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Cuando se pueda debatir libremente desaparecerá el Partido

El caudillo del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro, está en camino a cumplir la promesa que le hizo al pueblo cubano ocho años atrás cuando anunció su retiro. A diferencia de su ególatra hermano mayor, el mandato de Raúl ha sido caracterizado por un pragmatismo peculiar.

Propuso desde que tomó las riendas del poder transformar la estancada y centralizada economía a través de políticas de flexibilización que invitaban a la creación de un mercado más híbrido. Complació a sus fieles militares, gerentes de empresas-mixtas y a la minúscula pero emergente clase «cuentapropista» al ponerle fin a las lógicas de la Guerra Fría. Incluso permitió un simulacro de plebiscito donde quedó claro que la unanimidad es solo un mito. No obstante, la estructura del régimen totalitario siguió siendo igual de rígida con la autocensura como su mejor aliada.

Los cubanos simplemente no tienen qué poner en sus platos ni saben dónde encontrar una aspirina; y el gastado cuento de culpar al imperialismo no tiene eco o apoyo alguno en los cubanos

Hoy, el país afronta el momento más crítico desde la caída del bloque socialista. La crisis cubana solo se ha agravado con la pandemia. Los cubanos simplemente no tienen qué poner en sus platos ni saben dónde encontrar una aspirina; y el gastado cuento de culpar al imperialismo no tiene eco o apoyo alguno en los cubanos de a pie. La insatisfacción popular es palpable, solamente los medios estatales parecen ignorar esta realidad. Mientras tanto, los disidentes, medios independientes y artistas insatisfechos continúan creciendo y alzando su voz. Por otra parte, los cubanos de la diáspora y el exilio se han organizado como nunca se había visto para reclamar el cese a la brutal represión infligida contra todo aquel que piensa diferente.

Es en estas circunstancias que se produce el Octavo congreso del Partido Comunista de Cuba donde algunos esperan escuchar menos demagogia y más soluciones concretas. Los más optimistas esperan que el relevo conlleve a reformas sustanciales que a largo plazo pudieran dar pie a la democratización y liberación efectiva de las fuerzas productivas. Los que hemos estudiado la compleja dinámica de poder dentro del Partido Comunista Cubano entendemos perfectamente que no solo es el pueblo el que siente miedo, también muchos dirigentes pierden el sueño temiendo ser destituidos y prefieren callar. Los sistemas totalitarios pueden cambiar de líder, o más sofisticado aún, pueden cambiar su narrativa, pero en esencia, el sistema no evoluciona. El diseño al estilo soviético en la organización del partido cubano no les permite transformaciones, porque una vez se pueda debatir libremente y encontrarles soluciones a los problemas, entonces ese mismo día dejaría de existir el Partido. Según Darwin no son las especies más inteligentes ni las más fuertes las que sobreviven sino las que mejor se adaptan a nuevas circunstancias o condiciones en un nuevo ambiente. Resulta que el Estado cubano es un organismo que no sabe adaptarse a los cambios o lo hace demasiado lento; es parte de su naturaleza, de su arreglo autoritario. La intolerancia no le permite realizar cambios y adaptaciones reales, aun cuando los dirigentes saben que les toca actualizar el modelo. Pero este modelo no es un iPhone haciendo una actualización, sino más bien esto es un ordenador 486 instalando una vieja versión de Windows 95 que ya venía con problemas de fábrica.

Toca reiniciar y formatear ese disco duro. Y esa actualización no llegará mientras los que programaron este algoritmo tan estricto estén en el poder.

A la nueva generación de dirigentes les tocará afrontar el legado de una ideología obsoleta. El ilegítimo presidente de Cuba Miguel Diaz Canel simulando ser reformista, continúa haciendo un llamado al fin de la burocracia y alienta a que la toma de decisiones se haga desde la ciencia y la técnica. No obstante, es gracias a el recién ordenamiento monetario, el cual impulsa el fin de un estado paternalista, que los cubanos están presenciando con más claridad que nunca la gigantesca brecha entre la élite comunista (los pinchos) y el resto de la sociedad. Claramente, una cosa son los discursos oficialistas que respaldan la iniciativa privada y las inversiones extranjeras; y otra muy diferente es la hiperinflación que se avecina. Hablar de inversiones en un país que ni siquiera cuenta con una bolsa de valores es burlesco. Todo será pura ilusión hasta que exista una Constitución que garantice un auténtico Estado de derecho que proteja la propiedad privada y aquellas libertades fundamentales que todo país debe escudar. Como bien dijese el primer ministro Manuel Marrero: «El pueblo no come planes». Me atrevería a añadir que los pueblos tampoco comen ideologías. Eso sí, los buenos Gobiernos con planificadores cuerdos, políticas públicas perspicaces y estrategias sensatas pueden revertir el hambre de todo un país. En una isla donde el ingenio ha sido clave para la supervivencia de cada cubano, nadie entretiene la idea de que el Partido conciba medidas que den resultado alguno. Lo que ansía el cubano es escuchar que las capacidades de la nación no serán malgastadas en un aparato represivo, propaganda, vigilancia y censura sin sentido.

Pero como de costumbre escucharán las ‘orientaciones’ y no se atreverán siquiera a murmurar la palabra que es clave para ponerle fin a toda esta debacle. Esa palabra es y será siempre una y solo una: libertad

Los asistentes del congreso comprenden perfectamente que es hora de ponerle fin al monopolio empresarial del Estado y ceder espacios al sector privado, ya que este es mucho más eficiente en la creación de riquezas. Pero como de costumbre escucharán las orientaciones y no se atreverán siquiera a murmurar la palabra que es clave para ponerle fin a toda esta debacle. Esa palabra es y será siempre una y solo una: libertad. Por el momento es difícil imaginarla. Con las instituciones de la nación tan debilitadas, una cultura democrática inexistente y un capital humano al que no se le permite gozar de los derechos individuales tan fundamentales para el crecimiento y porvenir de un país que demanda cambios concretos; es difícil imaginar la realización de objetivo alguno. La ideología, una vez más, nublará todo prospecto al futuro. No será la razón del hombre común sino la irracionalidad de un Estado perdido en el tiempo la que frenará una vez más el anunciado progreso y los sueños de una Cuba verdaderamente libre.

Para evitar cualquier riesgo frente a la creciente incertidumbre y en aras de la estabilidad, se celebra este congreso donde una vez más la rigidez se disfraza de flexibilidad. De las dictaduras no se esperan cambios medulares, solo los más ingenuos caen en esa trampa. Pero al menos sí sabemos una cosa: Raúl Castro con el realismo que lo caracteriza ya ha visitado su propia tumba, queda por ver si sus sucesores tienen las agallas para de una vez y por todas dejar que los cubanos celebren un verdadero congreso.

 

 

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