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Cuba: El respeto a los derechos humanos se garantiza con la democratización

 

Aun cuando existe una estrecha relación de interdependencia entre democracia y derechos humanos, muchas veces se trata a éstos como si fueran algo independiente del sistema político, cuando objetivamente solo un sistema plenamente democrático los puede garantizar íntegramente.

Con toda razón me escribía un amigo que en otros países, cuyos Gobiernos habían firmado y ratificado los Pactos de derechos humanos, estos se seguían violando de muchas maneras porque el sistema político no garantizaba su ejercicio y su defensa con leyes,instituciones y poder real democráticos, verdaderamente en manos del pueblo.

Siendo muy legítimo reclamar el respeto a los derechos humanos, en Cuba podríamos quedar muy contentos con que el Gobierno aparezca mañana ratificando los Pactos internacionales de los derechos civiles y políticos y el de los derechos económicos, sociales y culturales, aceptando incluso su carácter vinculante a las leyes cubanas; pero ¿qué ocurriría en la práctica?

La única vía que parece posible para salir del atasco político, económico y social en que se encuentra Cuba es la creación de un ambiente de distensión y concordia

El sistema político actual sería incapaz de hacerlos cumplir, por lo cual habría primero que cambiar desde la Constitución, su formación y contenido, pasando por nuevas leyes sobre la libertad de expresión, asociación, trabajo y propiedad hasta la filosofía de por qué y para qué existe la policía.

El problema es cómo alcanzar ese proceso de democratización, esencia de las diferencias en el seno de la oposición, el pensamiento diferente e incluso entre los mismos oficialistas que están conscientes de la necesidad de cambios en estas direcciones.

Vuelve a la palestra un problema filosófico fundamental: existe una relación de interdependencia entre medios y fines. Los medios tienen que ser idénticos a los fines. No es posible alcanzar la democracia por medios no democráticos. Los métodos violentos, o provocadores de violencia, nunca han traído esos resultados. Tales intentos siempre han terminado engendrando nuevos ciclos de violencia, cuando no manteniendo el existente.

Las guerras de independencia y la intervención de EE UU en 1898 dieron lugar a una democracia viciada de caudillismo, militarismo y violencia, cuyo episodio más terrible, cruel y bochornoso fue la «guerrita contra los negros» en 1912. La Revolución contra Machado generó nuevos ciclos violentos, hasta que un proceso de democratización condujo a la Constitución del 40, con participación de todas las visiones políticas, a las elecciones del mismo año y al inicio de un período de estabilidad democrática hasta el golpe de Estado de 1952, abriendo otro ciclo de violencia.

Entonces, los intentos por encontrar una salida democrática negociada fueron frustrados por la irrupción en el escenario de la «violencia revolucionaria». A partir de entonces primó la violencia, resultando lo que todavía tenemos hoy: más violencia para sostener lo alcanzado por esa vía.

Una muestra la tuve ayer, domingo 20 de marzo, día en que llegó Obama. Desde horas tempranas tuve en mi casa la visita de un oficial de la Seguridad del Estado, vestido de civil, que con mucho respeto me dijo que me estaría acompañando hasta por la tarde, para cerciorarse de que no saldría de la casa. Prisión domiciliaria por unas 8 horas, sin razón alguna y sin la intervención de los órganos de justicia.

La única vía que parece posible para salir del atasco político, económico y social en que se encuentra Cuba es la creación de un ambiente de distensión y concordia en la nación, con el concurso de todas las partes que nos lleve al establecimiento de un diálogo nacional inclusivo, junto al restablecimiento de las libertades fundamentales.

Prisión domiciliaria por unas 8 horas, sin razón alguna y sin la intervención de los órganos de justicia

Así se crearían las condiciones para un amplio debate democrático horizontal y libre que nos lleve no a un pase de cuentas o a una revancha, sino a construir todos juntos, desde la diversidad y el respeto a las diferencias, la nueva institucionalidad jurídica, quedarían plasmados integralmente los derechos humanos.

Ello implicaría una nueva Constitución, aprobada en referendo; una nueva ley electoral pluripartidista que permita la elección democrática de todos los cargos públicos; el establecimiento de un Estado moderno de derecho con una adecuada división de poderes y plena transparencia funcional e informativa, bajo control popular, con autonomías municipales, presupuestos participativos y el sometimiento a referendo de las leyes que afecten a todos los ciudadanos.

La República Democrática humanista y solidaria, con plena justicia social, donde quepamos todos, se conseguiría como proceso paulatino y no como un acto de «restitución democrática».

Para lograrlo será necesario que todas las partes asuman una plena disposición al diálogo.

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