Cuba: El pasado que nos espera
Emigrantes cubanos en Costa Rica, 2015. (THEWORLDWEEKLY.COM)
Un amigo suele usar esta frase para decir que hagas lo que hagas en el futuro, siempre hay un pasado que está ahí, esperando para repetirse. También la expresión se usaba en Cuba para significar que una vez caídos en desgracia, uno nunca podía predecir el pasado que le «tocaba»; cualquier error ya olvidado era el clavo final al ataúd antes de pasar a la condición de anónimo, de no-ciudadano, o «plan pijama».
Tal es el caso de lo que pudiera suceder en la Isla en los próximos meses, debido a las condiciones y algunas coincidencias con lo que antecedió al mal llamado Periodo Especial en Tiempos de Paz. Los cubanos de menos de 30 años o no habían nacido o eran muy niños para recordar aquellos días. Y si lo buscan en la prensa cubana apenas encontraran alguna referencia. El régimen, con su muy arraigada costumbre de publicar los éxitos y esconder los fracasos, no publicaba entonces el desastre económico, social e incluso político que sucedía en la Cuba de principios de los 90.
Vale la pena un breve recordatorio. Desaparecida la URSS y el llamado campo socialista, la Isla perdió casi el 80% del comercio exterior y casi todos los subsidios en esferas tan importantes como el petróleo, materiales de construcción, automóviles y piezas de repuesto, suministros para la agroindustria, insumos imprescindibles para la industrias química-farmacéutica y de higiene. El transporte público casi desapareció y las calles se llenaron de bicicletas. Ocho horas de luz eléctrica por ocho horas de apagón, de día y de madrugada en pleno verano. El agua, ya históricamente poca y mala, fue distribuida a intervalos de dos o tres días.
Lo más triste fue el efecto sobre la salud física y mental de los cubanos. Al desaparecer la oferta de lácteos por venta libre, y escasear las carnes de cualquier pluma y pelaje, una polineuropatía de tipo carencial comenzó a aparecer por avitaminosis. Parálisis y cegueras, parcialmente reversibles fueron celosamente ocultadas por el régimen. Nunca se publicó un estudio serio, honesto, en la prensa nacional. Todo cuanto supo la población entonces fue una pastillita llamada Polivit —polivitaminas— que dieron gratuitamente como profilaxis. Para aumentar las desgracias, el deterioro de la higiene provocó epidemias y escasez de recursos para enfrentarlas. La salud mental de los cubanos de aquellos años no está reflejada en estadísticas ni en artículos de opinión nacionales. Eso siempre ha sido tabú. La frustración y la desesperanza, incluso de los más leales, eran visibles en sus pies de «exiliados de terciopelo»; exfuncionarios y sus hijos con contratos de trabajo en el extranjero.
La orden del Máximo Líder era resistir. Que el «pueblo heroico» venciera al imperialismo que a su vez había vencido ya al socialismo en toda Europa. Por aquellos tensos días, hombres de izquierda y todavía enamorados de la revolución cubana, viajaban a la Isla con la intención de flexibilizar al régimen y abrirse a nuevas oportunidades. Pero la tozudez venció a la razón hasta que en agosto de 1994, un verano bien caliente con apagones, hambre y desencantos, cientos de habaneros se lanzaron a la calle en los incidentes conocidos como el Maleconazo. Aunque el éxodo no había parado desde el fin del socialismo real, la llamada Crisis de los Balseros que vino detrás del Maleconazo fue como un segundo Mariel.
La calle y no el imperialismo y sus misiles atómicos pusieron en jaque el sistema comunista a medidos de los años 90. Por primera vez el régimen debió admitir que su sobrevida dependía de cambios importantes y rápidos. Fue cuando dieron impulso considerable a las inversiones en el turismo, las empresas extranjeras tuvieron más facilidades para entrar, posesionarse, hacer sociedades mixtas. Poco a poco reabrieron los mercados agropecuarios con libre oferta y demanda. La administración central del Estado y las llamadas organizaciones políticas y de masas fueron racionalizadas, adecuadas en personal y recursos a los nuevos tiempos.
Salvando casi 30 años de distancia, la historia se repite: una presumible caída de los subsidios e inversiones venezolanas y brasileras seguidas de hambre, apagones, epidemias, frustración acumulada y emigración masiva —por ahora, terrestre. Una parte de la jerarquía está perfectamente consciente de que un oscuro pasado les espera y no está muy lejos; a la economía cubana crónicamente improductiva se suma la caída del «campo socialista bolivariano» y no se avizora otro mecenazgo en el horizonte. Intuyen que el Maleconazo II está a la vuelta de la esquina; esta vez sin un Máximo Líder que camine entre la muchedumbre apaciguando los ánimos. Esta facción cree que una flexibilización como la posterior a 1994 es esencial para seguir existiendo. Son quienes están detrás de los empresarios cubanoamericanos, de los lobistas en el Congreso norteamericano para levantar el embargo, de los inversionistas europeos para relanzar las empresas mixtas.
Hay otra parte del régimen, bomberos que en realidad son incendiarios sublimados, para quienes es preferible morir en el fuego redentor. Ellos están pisando la manguera y haciendo tiempo. Aspiran a ver toda la Isla incendiada desde sus habitaciones, lejos del bullicioso y licencioso malecón habanero. Por eso las órdenes hacia adentro han sido claras pero contraproducentes: no permitir la mínima chispa opositora. Las ordenes hacia afuera, léase Venezuela, igualmente contradictorias: apagar cualquier destello no bolivariano.
Esta otra columna aspira a un final neroniano. Son los mismos que fusilaron la reputación y los supuestos buenos oficios del presidente Obama, del papa Francisco, de los bancos e instituciones que por negocios, no por ideología, han perdonado las deudas del régimen. Para ellos, y es bueno no olvidarlo, todo entendimiento y propuesta de paz es una declaración de guerra. Tampoco podemos olvidar que una parte de esta columna de incendiarios vive en el sur de la Florida. Ellos también quieren, como sus colegas insulares, pisar la manguera.
Como en la mejor telenovela, hay dos finales preparados. Dos capítulos diferentes nos esperan. ¿Cuál de ellos será? Las empresas de entretenimiento suelen hacer encuestas sobre presumibles finales para no desencantar al público. Aunque no siempre nos regalan un cierre de rosas, nos evitan la mayor cantidad de espinas. De manera que el futuro, filmado ya, está en manos de quien siempre debe estar, el público.