Cuatro aristas de Podemos
Desde mayo hasta ahora, Podemos se ha vuelto un tema de conversación recurrente. Su sorpresiva irrupción en las elecciones europeas, su espectacular crecimiento en las encuestas y lo que parece ha sido una rápida coordinación del voto indignado en esta plataforma hace que dicho interés esté justificado. Sin embargo, cualquier aproximación analítica se topa con la dificultad de explicar un fenómeno todavía en construcción. Aunque este hecho obliga a ser cauto, en mi modesta opinión ya hay algunas aristas sobre las que se puede empezar a aportar certidumbres.
La primera es que Podemos no es un fenómeno tan extraño en el contexto europeo y puede enmarcarse dentro de lo conocido como partidos antiestablishment. Este tipo de partidos ha cristalizado de manera muy diferente según el país. Mientras que entre los acreedores de la zona euro estos movimientos han tendido a canalizarse a través de la extrema derecha xenófoba, en el sur ha tendido a favorecer la emergencia o refuerzo de partidos situados más a la izquierda, quizá con la notable excepción del movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo.
La emergencia de estos nuevos partidos siempre es más probable cuando se alinean problemáticas internas con un shock externo. Dinámicas como la cartelización en los partidos políticos, que abusan de su posición hegemónica para repartirse poder y cerrar acceso a competidores, o un entramado institucional que favorece el tejido de redes clientelares, son condición necesaria pero no suficiente. Ahora bien, cuando esto se combina con una crisis económica y de gobernanza de la zona euro pueden ser un coctel inflamable.
En el sur de Europa, los partidos con opción de Gobierno se han visto constreñidos en sus políticas económicas y esto ha generado la sensación en el electorado de que la alternancia no supone un cambio sustancial. Además, con la crisis emergen más casos de corrupción, pero ahora con una ciudadanía que, ante la escasez económica, se ha vuelto más exigente. De ahí que se abra una ventana de oportunidad propicia para partidos nuevos contrarios al statu quo. De hecho, aunque sean de familias ideológicas distintas, su pauta común es el repliegue nacional frente a un modelo de gobernanza económica que no les satisface.
La segunda cuestión es cómo se ha constituido Podemos como organización. Este partido nace en el nivel más lejano al ciudadano, el europeo, y solo posteriormente han emergido círculos que se van uniendo a la organización como asambleas ciudadanas. En términos clásicos su origen parece un modelo mixto; surge desde una cúpula centralizada, pero posteriormente los círculos locales se colocan bajo el paraguas morado. Esto, que abría la posibilidad de un marco de crecimiento más desordenado, pero también más horizontal, ha sido rápidamente yugulado desde la cúpula.
Por una parte, subordinando a los círculos locales al liderazgo central, con lo que pasa a un modelo claramente jerarquizado. Solo se permite que los círculos locales se presenten en coaliciones amplias, reservándose el centro la potestad de avalarla o no. Del mismo modo, Podemos se presentará con su marca en las elecciones autonómicas, pero los dirigentes nacionales ya han declarado que se implicarán a fondo tanto ahí como en las capitales de provincia. Se ha primado controlar la organización frente al activismo de base y la descentralización.
Pero, por otra parte, este mecanismo de cierre solo es posible gracias a su sistema de primarias abiertas por Internet. Aunque de entrada suena democrático, en estos sistemas el diablo está en los detalles. Como apunta la literatura, cuanto más abierto es un censo en participación, si no se regula la neutralidad del aparato, más riesgo hay de bonapartismo. Dada la asimetría de recursos, los candidatos y propuestas de la cúpula lo tienen más fácil para ganar porque son los más conocidos entre los no activistas; luego la centralización del proceso, con un electorado amplio y desorganizado, da apariencia democrática al respaldo plebiscitario a la cúpula.
La tercera arista a considerar es el patrón de crecimiento electoral de Podemos. Esta formación, pese a que sus líderes podrían ubicarse en una posición más extrema y manejan el discurso “ni de izquierdas ni de derechas”, ha emergido claramente desde el centroizquierda. Se trata de una barrera que partidos clásicos como Izquierda Unida jamás habían logrado romper. Los damnificados son básicamente PSOE e IU: el primero como principal fuente de votos, pero la segunda muy seriamente herida al tener una base de votos mucho más exigua. Además, su penetración le permite llegar hasta posiciones de centro en las que se ubican desde descontentos hasta apartidistas o no participantes.
Su crecimiento en intención de voto ha sido totalmente espectacular. Según el último barómetro del CIS, Podemos sería el primer partido en intención de voto directa con un 22,5% en la estimación, posición de empate técnico con el PSOE y a sólo cinco puntos del PP. Sin embargo, las últimas encuestas señalan que este partido ha crecido de manera importante sacando a votantes de la abstención e indecisos, cuyo número se ha reducido a un ritmo notable desde mayo de 2014. Esto apunta dos posibilidades: que su ritmo de crecimiento podría reducirse o bien que, para seguir haciéndolo, debe expandirse cambiando su patrón y llegando a nuevos votantes.
Parece que de momento la estrategia de Podemos va a ser intentar horadar más en el electorado socialista, moderando su discurso. En esta línea iría el lanzamiento de su documento económico —que no programa— que intenta darse una pátina de socialdemocracia clásica. Esta propuesta es lo suficientemente amplia para limar sus aspectos más netamente anticapitalistas, matizar algunas medidas polémicas y generar simpatías entre electores de centroizquierda. Por tanto, su idea última parece orientarse hacia el sorpasso al PSOE.
Finalmente, queda una reflexión pendiente sobre el papel de este actor político en el debate público en España. Como apuntan diferentes teóricos, estos discursos antiestablishment pueden tener aspectos correctores de la democracia. Puede dar voz dentro del sistema a grupos que no se sienten representados por las élites gobernantes, gente que no ha tenido portavoces de sus intereses hasta ahora. Puede incrementar la rendición de cuentas, haciendo que determinadas prácticas de amiguismo o corrupción sean más intolerables. Y es más, estos nuevos partidos, al ser una amenaza electoral a los partidos tradicionales, pueden obligarles a impulsar cambios que de otra manera no afrontarían.
Sin embargo, también tienen un lado menos amable. Allí donde estos partidos han gobernado suelen reducir los contrapesos y la división de poderes. El plebiscito es su única manera de entender la política democrática. Además, también puede erosionar visiones ideológicas de la política. Si el nuevo marco es los de abajo contra las élites, toda propuesta política, al margen de a quién beneficie, queda camuflada en una supuesta lucha contra la oligarquía. Además, estos movimientos suelen tener problemas a la hora de escapar del caudillismo.
Hay que pensar que tan importante como la rendición de cuentas es otro principio fundamental de la democracia: el acuerdo. Estos movimientos suelen ser reacios a implicarse en Gobiernos de coalición con otras fuerzas tradicionales o pactar sobre programas más allá de ser una fuerza de bloqueo. Sus aportaciones, por tanto, corren el riesgo de convertirse en todo o nada, algo que se pondrá a prueba si Podemos se convierte en clave para gobernar en muchas comunidades autónomas.
En resumidas cuentas, Podemos todavía está inmerso en un proceso de cristalización, lo que lo convierte en un apasionante fenómeno de estudio. Un partido que quizá ha desbordado hasta las previsiones más optimistas de sus dirigentes, pero que indudablemente ya es un actor relevante de la política española. Esto invita a que, lejos de miradas de trazo grueso, seamos capaces de poner en sus justos términos a este nuevo jugador, con sus luces y sus sombras.
Pablo Simón es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid y editor del Colectivo Politikon.