En la primera década de los 2000, pareció preocupar la ausencia de universidades españolas entre las cien mejores del mundo, según la clasificación de Shanghái, hecha pública ayer y en la que sigue sin aparecer ningún centro español en el primer centenar. Tampoco en el segundo, donde solía estar la Universidad de Barcelona. La diferencia es que ya ni nos parece importar. Ahora se aplaude el número total entre las mil primeras y obviamos que países más pequeños que España sí presuman de tener universidades entre las mejores o que otros enormes y poderosos, como China, avancen mucho.
Con una población europea envejecida, además, ni siquiera le damos importancia a la feroz competencia por la captación de la élite de los alumnos. ¿Cuántos españoles saben que hay cientos estudiando en Edimburgo –35 del mundo según Shanghái–, otros tantos en Holanda –con problemas de alojamiento para los extranjeros– y cada vez más en Dinamarca –con dos centros entre las mejores 100-? ¿Puede la universidad española aspirar a capturar talento internacional de profesores y alumnos con su clasificación?
De hecho, podemos estar en un círculo vicioso. Los ranking, con todos sus problemas, premian la presencia de premios Nobel y medallas Fields entre sus docentes y estudiantes. El último español en recibir un Nobel en Ciencias fue Severo Ochoa en 1959, mientras investigaba en EE.UU. Si nos vamos a un científico que investigara también en España sólo tenemos a Ramón y Cajal, en 1906. La preocupación por la mejora de España en los ranking coincidió con el centenario del Nobel de Medicina. Cien años de sequía. 117 ya.
Fue Ángel Gabilondo el ministro de Educación que alumbró la estrategia Universidad 2015, la puesta en marcha de campus de excelencia internacional para mejorar nuestra situación. Contó con la ayuda de Rolf Tarrach, físico que había sido presidente del CSIC con el gobierno del PP. Llegaron a evaluar, palabra clave, el plan con expertos internacionales. Pasó 2015. No mejoramos pero empezamos a aplaudir el número entre las 500 primeras. Las 900. Tarrach sigue escribiendo sobre soluciones. En 2019 decía que haría falta: «…un presidente del Gobierno que considere que un sistema universitario de alta calidad es una pieza clave para el desarrollo social y económico del país, y un ministro no político que tenga todo el apoyo del presidente y que acepte que una vez haya hecho el trabajo ya no tendrá futuro en la política».
Gabilondo es Defensor del Pueblo, la reforma que más tarde encargó Wert a un grupo de expertos está en un cajón y de presidente tenemos a alguien con una tesis doctoral con sospechas de plagio. ¿Le puede importar a alguien el ranking de Shanghái? ¿Se habló de esto en algún debate electoral?