Cuba, antes de Fidel: así era la isla antes del comunismo.
La dura situación socioeconómica que enfrenta Cuba en 2024 puede transmitirnos una idea equivocada de su pasado. La preciosa isla es, indudablemente, un vivo ejemplo del empobrecimiento generado por el comunismo. Sin embargo, si queremos entender la decadencia que ha sufrido el país en las últimas décadas, primero debemos sumergirnos en la realidad cubana previa a 1959, cuando el castrismo toma el poder y pone fin al régimen de Fulgencio Batista.
Indudablemente, la llamada Revolución Cubana supo granjearse el entusiasmo de numerosos observadores. No faltaron quienes ensalzaron el modelo impulsado por Fidel Castro como una respuesta a las injusticias sociales y una alternativa al capitalismo occidental. El tiempo ha puesto de manifiesto las nefastas consecuencias derivadas de imponer el comunismo en la isla, pero un análisis somero de la historia de Cuba debe empezar antes de 1959 y reflejar cuál es el punto de partida sobre el que se levantó el modelo castrista. De ello trata esta primera entrega.
A finales del siglo XIX, esta isla del Caribe vivió el progresivo auge de un movimiento independentista liderado por José Martí, quien buscaba poner fin a 400 años de pertenencia al Reino de España. Considerado el apóstol de la autonomía de la isla, Martí defendía la idea de una república soberana, inclusiva y sin dominación extranjera. Sin embargo, tras la intervención de Estados Unidos en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, la independencia del país se vio condicionada por la influencia estadounidense, concretada en la Enmienda Platt.
Esta disposición legal fue votada en 1901 por el Congreso de los Estados Unidos y se añadió ese mismo año a la nueva Constitución de Cuba. Las tropas de Estados Unidos permanecieron en el país tras la Guerra Hispano-Estadounidense debido al Tratado de París de 1898, que puso fin al conflicto, pero dejó a la isla bajo control estadounidense en lugar de otorgarle independencia plena e inmediata. El país norteamericano defendió su presencia en Cuba como una condición necesaria para estabilizar la nación, reorganizar su administración y prepararla para un autogobierno considerado más viable, además de salvaguardar sus intereses económicos y estratégicos en la región. Antes de retirar su presencia, el liderazgo político de Estados Unidos exigió la inclusión de la Enmienda Platt en la nueva Carta Magna del país caribeño, codificando así su capacidad de seguir influyendo en la isla y marcando el inicio de una relación que afectaría profundamente la política cubana en las siguientes décadas.
Una de las causas que propiciaron las tensiones sociales que desembocaron en el golpe de Estado de Fulgencio Batista y, décadas después, en las revueltas que dieron origen al Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, fue precisamente la excesiva dependencia de Cuba respecto a Estados Unidos. La economía cubana, basada en el monocultivo del azúcar, estaba orientada principalmente al mercado estadounidense, lo que dejaba a la isla vulnerable a cualquier fluctuación externa.
Por otro lado, aunque los vientos de libertad soplaban con creciente fuerza en la isla desde hacía décadas, el nuevo modelo político no logró canalizar estos reclamos. A medida que Washington prestó respaldo a gobiernos no democráticos como el de Batista, el malestar popular hacia Estados Unidos fue en aumento, exacerbando el recelo existente y alimentando la percepción de que los norteamericanos habían influido negativamente en las condiciones políticas y económicas de la isla.
Habitualmente se habla del régimen de Batista para explicar las motivaciones de la Revolución Cubana, pero lo cierto es que, desde comienzos del siglo XX, la isla vivió una larga trayectoria de inestabilidad política y no logró consolidar una democracia lo suficientemente sólida. En la década de 1920, por ejemplo, el gobierno de Gerardo Machado alcanzó el poder de forma democrática en 1925, pero su ejercicio se volvió crecientemente autoritario y represivo tras una reelección fraudulenta en 1928.
En 1933, tras la caída de Machado, tres gobiernos provisionales intentan encauzar la situación, pero no logran remontar un clima de inestabilidad que desemboca en un gobierno revolucionario liderado por Ramón Grau San Martín, cuya duración fue efímera. Además de oponerse a la influencia de Estados Unidos, el breve periplo de gestión de Grau San Martín estuvo marcado por el intento de poner en marcha un plan de expropiación masiva de tierras para su “redistribución”, amén de otras propuestas rupturistas que generaron resistencia y división social. En clave foránea, Washington rechazó frontalmente los planes del nuevo gobierno, agravando la inestabilidad generada por dicho escenario político.
Fulgencio Batista fue uno de los dirigentes militares que tumbó este experimento, descrito a veces como el Gobierno de los Cien Días. Aunque no ocupó formalmente el poder en la segunda mitad de los años 30, Batista se mantuvo como un poder en la sombra que influyó decisivamente en la vida política de la isla, siendo su apoyo esencial para cualquier gobierno.
En 1940, Batista alcanzó la presidencia de forma legítima, cargo que ocupó hasta 1944. Lo hizo tras unas elecciones en las que participó representando al Partido Unión Revolucionaria y otros grupos aliados. De hecho, su coalición incluía a partidos de izquierda, incluso a algunos grupos comunistas, lo que le permitió consolidar un apoyo significativo. Los comicios fueron considerados limpias y legales y parecieron alumbrar un momento de estabilidad política propicio para el avance de la isla. Tras la aprobación de una nueva Constitución en 1940, Batista inició un mandato que concluyó cuatro años después, tal y como mandaba la prohibición de reelección inmediata que recogía la Carta Magna que él mismo avaló.
Sin embargo, en las elecciones de 1944, su candidato y sucesor designado, Carlos Saladrigas, se ve derrotado ante Ramón Grau San Martín, quien retornó de esta forma al poder. Batista se trasladó a los Estados Unidos después de dejar el cargo. Por su parte, Grau San Martín asumió el bastón de mando consciente del caos asociado a su Gobierno de los Cien Días, de modo que su enfoque de gobierno fue más pragmático en esta nueva etapa. Así, se cuidó de mantener relaciones cordiales con Estados Unidos y de plantear cambios más graduales y menos disruptivos. Ese apego a la institucionalidad y al orden vigente frustró a sus propios partidarios, mientras que amplios segmentos de la población se alejaron de su Ejecutivo por otros problemas recurrentes, como la corrupción.
Estos problemas siguieron en pie de 1948 a 1952, durante el mandato de Carlos Prío Socarrás, dirigente ligado al movimiento político de Grau San Martín. La corrupción y la ineficiencia seguían a la orden del día y, además, la violencia política iba a más, como resultado de crecientes tensiones entre facciones rivales. Llegado el año 1952, Fulgencio Batista concurre a los comicios tras regresar de Estados Unidos. Cuando el militar constata que sus perspectivas electorales no eran lo suficientemente buenas para ganar, y aprovechando la debilidad del gobierno de Prío Socarrás, Batista da un golpe de Estado en marzo de 1952, derroca al gobierno y suspende las elecciones, poniendo en marcha su etapa autocrática de gobierno, que llegó a su fin en 1959, con el estallido de la Revolución Cubana.
El régimen que arranca en 1952 restringió la celebración de elecciones democráticas, reprimió con gran crudeza las protestas sociales y operó en un contexto de profunda corrupción. Las condiciones socioeconómicas creaban el caldo de cultivo para un discurso como el de Fidel Castro, que se ganó el apoyo de segmentos ávidos de un cambio, como los campesinos o los jóvenes.
Durante décadas, Cuba arrastró una serie de problemas recurrentes. No logró consolidar su democracia y tampoco consiguió limpiar la corrupción de las instituciones, como tampoco supo redefinir su relación con Estados Unidos. Tras décadas de inestabilidad, el golpe de Estado de Batista, primero, y de Fidel Castro, después, confirmaron este fiasco.
Con todo, es importante recalcar que la victoria del castrismo en 1959 trajo consigo la instauración de un régimen comunista que, bajo el pretexto de liberar a Cuba de la opresión de Batista y la influencia de Estados Unidos, terminó por establecer un sistema de partido único, sin espacio alguno para la disidencia. Décadas después, la economía de la isla presenta un estado deplorable y las condiciones de desarrollo social son francamente precarias.
La Revolución Cubana no fue solamente un movimiento contra Batista, sino también una respuesta al contexto histórico de subordinación económica y política frente a Estados Unidos. Sin embargo, en su afán por romper con ese pasado, el castrismo instauró un modelo que, con el paso del tiempo, ha demostrado ser incapaz de proporcionar a los cubanos las libertades y oportunidades que prometía.
Cuba no ha ganado en independencia, puesto que la ruptura con Estados Unidos ha venido seguida de distintas etapas de subordinación ante naciones comunistas como la Unión Soviética, hasta finales de los años 80, o la República Bolivariana de Venezuela, hasta el inevitable colapso económico que también terminó sufriendo el “socialismo del siglo XXI” implantado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro.
Quiero mi Cuba Libre ofrecerá en las próximas semanas distintas entregas que ponen de manifiesto las condiciones de miseria que se han derivado de la llegada del castrismo al poder. Sin embargo, el propósito de este primer artículo es el de presentar algunos datos que reflejan cuál era la situación de Cuba en 1959. Como veremos, las condiciones vigentes no eran, en absoluto, idílicas y, sin embargo, tampoco eran tan negativas como ha intentado sostener el régimen castrista, hoy comandado por Miguel Díaz Canel.
Los números de Cuba antes de Castro
Para poder comprobar la situación económica de Cuba antes de la Revolución de 1959, en este artículo se hace referencia al monumental trabajo de Marianne Ward y John Devereux publicado en el año 2012 por The Journal of Economic History y titulado “The Road Not Taken: Pre-Revolutionary Cuban Living Standard in Comparative Perspective”. Las estimaciones de estos dos profesores de economía de las universidades de Loyola en Maryland y de Queens College en New York constituyen el mejor ejercicio realizado hasta el momento para construir una serie de indicadores que permitan comprobar en qué grado Cuba se había desarrollado durante la época previa a la Revolución Cubana.
Este ejercicio entraña muchas dificultades, ya que no existe un número excesivo de series históricas de información macroeconómica para la isla. De hecho, según indican los autores “en general, hay menos información macroeconómica sobre la República de Cuba que sobre otras economías de América Latina”. Pese a esa menor disponibilidad de datos, Ward y Devereux han realizado un esfuerzo titánico que ha sido ampliamente reconocido por su innegable rigor.
Lo primero que plantean los autores es ofrecer unas estimaciones creíbles sobre los ajustados por paridad de poder adquisitivo (PPA). La PPA es un concepto económico que compara el nivel de precios de una misma canasta de bienes y servicios entre dos o más países, permitiendo ajustar los ingresos nominales para reflejar mejor el poder adquisitivo real de cada país. Dicho de otro modo, es una forma de medir los ingresos en términos reales, eliminando las distorsiones creadas por las diferencias apreciadas en los niveles de precios de unos y otros países.
El ejercicio de ajustar los ingresos por PPA es necesario para ofrecer una comparación más precisa de los estándares de vida de cada país o región. En el artículo, los autores realizan este ajuste para poder comparar los ingresos y los niveles de consumo de los cubanos con los ciudadanos de otros países como Estados Unidos y varias naciones europeas y latinoamericanas. Sin este ajuste, las comparaciones internacionales serían engañosas, ya que los precios de los bienes y servicios pueden variar considerablemente entre los países.
Por lo tanto, este ajuste es clave para evitar conclusiones incorrectas sobre el bienestar relativo de los ciudadanos de diferentes países al centrarse en los ingresos nominales sin tener en cuenta el costo de vida local. En el contexto de Cuba, un análisis así nos permite entender mejor su posición económica relativa antes de la Revolución, comparando la situación de la isla con otras naciones y evitando adoptar sin más una visión de la etapa previa a 1959 que pueda estar influida por la propaganda castrista.
Un país de renta media
Las estimaciones de los autores para 1955 apuntan que, de un total de 27 economías analizadas, Estados Unidos era claramente la nación más próspera del mundo, tanto en relación a los ingresos per cápita como a la producción por trabajador. El resto de los países se pueden dividir en tres grupos:
1. El primer grupo estaba formado por una serie de economías europeas que alcanzaban alrededor del 50 por ciento de los niveles de ingresos de Estados Unidos.
2. El grupo intermedio está formado por países como Italia, Argentina, Uruguay, Cuba o Venezuela. La renta per cápita de estos países se situaba en torno al 30 por ciento de los niveles de ingresos observados Estados Unidos, mientras que el PIB por trabajador alcanzaba el 35 por ciento de los niveles apreciados en la economía norteamericana.
3. Todos los demás países estudiados eran repúblicas latinoamericanas, donde su peso relativo era inferior al 20 por ciento de la economía estadounidense.
Esto quiere decir que, antes del comunismo, la renta per cápita de Cuba se encontraba en unos niveles similares a los de países como Italia y alcanzaba el 60 por ciento de los niveles observados en los países más prósperos Europa Occidental. De hecho, el producto por trabajador era más elevado en Cuba que en Italia. Por otro lado, los niveles de consumo se aproximaban al 70 por ciento de las cotas reflejadas en las estadísticas de los países europeos.
De acuerdo con la base de datos Our World in Data, un proyecto de investigación impulsado por la Universidad de Oxford, la economía cubana tenía en 2022 un PIB en dólares internacionales de 2011 ajustados por la inflación y por la diferencia en el coste de vida entre países de 84.150 millones, frente a los 19,49 billones de los Estados Unidos. Con una población de alrededor de 11 millones en la isla, y de 343 en Estados Unidos, esto implica que la renta per cápita en uno y otro país es de 7.650 dólares y 56.822 dólares, respectivamente. O lo que es lo mismo, actualmente, la renta per cápita cubana es el 13,50% de la renta por habitante estadounidense. De haber mantenido la proporción del 27% de 1955, hoy cada cubano tendría un ingreso de 15.300 dólares, es decir, el doble de lo que actualmente ganan cada año.
En resumen, los datos comparativos de ingresos sugieren que Cuba, durante la época previa al régimen de Fidel Castro, era un país de ingreso medio comparable a lo que entonces eran Argentina, Uruguay o Venezuela, en América Latina, o Italia, en Europa. Esta afirmación puede resultar llamativa en la actualidad, pero no sorprendería mucho a los observadores de los años 50. No en vano, en esa época era habitual referirse a Cuba como una economía con un nivel medio de renta. Es el caso de Henry Wallich, un destacado economista que fue gobernador de la Reserva Federal de Estados Unidos y que estudió a fondo la economía cubana, sobre la cual señaló en un libro titulado Monetary Problems o fan Export Economy: The Cuban Experience 1914-1947 que tenía el ingreso per cápita más alto de todos los países tropicales.
El Banco Mundial también respaldaba esta percepción, tal y como indican Ward y Devereux, ya que, en 1951, tras observar y viajar por la isla, los miembros de una misión de trabajo enviada por el organismo multilateral concluyeron que los niveles de vida de agricultores, obreros industriales, comerciantes y otros grupos laborales eran más altos que los de otros países tropicales y los de la mayoría de los países de América Latina. Esta afirmación refuerza la idea de que Cuba estaba considerada entre las economías más avanzadas de la región antes de la revolución.
En otros indicadores relevantes para analizar el progreso socioeconómico del país, Cuba superaba ampliamente los resultados promedio de los países de América Latina e incluso lograba niveles similares a los de la Europa Occidental en algunas de estas métricas. A continuación vemos cuatro ejemplos muy significativos:
1. Tasa de mortalidad infantil. En términos de salud, la tasa de mortalidad infantil en Cuba en 1955 era de 33 decesos por cada 1.000 nacimientos, lo que ubicaba a la isla como el país con mejor desempeño de toda América Latina, siendo el promedio regional de 105. La cifra alcanzada en Cuba estaba muy cerca de la registrada en los países europeos, donde esta tasa era de 32, y también resultaba comparable a la de Estados Unidos, donde el valor alcanzado era de 26, lo que subraya el avanzado sistema de salud cubano en la época previa a la insurrección castrista.
2. Esperanza de vida al nacer. Otro indicador donde Cuba superaba a la mayoría de los países de América Latina era la esperanza de vida. De hecho, en 1955, la esperanza de vida en Cuba era de 64 años, claramente por encima del promedio de 50 años alcanzado en el resto de países hispanoamericanos que analizan los autores. Aunque este resultado era inferior al promedio europeo, de 71 años, y al de Estados Unidos, de 69, Cuba exhibía un avance significativo en términos de longevidad en comparación con el resto de países latinoamericanos y ni siquiera se situaba muy lejos de las economías más avanzadas.
3. Doctores por cada 10.000 personas. Cuba también se distinguía por contar con una elevada cantidad de profesionales médicos al servicio de la población. En 1955, el ratio era de 10 médicos por cada 10.000 habitantes, muy por encima del promedio de 4 que se alcanzaba en América Latina. Esta cifra situaba a la isla casi a la par de los países europeos, donde el promedio era de 11 médicos por cada 10.000 personas, y cerca de Estados Unidos, donde el ratio era de 13.
4. Tasa de alfabetización. En relación con la educación, la tasa de alfabetización en la isla era notablemente alta. En 1955, el 79 por ciento de la población sabía leer y escribir, claramente por encima del promedio latinoamericano, de 58 por ciento. Aunque los países europeos y Estados Unidos alcanzaban cifras mayores, con tasas del 98 por ciento y 99 por ciento respectivamente, Cuba sí destacaba significativamente dentro del contexto latinoamericano, reflejando un alto nivel de desarrollo educativo.
Otros indicadores referidos a la capacidad de consumo apuntan en la misma línea, como vemos a continuación:
· En la Cuba de 1955 había 20 coches de pasajeros por cada 1.000 personas, mientras que, para resto de los países de América Latina, el ratio era de apenas 8 vehículos por millar de habitantes. En Europa y Estados Unidos, este mismo indicador era de alrededor de 44 y 314 vehículos por cada 1.000 habitantes, respectivamente.
· En cuanto a la disponibilidad de televisores, Cuba se situaba al de América Latina en 1960, con 73 aparatos por cada 1.000 personas, superando claramente el promedio regional, de 11. Para Europa y Estados Unidos, los ratiosequivalentes eran de 81 y 308 televisores por cada 1.000 habitantes, respectivamente.
· Cuba también estaba bien posicionada en la posesión de radios por parte de sus ciudadanos. En 1960, contaba con 152 transistores por cada 1.000 personas, significativamente por encima del promedio latinoamericano, de 96. Europa y Estados Unidos registraban ratios de 269 y 941 aparatos por cada 1.000 personas, respectivamente.
El siguiente gráfico recoge estos hallazgos:
Con todo, es importante hacer una advertencia importante. En efecto, al igual que ocurría en otros países latinoamericanos, la Cuba anterior al castrismo presentaba una distribución de ingresos marcadamente desigual, de modo que los buenos resultados en el agregado no deben asumirse sin reflexionar asimismo sobre esta circunstancia. Los autores han constatado que las zonas rurales tenían menores niveles de vida y que las disparidades raciales eran también un factor relevante en la distribución de la renta, puesto que los ingresos de la población negra eran menores que la de los hogares blancos.
A pesar de esto, aunque no existen datos sobre la desigualdad, los indicadores socioeconómicos apuntan a que sus niveles podrían ser inferiores a los registrados en los países de la región. Es decir, Cuba mostraba resultados relativamente satisfactorios en las distintas medidas económicas y sociales que se han evaluado y que recogen la situación del país en los años 50, antes del golpe de Estado que derrocó a Batista e instauró el nuevo periodo comunista. Resulta patente, pues, que Cuba era un país de ingresos medios con un nivel de prosperidad similar al de las economías más destacadas de América Latina, como Argentina, Uruguay o Venezuela. De hecho, su nivel de renta era comparable incluso al de países europeos que entonces estaban en niveles intermedios de desarrollo, caso de Italia.
Los indicadores económicos y sociales muestran que, si bien existían desigualdades internas, particularmente entre las zonas urbanas y rurales y entre los distintos segmentos étnicos, la situación económica no era tan precaria como suelen afirmar quienes pretenden justificar con ello la supuesta necesidad de un cambio radical hacia el “socialismo real”.
De hecho, repasando los niveles de vida y de renta, considerando el grado de acceso a servicios básicos como la salud y la educación y evaluando también la capacidad de acceso a bienes de consumo como los automóviles, la televisión o los transistores radiofónicos, podemos concluir que los estándares de bienestar de los cubanos figuraban entre los más altos de la región. Esto demuestra que la pobreza y la desigualdad económica no pueden ser usados como principales razones para justificar el cambio de régimen que propició la Revolución Cubana.
Indudablemente, el periplo pre-castrista estuvo marcado por situaciones que dificultaron el desarrollo. La excesiva injerencia de Estados Unidos no puede ser ignorada, como tampoco se pueden obviar otros problemas sistémicos de dicho periodo, caso de la corrupción, la fragilidad e inestabilidad de las instituciones democráticas o la inseguridad provocada por la violencia política. Sin embargo, tampoco tiene sentido asumir que, tal y como ha intentado mantener el relato castrista, la situación cubana era desoladora. Los datos son claros y ponen de manifiesto que la isla presentaba unos niveles de desarrollo claramente superiores al resto de América Latina y cercanos incluso a Estados Unidos y Europa en diversas variables de referencia.
Seis décadas y media de régimen socialista han hecho que la situación económica de Cuba pase a estar marcada ahora por un profundo retroceso. Tras haber sido un país que figuraba a la cabeza de América Latina, hoy vemos que la isla debe compararse con economías mucho más empobrecidas, como Haití. Este deterioro refleja las profundas limitaciones del modelo económico comunista impuesto tras la Revolución, que ha mermado severamente el nivel de vida de la población. Todo ello, además, de la mano de una represión sistemática que ha aplastado la libertad política y perseguido la libertad individual, en aras de un modelo totalitario que ha convertido a esta bella isla en una prisión.
En la segunda entrega de este proyecto de investigación estudiaremos con detalle la miseria que ha supuesto para los cubanos el vivir bajo el yugo del régimen castrista.