25 misiones de combate y derribar aeronaves durante la invasión de Bahía de Cochinos. En mayo de 1987 voló de forma clandestina junto a toda su familia en un pequeño bimotor Cessna a Florida. Desde entonces fustiga al régimen.
Al camagüeyano Alcibíades Hidalgo (1945) sus méritos revolucionarios lo llevaron a ser jefe del despacho del entonces ministro de las Fuerzas Armadas Raúl Castro y luego, en su condición de viceministro de Relaciones Exteriores, a participar en las conversaciones de paz en Angola. Cayó en desgracia y fue degradado a director del periódico Trabajadores. En 2002 llegó a Miami en una balsa. Hasta donde sabemos, trabaja en Radio Martí.
A la lista se suman artistas comprometidos en su momento con el régimen, (como Osvaldo Rodríguez o Ramoncito Veloz) una larga lista de deportistas que juraron lealtad a la Revolución (Fredy Cepeda, los hermanos Gourriel, Víctor Mesa), intelectuales (como Cabrera Infante, Jesús Díaz o Zoé Valdés), científicos (como Armando Rivero, fundador de la robótica cubana) y anónimos directores de empresas, militantes del Partido, cuadros de la cultura, periodistas, agentes de la Seguridad del Estado o de la inteligencia y, desde luego, chivatones de barrio.
¿Cuál es la fecha –se preguntan muchos– en que liberarse o «desertar» resulta meritorio? Y por otra parte, ¿quién tiene el derecho a tirar la primera piedra, a erigirse juez para condenar a quien fue prisionero de las circunstancias?
¿Cuánta culpa debe purgar el que en los años 60 alfabetizó, combatió en Girón o en el Escambray, el que intervino una propiedad en la Ofensiva Revolucionaria, el que cortó caña en 1970 o sembró café en el Cordón de La Habana, el que participó en los mítines de repudio de 1980, el que cantó, recitó o bailó en una Tribuna Abierta Antiimperialista a finales de los 90, el que en la primera mitad de la década de 2010 se hizo trabajador social en medio de la Batalla de Ideas?
¿Cómo se mide la culpa de todo aquel que por tonto, por necio o por puro instinto de sobrevivencia aplaudió, levantó la mano para aprobar alguna atrocidad, incluso quiso destacarse como el más fiero, el más puro de los fidelistas.
¿Qué precio habrá de pagar aquel que no salió a la calle el 11 de julio de 2021 y peor aún, el que se vio obligado o se creyó en el deber de reprimir a los que marcharon?
Algunos se quedan aquí, purgando su pasado e intentando cambiar las cosas y, además, corriendo el riesgo de ser encarcelados por la dictadura o descalificados como ‘light’
Una vez liberados de la amenaza de las fuerzas represivas, los que eligen tomarse la «coca cola del olvido» curan sus heridas, hacen su vida, fundan familias, prosperan o fracasan en medio de una sociedad competitiva y terminan preguntándose cómo es posible que los cubanos que siguen en la Isla sean tan aguantones.
No todo el que rompe con el régimen sale del país. Algunos se quedan aquí, purgando su pasado e intentando cambiar las cosas y, además, corriendo el riesgo de ser encarcelados por la dictadura o descalificados como light o tolerados, por aquellos que nunca han pedido disculpas por la filiación o la obediencia que profesaron antes de su ruptura.
Las fronteras temporales que generan impermeables parcelas entre los que se oponen a la dictadura son artificiales. Todo aquel que se libera de la tutela del régimen, (todo el que deserta) cuando quiera que lo haga, debería ser bienvenido en las filas opositoras. En rigor, solo los batistianos podrían decir que estuvieron en contra desde el principio y, sin ánimo de parecer excluyente, me parece que esa tendencia no tiene futuro para Cuba.