Democracia y Política

Cuba ¿cuál futuro vendrá?

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Luego del acercamiento entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, no hay que olvidar que lo que realmente está en juego para el pueblo cubano, todo el pueblo cubano, dentro y fuera de la isla, es la democracia no sólo como concepto, sino como expresión real de los valores esenciales de la persona humana. Desde la perspectiva de la dictadura, impedir su llegada y florecimiento; desde la perspectiva de la democracia norteamericana –y de todas las democracias, en principio y por principio- su obtención.

Un hecho característico de la sociedad cubana es que en un siglo ha vivido bajo los tres sistemas de la contemporaneidad: el colonialismo, el capitalismo y el socialismo real. ¿Sus tres protagonistas? La metrópoli extranjera, el mercado y el Estado. Nunca el pueblo ha sido protagonista real.

 El gobierno de Cuba quiere ejecutar un acto paradojal: mantener una decadente cohesión social signada por el control férreo de la sociedad por parte del aparato estatal, sin permitir mayores disidencias o divergencias, mediante el milagro de hacer rentable una economía arruinada. De allí que en el documento llamado “Los Lineamientos de la Política Económica Y Social del Partido y de la Revolución” (2011), donde se intentaba describir el modo y forma como se ejecutarían los cambios, se indique claramente que se mantendrán el socialismo como ente rector en lo ideológico y programático, y la prohibición de la concentración de la propiedad. Todo ello condimenta con muchas porciones de ambigüedad e inviabilidad los procesos de cambio que se desean acometer, por una pareja de ancianos que nadie puede predecir cuánto tiempo vivirán, y que al parecer, en su senilidad, no aciertan a reconocer que el pasado es sólo un fragmento de la realidad.

Que se sepa, dichos lineamientos no han sido radicalmente cuestionados todavía por nadie de importancia dentro del aparato estatal cubano. Eso sí, en esa danza retórica con los vecinos del Norte que se iniciara el pasado mes de diciembre, nada puede considerarse definitivo.

Se ha dicho que Raúl Castro se retirará en pocos años, y será sustituido por Miguel Díaz-Canel. ¿Quién es Díaz-Canel? Según las propias palabras de Raúl Castro, Díaz-Canel no es un advenedizo ni un improvisado. Ha ascendido gradualmente, y es miembro del Comité Central del Partido desde 1991 y del Buró Político en el 2003. Ha sido además Ministro de Educación Superior, y a partir del 2012, Vicepresidente del Consejo de Ministros.

Dicho todo lo anterior, Miguel Díaz-Canel no tiene base de poder propia. Bueno, casi nadie que no tenga los apellidos Castro Ruz la tiene en Cuba. Por su currículo, puede verse que ha sido un burócrata obediente, cosa necesaria para sobrevivir en las mesetas del poder castrista. Ahora bien, en estas cosas de los designios a distancia, de parte de quienes han manejado el poder por tantos años a su real gana, un ejemplo emblemático históricamente hablando ha sido Francisco Franco, el último dictador español.

Para Franco, todo debía quedar “atado y bien atado”. Por “todo” quería decir la sucesión, la sobrevivencia del régimen, su memoria histórica como el salvador de España de la conspiración judeo-masónica y de las decadentes democracias occidentales. Claro, el problema fue que se atravesó la historia y, primero, el heredero esperable, Carrero Blanco, murió en un atentado de ETA, y luego el nuevo Ministro Secretario General del Movimiento, Adolfo Suárez, por quien nadie daba un duro (o sea, cinco pesetas) resultó ser quien condujo, contra las apuestas de la mayoría, a España al camino democrático y su posterior inclusión en el concierto de naciones europeas. Un reformista convencido de que los cambios podían hacerse sin violencia y con diálogo, su talante queda demostrado en estos versos de Antonio Machado (muerto en el exilio), citados por Suárez el 9 de junio de 1976 en un discurso ante las Cortes, sobre la nueva Ley de Asociaciones Políticas:

 Está el hoy abierto al mañana

mañana al infinito

Hombres de España:
 Ni el pasado ha muerto

Ni está el mañana ni el ayer escrito.»

¿Podrá ser Díaz-Canel, o alguien similar, el Adolfo Suárez cubano? Un totalitarismo comunista no es igual, en su fiera adherencia al poder, que un autoritarismo de derecha. Un solo hombre no cambiará la situación. Sin embargo, por otra parte, vientos de cambio, lentamente pero sin interrupciones, se dejan ver en la isla, aunque sean motivados por una tozuda realidad más que por un cambio real en las mentes castristas. La lucha por la profundización de los cambios no puede cometer un error señalado por el historiador Rafael Rojas: “suponer que estalinismo o comunismo es sólo un espíritu, una mentalidad, un estilo personal de gobernar –o un culto a la personalidad del líder, bastante notable en el caso cubano- y no lo que es, una estructura institucional.”

Otra cosa que busca desesperadamente Raúl Castro es una renovada legitimidad. Legitimidad, eso sí, para obtener los recursos financieros extranjeros que le permitan mantener el cerrojo sobre la isla. Abriendo rendijas por aquí o por allá, pero lo esencial, el régimen autocrático y militarista, vivo aunque sea asistido por el oxígeno dado por los dólares del vecino.

Mientras el régimen miente, odia y divide, la oposición concerta. Los Castro están mostrando su miedo al futuro, mientras que los opositores resaltan su fe en el porvenir de una verdadera revolución democrática, aquella que según la filósofa española María Zambrano permite que toda la sociedad sea pueblo. Una democracia donde, en palabras de la opositora cubana Gisela Delgado, “existan hombres y mujeres que sueñen despiertos por un país en el que sus hijos no tendrán que mirar sus vidas tras un cristal, ni escapar despavoridos para poder alcanzar un futuro mejor.”

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