Cuando se secuestran los aplausos
El apagón de la noche del martes fue breve, pero en cuanto todo oscureció se escuchó la voz de un hombre que gritaba: «¿Por qué no aplauden ahora?»
Se lo decía directamente a otros vecinos que a las nueve cumplen con «honrar» a los médicos enfrascados en la lucha contra la pandemia. Hay que aclarar que en el barrio son los únicos que lo hacen y que, además de dar enérgicas palmadas, gritan, aúllan y golpean objetos metálicos, como si en lugar de agasajar al personal de la salud estuvieran provocando a un enemigo.
Además de dar enérgicas palmadas, gritan, aúllan y golpean objetos metálicos, como si en lugar de agasajar al personal de la salud estuvieran provocando a un enemigo
Hace ya 27 años, cuando escribía una columna titulada Cartas de La Habana en el semanario alemán Wochenpost publiqué una explicación para extranjeros de lo que significaba un apagón. Entonces no presumía de periodista independiente sino de freelance, que me parecía más elegante.
Empezaba mi disertación narrando la explosión de alegría que suscitaba en el barrio el momento en que volvía la luz y dejaba en un segundo plano a las personas atrapadas en ascensores, los espectáculos interrumpidos, los televidentes que no se enteran en qué terminó ese día el capítulo de su novela preferida, los estudiantes que no podían hacer sus tareas escolares y, desde luego, a las personas que no podían cocinar sus alimentos porque sólo contaban con equipos eléctricos.
En una ocasión conté un incidente protagonizado por unos vecinos impacientes que a las 12 de la noche lanzaron botellas y basura desde sus balcones porque no se había cumplido la hora de restablecer el servicio eléctrico y para concluir advertía: «Pero eso ocurre muy pocas veces. Casi nunca. Lo que sí pasa siempre es ese coro de alivio, perfectamente coordinado como una gigantesca orquesta, con el que los habaneros se consuelan cuando viene la luz.»
Hoy, aquel texto, tenido como contestatario desde el ángulo oficialista, me parece light, complaciente, folclórico.
La misma vista sobre La Habana, en este caso iluminada. (14ymedio)
No digo que ahora la gente no se alegre cuando regresa el paso de los electrones a través de los conductores, o sea, cuando vuelve la luz. Claro que lo hacen, pero el entusiasmo no es el mismo ni la ira se manifiesta de igual forma en el instante en que llega el apagón.
Esa vanidad chovinista que nos convenció de que somos parte del «mundo civilizado», nos hizo creer que estábamos muy lejos de compararnos con esos 780 millones de personas que actualmente viven sin electricidad en este planeta.
Aquellos son «los otros», nosotros vivimos en el hemisferio Norte, también en el occidental, y, como si fuera poco, aquí se hizo una revolución socialista con las miras puestas en aquella definición leninista de que «comunismo es poder de los soviets más electrificación». Nuestro acceso a la electricidad según las estadísticas es de 99,8 % , pero faltaría añadir el adjetivo «garantizado» al sustantivo «acceso» .
El último fue breve y parcial. En las casas del barrio todo quedó a oscuras, pero en las instituciones estatales había plantas que se activaron de inmediato. En la Plaza de la Revolución se mantuvieron las luminarias
Desde nuestro balcón en el piso 14 se puede apreciar la magnitud de los apagones. El último fue breve y parcial. En las casas del barrio todo quedó a oscuras, pero en las instituciones estatales había plantas que se activaron de inmediato. En la Plaza de la Revolución se mantuvieron las luminarias.
Los pronósticos no son favorables. Las plantas generadoras se duelen de la falta de mantenimiento y de obsolescencia tecnológica; el combustible que las alimenta amenaza con escasear cada día más y hasta los cables dan señales de fatiga.
La irritación que provocan los apagones menoscaba el entusiasmo ciudadano y hasta las ganas de aplaudir a los sacrificados médicos se ve disminuida, entre otras cosas porque, de manera sutil pero evidente, la propaganda ha politizado ese homenaje y lo ha hecho extensivo a quienes son responsables de la oscuridad.