Cuba, bajo el signo de San Lázaro
Los próximos pasos después del deshielo, las resistencias que vienen. Entrevista a Orlando Márquez, hombre de confianza del cardenal de La Habana, Ortega y Alamino.
Orlando Márquez ha pasado los principales años de su vida junto al cardenal de La Habana, Jaime Lucas Ortega y Alamino, y el miércoles 17, el día del anuncio contemporáneo de Castro y Obama, él fue quien le dio la noticia del histórico reacercamiento. “Era el día de la fiesta de este santo”, cuenta Márquez, director de la revista de la arquidiócesis de La Habana Palabra Nueva. “Yo le llamé y le di la noticia de la liberación del prisionero norteamericano y de los tres cubanos que estaban en Estados Unidos, se alegró mucho”. La crónica prosigue a través de la comunicación telefónica. “Durante su viaje hacia el Santuario, le fui informando que Obama hablaría al mediodía y después que Raúl Castro también haría una declaración pública a la misma hora”. Orlando Márquez también pudo anticiparle al obispo cubano “las medidas que pondría en práctica Estados Unidos, que alguien me había enviado bajo embargo, como el restablecimiento de relaciones diplomáticas”.
¿Imaginabas el paso que se ha dado? Me refiero si lo habías previsto
Como cualquier cubano, deseaba desde hace mucho tiempo que esto ocurriera porque son demasiados años de dolor y separaciones. Pero no lo imaginé así, de modo tan drástico y rápido, tan decididamente coordinado por los dos presidentes. Son casi cuatro generaciones afectadas y marcadas por la separación, por el muro frente al muro; a veces uno ya no piensa que sea posible cambiar eso, pero gracias a Dios hay gente que creyó que era posible, tuvo la oportunidad y actuó en consecuencia.
¿Sentías que era inminente?
Es cierto que ambos presidentes, de un modo u otro, habían dicho más de una vez que ya era tiempo de buscar nuevos caminos porque la política de la confrontación o el desencuentro no generaba nada positivo para nadie. Era la primera vez en más de 50 años que había coincidencia en esto y también era evidente la ausencia de ataques personales recíprocos entre los presidentes de ambos países, que es algo muy distinto a las críticas políticas. No podía prever lo que ocurriría o el modo en que ocurriría, pero ciertos datos ya indicaban que era el momento adecuado.
¿Puedes señalar algunos hechos significativos que a tu juicio precedieron el desenlace de estos días?
Los que acabo de referir fueron importantes. También hay otros, como las presiones por la liberación de los presos cubanos en Estados Unidos y el preso norteamericano en Cuba. Esos eran obstáculos muy serios para el diálogo, que se debían resolver…
¿Y el Papa?
Ahora es de conocimiento público la invitación hecha meses atrás por el Papa Francisco a ambos presidentes para que actuaran de modo categórico por el bien de los dos pueblos, y ambos dieron una respuesta positiva al Papa y reconocieron el crédito de su compromiso. Creo que la intervención del Papa dio un impulso decisivo a este proceso de diálogo que -ahora sabemos- se había iniciado en Canadá en 2013.
Ya conocemos los protagonistas públicos. ¿Quiénes son los protagonistas que están detrás del escenario, tanto de parte de la Iglesia como del gobierno?
Creo que la Divina Providencia ha dispuesto que las personas adecuadas estuvieran en el lugar y el momento adecuado, y demostraran voluntad para actuar de la manera adecuada. Evidentemente los presidentes Castro y Obama han demostrado una voluntad política que debe ser reconocida y nadie les podrá quitar un lugar en este momento de la historia. Ellos, al igual que el Papa Francisco, son el rostro más visible de un proceso que se fue preparando durante meses, tal vez años, en el que sin duda han sido asesorados, apoyados y acompañados por un grupo de personas que, como dices, permanecen detrás del escenario. Creo que allí se quedarán, al menos por un tiempo o hasta que se escriba la historia. Y no será en breve.
¿Cómo recibió el cardenal Ortega el anuncio de Obama-Castro? ¿Sabía que estaba por ocurrir?
El miércoles 17 de diciembre temprano en la mañana el cardenal se estaba preparando para presidir la misa en el Santuario Nacional de San Lázaro, en El Rincón, al oeste de La Habana. Era el día de la Fiesta de ese santo. Yo le llamé y le di la noticia de la liberación del prisionero norteamericano y de los tres cubanos que estaban en Estados Unidos. Él se alegró mucho. Durante su viaje hacia el Santuario, le fui informando que Obama hablaría al mediodía y después que Raúl Castro también haría una declaración pública a la misma hora. Más tarde le informé sobre las medidas que pondría en práctica Estados Unidos, que alguien me había enviado bajo embargo, como el restablecimiento de relaciones diplomáticas, etc. Estaba muy contento. San Lázaro goza de una profunda y extensísima devoción en Cuba, los cubanos le llaman “Milagroso San Lázaro”, y algunos le atribuyen el milagro. Ese día 17 de diciembre, durante todas las misas que se celebraron en el Santuario, cada vez que el sacerdote mencionaba la noticia la gente aplaudía y expresaba su júbilo. Y aunque no hubo sugerencia del obispo, varias iglesias de La Habana repicaron campanas. Es algo muy significativo. Debe recordarse que durante años la Iglesia había invitado a los dos gobiernos a dialogar y resolver las diferencias, algo muy necesario para el pueblo cubano.
¿Cómo reaccionó la sociedad cubana?
En general las personas se han manifestado muy contentas y también esperanzadas. Aunque no falta el escepticismo, que es natural después de tantos años de frustraciones, campañas de ataques, actos hostiles mutuos, etc., pero la gente espera que sea para bien.
¿Cuáles son los pasos que se deben dar ahora?
Este es el gran reto, cómo implementar y buscar lo que nos une cuando ha habido tanto que nos separa. O quizás no es tanto lo que nos separa pero sí ha tenido un peso enorme. Estados Unidos ha anunciado una serie de medidas concretas, como facilidades en remesas, algunas facilidades financieras, en las comunicaciones, comerciales, de exportación e importación, etc., incluso para ayudar al pequeño e incipiente sector privado de Cuba. Todo eso es bueno. Habrá que ver cuál es la respuesta del gobierno cubano a estas medidas. El gobierno cubano suele ser muy cauteloso, y de hecho todavía están vigentes en Estados Unidos leyes que buscan dañarlo, pero yo espero una respuesta positiva a ofertas positivas. Durante años se culpó al embargo o bloqueo de una serie de limitaciones internas que ahora quedarán eliminadas, por tanto no tiene sentido negarse a aceptarlas. Si un campesino puede comprar maquinaria agrícola para producir más alimento que necesita el país, no sé qué razones puede haber para negárselo. Pero todo eso forma parte de las negociaciones que ahora comienzan. El proceso comienza ahora y el único objetivo de las partes debería ser el bien de los ciudadanos que representan.
¿Dónde crees que se pueden presentar las mayores resistencias?
Hay ciertamente personas que se oponen y se opondrán a la solución del viejo conflicto entre Cuba y Estados Unidos, tanto en Estados Unidos como en Cuba. Es comprensible. Hay legisladores cubano-americanos que han amenazado públicamente con obstaculizar todas las medidas propuestas por Obama y su equipo, e incluso revertir todo el proceso si llegan a la presidencia. Evidentemente ellos representan a un grupo de cubanos en Estados Unidos que se sienten traicionados por este acontecimiento. Somos un pueblo dividido por la confrontación y el sufrimiento, partido en dos por un sistema social que no supo incluir a todos, y por un fuego alimentado por políticas erradas que aplicó Estados Unidos durante décadas. Hay muchos cubanos emigrados en Estados Unidos que sufren la pérdida de un ser querido y culpan de ello al gobierno cubano; y también hay cubanos que viven en la Isla, que han perdido seres queridos y culpan a otros cubanos que viven fuera del país o a las políticas aplicadas por los gobiernos de Estados Unidos. Es una realidad que no se puede ignorar, son planteamientos que tarde o temprano deberán ser reconocidos y escuchados, de un lado y del otro, porque para sanar debemos reconciliarnos y no hay reconciliación sin reconocimiento de la realidad del otro. Somos en verdad un pueblo herido, pero esas heridas solo comienzan a sanar cuando, sin olvidar el pasado, no nos quedamos atrapados en él, cuando le aplicamos el bálsamo del la buena obra que supera errores y procura que no se repitan. Es hora de hacer la historia presente y preparar el futuro.