Cuba en la encrucijada: ¿Revolución desde abajo o desde arriba?
Una revolución puede ser favorable para un pueblo, pero también catastrófica, como lo fue la del 59 en Cuba y la "nacionalista" de Adolfo Hitler en Alemania
¿Qué está pasando hoy en Cuba? Para entender esto, es preciso recordar algunos conceptos. Una revolución, según la Academia de la Lengua, es un cambio radical, generalmente violento, de las estructuras de una sociedad. Según esa definición, esos cambios radicales terminaron a fines de los años 60, a partir de lo cual se instauró una dictadura totalitaria sobre las bases de un modelo económico de centralismo monopolista de Estado, lo cual no tiene nada que ver con el socialismo según el concepto original de esa palabra.
De acuerdo con lo anterior, una revolución puede ser favorable para un pueblo, pero también catastrófica, como lo fue la del 59 en Cuba y la «nacionalista» de Adolfo Hitler en Alemania. En la Inglaterra del siglo XVII hubo dos revoluciones: la conocida como Burguesa, que fue violenta y llevó a un período muy turbulento, y la llamada Gloriosa, que fue pacífica, promulgó la primera declaración de derechos humanos y dio a luz a un sistema muy estable que se ha extendido hasta el presente.
Ahora es preciso diferenciar revolución de lo que sería un proceso revolucionario, que no es lo mismo pero conduce a ella. Ese proceso comienza cuando un pueblo ha tomado conciencia de que el régimen bajo el cual vive debe ser cambiado y comienza a manifestarse multitudinariamente o por medio de un movimiento que lo representa, generalmente mediante un acto público trascendental. Aunque muchas veces ese acto termina en un fracaso, crea, sin embargo, un precedente que conduce luego a lo que sería ya el cambio radical, o sea, la revolución misma.
Estamos, pues, en este momento, en medio de un proceso revolucionario, y, por tanto, no muy lejos de que se produzca una nueva revolución
En el caso cubano, por ejemplo, el proceso revolucionario que condujo al triunfo del 59 comenzó con el asalto al Cuartel Moncada junto con el alegato La historia me absolverá, expuesto por Fidel Castro durante su juicio. En el caso de la Alemania nazi fue el intento de Hitler del golpe de Estado de Múnich encabezando al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, que fracasó y lo llevó a la cárcel, donde escribió su alegato, Mi Lucha. ¿No les parece todo muy parecido?
Algo semejante se produjo el 11 de julio del 2021 pero con notables diferencias: pacíficamente y con la participación de las capas más humildes del pueblo, con manifestaciones multitudinarias en decenas de ciudades del país, las cuales tomaron como himno, Patria y Vida, canción que luego ganaría dos Premio Grammy, y daría lugar a varias declaraciones de la sociedad civil cubana, dentro y fuera de la Isla. Los manifestantes, a pesar de haber actuado pacíficamente en la práctica de un derecho, fueron brutalmente reprimidos, y si hacemos un paralelo con lo ocurrido en Cuba en los años 50, veremos que, igualmente, fueron encarcelados, aunque sufriendo peores condiciones que las de los asaltantes del Moncada, pero los defensores de ambas dictaduras cantaron victoria creyendo que todo había terminado de manera favorable para ellos. Sin embargo, en los dos casos se iniciaron procesos revolucionarios.
Estamos, pues, en este momento, en medio de un proceso revolucionario, y, por tanto, no muy lejos de que se produzca una nueva revolución.
Veamos ahora la situación del poder. Tras aquel 11 de julio la dirigencia gubernamental tomó conciencia de que había llegado a un punto en que ya no era posible continuar con el modelo que había mantenido hasta entonces, un sistema económicamente insostenible que generaba periódicamente una crisis económico-social aguda, el mismo que había llevado a la implosión de la Unión Soviética y de todos los regímenes del llamado campo socialista de Europa.
Ese cambio radical podría ser una transición de privatizaciones, pero esta vez de forma pacífica, silenciosa y, por supuesto, desde el poder, procurando no perder el control
Anteriormente, cada vez que esa crisis aguda se presentaba, esa dirigencia, para aliviar la tensión social, reaccionaba con dos recursos salvadores: el éxodo masivo y las reformas económicas, entendiendo por reforma, no un cambio radical como sería una revolución, sino un cambio de forma, pero manteniendo siempre la esencia del sistema, todo lo más, algunas concesiones de libre mercado. Pero estos recursos eran solo temporales, que solo le servían para ganar tiempo, hasta encontrar un nuevo aliado externo que lo subvencionara, primero la Unión Soviética y después Venezuela. Esto es lo que ha estado haciendo también ahora, incluso con el éxodo más grande de toda su historia, lo cual le procura un respiro momentáneo, pero con la diferencia de que, esta vez no cuenta con dos factores que nunca le faltaron:
1-El mismo apoyo popular de antes, incluyendo a una gran parte de la población que, aunque desencantada, practicaba una doble moral.
2-Un nuevo aliado exterior a la vista, capaz de subsidiarlo permanentemente. Aunque Rusia podría ser ese aliado, es muy improbable que pueda cumplir con esa expectativa por hallarse inmersa en la guerra contra una Ucrania fortalecida por el apoyo de los países de Otan y la Unión Europea.
Esa dirigencia es consciente de todo esto. Por tanto, ¿qué puede hacer, entonces, si no quiere hundirse en el abismo? Pues ya no solo una reforma, sino cambios radicales, es decir, si otra revolución es inevitable, dicen, pues vamos a hacerla nosotros mismos. Ese cambio radical podría ser una transición de privatizaciones, pero esta vez de forma pacífica, silenciosa y, por supuesto, desde el poder, procurando no perder el control. El reportaje de Juan Diego Rodríguez y Olea Gallardo publicado en este medio, sobre privatizaciones del Gobierno cubano a favor de personas sin concurso alguno, refleja que ese proceso de transición pudiera haber comenzado, pero con la particularidad de que se asemeja a la vía rusa.
En los primeros años de la década de los 90, tras un viaje a Rusia, que comenzaba a desmontar el modelo totalitario y centralizado, publiqué en El Nuevo Herald un artículo titulado La transición que los cubanos no debemos hacer. Lo que empezaba a producirse allí era la apropiación privada de todos los medios de producción por burócratas civiles y militares como nuevos capitalistas. Y era lo más lógico, pues en Rusia no había habido una oposición fuerte que pudiera dirigir la transición, como sí lo hubo en otros países de Europa del Este, como Polonia y Checoslovaquia. Además, la transición del modelo de centralismo monopolista de Estado que han dado en llamar «socialismo real» a un sistema de mafia empresarial era lo más consecuente, pues esa característica ya existía potencialmente en las relaciones de los empresarios de esa burocracia.
En el libro que me costó una condena de ocho años de cárcel, Cuba, el Estado Marxista y la Nueva Clase, escrito en 1980 siendo profesor de marxismo en un preuniversitario habanero, hablaba del tipo de relaciones establecidas entre los directores de empresas, «socios tácitos que practican un trueque tácito… Cuando un gerente desea adquirir una mercancía lucrativa para su disfrute personal que no está a su alcance directo, acude a sus relaciones con otro que sí puede ‘resolverle’ y le recuerda que él es su ‘socio'», con lo cual le indica que puede devolverle el «favor». Esa complicidad generalizada de burócratas que hace que el sistema sea fallido por tantos «desvíos» y «faltantes» es el antecedente perfecto para lo que puede llegar a ser un sistema de mafia empresarial.
En agosto del pasado año publiqué en este medio La transición cubana y los planes de la mafia empresarial castrista, donde hablaba de tres posibles opciones y me inclinaba por una de ellas como la más probable, la de los planes mafioso-empresariales, y exhortaba a la sociedad civil «a unirse en una declaración consensuada en pro de una democratización del país, y promover los cambios estructurales desde abajo».
Ha llegado la hora de que los intelectuales cubanos de buena voluntad propongan, ante toda la sociedad, como contrapartida a esa opción de modelo de capitalismo mafioso, un programa económico único y consensuado
Los que crean que deliro, deben analizar bien: en Rusia no hubo nunca una manifestación como la del 11 de julio, ni un desarrollo del movimiento disidente como el de Cuba. Es más, excepto el de Polonia, no ha habido país alguno del campo socialista que haya tenido un movimiento más fuerte e irreductible que el de la disidencia cubana. Si no fuera así, la dirigencia cubana no estaría tan interesada en realizar los cambios radicales ni siquiera dirigida por ella misma. Pero el peligro está justamente en esto último, que desvíen el proceso de cambios necesarios por el camino de un putinismo caribeño.
Otros intelectuales cubanos han coincidido en alertar sobre ese peligro, como el economista Mauricio de Miranda Parrondo, profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, quien se preguntaba: «¿Resulta deseable el modelo ruso para Cuba?» y se respondía que en Rusia «se ha producido una transición del socialismo burocrático a un capitalismo mafioso». Y añadía: «Los cambios económicos necesarios en la Isla son de un inmenso calado y naturaleza estructural, pero no tendrían los efectos positivos deseados de potenciar crecimiento y desarrollo con justicia social si no se impulsan desde instituciones y políticas democráticas».
Ha llegado la hora de que los intelectuales cubanos de buena voluntad propongan, ante toda la sociedad, como contrapartida a esa opción de modelo de capitalismo mafioso, un programa económico único y consensuado para una Cuba futura que garantice el desarrollo de nuestro país y la verdadera justicia social.