Democracia y Política

Cuba y 2015, ¿quo vadis?

Un repaso del contexto global en el que el régimen ha de tomar sus decisiones el próximo año.

No pocas señales indican que en 2015 Cuba se adentrará en un sendero de inciertas bifurcaciones. Quienes acostumbran a focalizar sus análisis en una o dos variables —como son las relaciones bilaterales de La Habana y Washington o las de los hermanos Castro con el Gobierno venezolano— debieran ampliar sus perspectivas sin por ello perder de vista esos dos importantes ejes. Más que un GPS local se requiere de una foto satelital para entender mejor el contexto global en el que la elite de poder cubana ha de tomar sus decisiones el próximo año. En este mundo interdependiente ni siquiera Cuba escapa de la repercusión en la Isla que provocan acontecimientos geográficamente distantes.

Una mirada a vuelo de pájaro indica que las principales tendencias que moldearán los acontecimientos serán el peligro de una recesión europea y su impacto en la economía mundial y estadounidense; la continua caída de los precios del petróleo; la desaceleración económica de China y el estancamiento de Japón; la guerras civiles del Oriente Medio y la creciente desestabilización de esa zona; la confrontación con Rusia en Europa, la cuestión nuclear iraní y la seguridad de Israel; el inicio de las campañas presidenciales de 2016 en EEUU, y las que se proyectan en algunos de sus aliados occidentales como Francia y España, países todos en los que las fuerzas conservadoras se fortalecen (en el caso de España por la dispersión del voto de las izquierdas).

En Washington las dos Cámaras del Congreso están ya en manos republicanas —por lo que cobran mayor peso en ellas los senadores y representantes cubanoamericanos afiliados a ese partido— y es imposible que los demócratas recuperen la Cámara Baja al menos en una década. Si el Partido Republicano escoge un candidato presidencial centrista pudieran llegar a dominar también la Casa Blanca en enero de 2017. La elección de Hillary Clinton no está hoy asegurada ni siquiera entre los propios votantes demócratas. Incluso la inserción del tema cubano en los debates presidenciales pudiera facilitar el endurecimiento de la postura estadounidense.

En América Latina varios de aquellos gobiernos de izquierda que han ganado su tercera elección consecutiva enfrentarán una caída de la exportación de sus materias primas y una disminución del PIB, en un momento en el que se tensan las relaciones sociales. Las nuevas clases medias, que emergieron en la última década de auge económico, demandan mejores servicios, mayor consumo, calidad de vida y también castigos contra la corrupción pública y privada. A los pésimos resultados económicos del chavismo es posible que haya que sumar a mediano plazo la desaceleración de Chile y un giro pragmático hacia la flexibilización del mercado en Brasil, Ecuador y Argentina. Los subsidios solidarios de Venezuela y el ALBA se deshacen en el Caribe y pronto pueden tocar fondo los destinados a Cuba.

En la Isla, frente a esas convulsas e inciertas perspectivas planetarias, se encuentra una elite de poder que ha sido incapaz de renovar su pensamiento y estrategia después de remplazar a su líder máximo hace ya ocho años. La cúpula dirigente está formada por dos componentes: una elite permanente y gerontocrática (los que en realidad «mandan») y una serie de círculos burocráticos concéntricos y reciclables (que «gobiernan» en su nombre). Si bien la elite no ha dado señales de estar dispuesta a avanzar siquiera hacia un sistema no democrático de mercado, como el chino o el vietnamita, no pocos de quienes forman su clase administrativa parecen desesperados en su esfuerzo por «iluminar» a los viejos dirigentes de que no pueden seguir indefinidamente paralizados mientras el tiempo pasa, porque habría consecuencias para todos a la larga. Pero la elite hasta el presente muestra más preocupación por perder el poder que por perder el tiempo.

Lo que va a pasar

A mediano y largo plazos las actuales tendencias negativas pasarán factura: la baja conectividad con internet, el nulo crecimiento demográfico por baja natalidad y la emigración, la obsolescencia del parque industrial, la baja productividad y casi nula innovación, el deterioro de la infraestructura rural y urbana, la crisis de viviendas disponibles, la mala calidad y cantidad de servicios de transporte, salud y de educación actualizada son una fórmula fatal en la nueva economía global de conocimiento. Pero a corto plazo se presentan dos desafíos económicos inminentes: abastecimientos de petróleo y alimentos.

También a corto plazo se presenta otro reto de creciente importancia: la profunda desilusión de la mayoría de la población —militantes comunistas incluidos— con la pereza intelectual de la actual dirección del país y el obsoleto régimen de gobernabilidad que impone. Irónicamente, mientras la elite de poder ha logrado avanzar en su operación externa de marketing político contra el embargo es ya raro encontrar en la Isla a personas que sigan creyendo que sus males cotidianos provienen de Washington y no de la Plaza de la Revolución. Están cansados de escuchar soluciones mágicas de sus líderes (desde la Zafra de los 10 millones hasta el petróleo y puerto de Mariel), quienes impiden miles de soluciones que emanarían de la iniciativa y creatividad de todos.

Lo que algunos pudieran haber esperado de Raúl Castro hace 8 años no es ya lo que puede fundamentarse más allá de la propaganda. Entonces tenía tres opciones. «Actualizar» el totalitarismo con los menores cambios posibles, transformarlo en un modelo de mercado con dictadura, o avanzar gradualmente hacia formas propias de la democracia. Escogió la primera. De ahí no se moverá hasta que la creciente crisis social que viene acumulándose presione a la dirigencia y quiebre la unidad en la cúpula, entre la elite de poder y su clase burocrática.

Solo si eso sucede y cuando ello ocurra —lo cual es lógico, pero no certeramente predecible— es que La Habana se dispondría a sopesar con seriedad sus opciones respecto a EEUU, la Unión Europea (UE) y algunos organismos financieros y de comercio multilaterales. En La Habana, por ahora, prefieren esperar que sean «los otros» los que cambien.

Mientras tanto, los hermanos Castro, así como sus cercanos y avejentados asociados, prefieren la comodidad de mantenerse alejados de cualquier socio o institución que pretenda fiscalizar su ejecutoria en materia de derechos humanos. Nada de ratificar los Pactos Internacionales que ya suscribieron en esa materia ni de solicitar el ingreso a la OEA. Incluso si ello presenta eventualmente riesgos a su seguridad nacional, prefieren fomentar su cooperación militar y de inteligencia con países como Rusia, China y Corea del Norte.

Es por ello que no hay que asombrarse de que, lejos de priorizar esa interlocución, prefieran dialogar con el enviado de la UE a nivel de viceministro de Relaciones Exteriores. O de que Raúl Castro se permita dejar plantado al ministro de Exteriores de España —tercer socio comercial de Cuba— para, menos de una semana después, recibir personalmente a uno de los cinco «consejeros» del Consejo de Estado de China.

En La Habana, por el momento, las consideraciones políticas siguen teniendo primacía sobre las económicas. Y en política, los octogenarios hermanos Castro solo tienen una prioridad: mantenerse en el poder.

 

Este artículo apareció en Infolatam. Se reproduce con autorización del autor.

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