Cuba: La próxima revolución, por la independencia
La revolución cubana no ha cumplido sus tareas democráticas, ni ha realizado las transformaciones socialistas prometidas. El proceso que se concretó en 1959 unió al pueblo cubano en la lucha por reinstaurar la institucionalidad democrática, interrumpida por el golpe de Estado de Fulgencio Batista. Sin embargo, no alcanzó esos propósitos populares y quedó frustrada cuando Fidel Castro y su grupo, que capitalizaron aquel triunfo, decidieron no restaurar la Constitución de 1940, ni reiniciar el curso democrático.
En cambio, desarrollaron un programa de justicia social, según sus miras, que implicaba la estatización y centralización de la economía y la política, con un enfoque de tipo nacionalista y populista claramente dirigido contra el imperialismo norteamericano y sus intereses en Cuba.
EE UU había sido declarado «enemigo principal» por el jefe de los guerrilleros en la Sierra Maestra desde aquella época.
La del 59 fue una revolución política violenta, donde unos grupos en el poder fueron desplazados por otros, entre los que finalmente predominó el de la Sierra Maestra, el mismo año. Dicho grupo, sustentado en el apoyo logrado en la lucha contra Batista, en menos de dos años, se apropió de toda la propiedad grande y mediana, nacional y extranjera y de todas las palancas de la economía en nombre del pueblo, el Estado y la revolución.
El golpe definitivo a la economía no estatal se dio con la ofensiva contrarrevolucionaria del 68. Así, la burguesía grande, mediana y pequeña, los trabajadores independientes, las cooperativas y demás asociaciones económicas, fueran nacionales o extranjeras, perdieron sus propiedades y fueron sustituidas por una burocracia que mantuvo la explotación asalariada de los trabajadores. Burocracia que 50 años después tiene las mismas personas al frente.
Las nacionalizaciones cambiaron la explotación asalariada de las empresas extranjeras por la del Estado que, en la práctica, resultó peor para los trabajadores
La rápida concentración de las decisiones políticas y de la propiedad agudizó artificialmente las contradicciones sociales, generó un inmediato movimiento opositor y llevó de cabeza el país al socialismo de estilo ruso.
Las nacionalizaciones cambiaron la explotación asalariada de las empresas extranjeras por la del Estado que, en la práctica, resultó peor para los trabajadores y la economía nacional en general, aunque el populismo impulsado posibilitó el acceso generalizado de todos los cubanos como nunca antes a la educación y la salud, los dos grandes logros sociales de esa revolución política. Esta experiencia demuestra lo funesto que es conceder al Estado el control total de la economía y la política, peor aún si ese Estado es manejado por un partido único.
Si durante el enfrentamiento a Batista y en los primeros meses del 59, Fidel negaba sus intenciones «comunistas», posteriormente llegó a decir que siempre fue «marxista leninista».
Al igual que la flauta del encantador saca la serpiente del cesto bailando a su ritmo y la del flautista de Hamelín se llevaba tras sí a los ratones del pueblo, el discurso radical del carismático líder revolucionario encantaba a la gran mayoría de los cubanos y conseguía arrastrarla tras sus consignas encendidas de nacionalismo, antiimperialismo y populismo.
La concentración de la propiedad en el Estado y el centralismo político, que constituyen la esencia de la teoría socialista del marxismo-leninismo –una desviación de 180 grados del marxismo y el socialismo clásicos–, el apoyo de los comunistas criollos y una alianza político-militar y económica con la URSS venían como anillo al dedo para los planes fidelistas de enfrentamiento total al imperialismo norteamericano, como si eso fuera a resolver los problemas del pueblo y los trabajadores cubanos.
Esta experiencia demuestra lo funesto que es conceder al Estado el control total de la economía y la política, peor aún si ese Estado es manejado por un partido único
Pero las consignas y el enfrentamiento al imperialismo en todo y en todas partes, resultaron fatídicas y, al revés, complicaron más todos los problemas de los cubanos.
Fue, además, la oportunidad «divina» del gigante rojo para hacerse de un aliado en América.
Y como nunca en Cuba se democratizó la política ni se socializó la propiedad, al quedar concentrada en el Estado, ni el poder real económico ni el político fueron a parar nunca a manos de los trabajadores y el pueblo. En realidad, aquí no hemos tenido todavía revolución alguna que haya cumplido objetivos democráticos ni socialistas. La generalización de la salud y la educación a cargo del Estado se ha alcanzado también en países típicamente capitalistas.
Que estatización no es sinónimo de socialización ni antiimperialismo es sinónimo de socialismo está más que demostrado.
La «actualización» viene desarrollando un proceso tardío, lento y limitado que los más optimistas pudieran considerar un avance hacia la socialización, con la repartición de tierras llenas de marabú entregadas en usufructo, con mil y una condiciones, controles y compromisos que solo unos cuantos han podido poner en explotación, con la autorización limitada del cuentapropismo y los experimentos de cooperativas «estatales» en los timbiriches que la burocracia no ha sido capaz de administrar.
Si se tratara de un proceso serio de socialización, no existirían tantas trabas, limitaciones e impuestos al cuentapropismo y al cooperativismo. Paralelamente, tendrían que ir desapareciendo los monopolios estatales que tratan de seguir controlando el mercado interno y el externo y existiría una política sustantiva de respaldo material y financiero a los nuevos emprendedores individuales y colectivos. Nuevas regulaciones, de ayer, hablan de aumentar los empréstitos hasta 20.000 pesos, y reducir los impuestos y los intereses a los cuentapropistas. Hay que esperar la instrumentación.
No hemos tenido todavía revolución alguna que haya cumplido objetivos democráticos ni socialistas. La generalización de la salud y la educación a cargo del Estado se ha alcanzado también en países típicamente capitalistas
Pero sobre todo, en las empresas estatales se habría empezado a organizar el control directo de los trabajadores sobre la dirección, gestión y repartición de utilidades, la autogestión empresarial y social, mientras que en los municipios ya estaría trabajándose en cuanto a los presupuestos participativos y las autonomías.
No hay ningún proceso serio de socialización de la propiedad y de la apropiación de los resultados del trabajo.
La marcha lenta forzada de la «actualización» y la «normalización de relaciones con EE UU» están dirigidas a tratar de evitar que la transición a la economía de mercado no se le vaya de las manos a la burocracia, seguir con la candanga del bloqueo para continuar justificando los déficits económicos y democráticos del sistema y a la vez dar la sensación de que «mantenemos la lucha antiimperialista, exigiendo el levantamiento del bloqueo y la devolución de la base naval».
Lo que en verdad existe es un intento de hacer más eficientes las empresas de propiedad estatal junto a una liberación limitada al cuentapropismo y la pequeña y mediana explotación asalariadas en los servicios, en una alianza con el capital extranjero y tratando de mantener populistamente la salud y la educación generalizadas.
Y esto no es más que una estrategia para dar tiempo a que termine su paso por la vida el caudillo revolucionario sin hacer cambios trascendentales: «después de mí, el diluvio» y, en todo caso, crear condiciones para que los sucesores y leales a la dirección histórica controlen la transición hacia el capitalismo privado guardando para la burocracia heredera el control de las principales empresas ya modernizadas.
La propuesta de los socialistas democráticos en el 2008 con el documento «Cuba necesita un socialismo participativo y democrático. Propuestas Programáticas» fue precisamente avanzar aceleradamente al cooperativismo auténtico, a la autogestión empresarial y social, a la plena liberación del trabajo por cuenta propia y a la entrega de tierras a privados y cooperativas, para lo cual expusimos un programa que no solo fue desoído, sino rechazado por el general Raúl Castro y su grupo.
En las condiciones actuales de desbarajuste de la economía y del creciente rechazo al “socialismo”, el acercamiento entre Washington y La Habana, puede ser la llave que abra el camino a la anexión virtual a EE UU
Ese camino sería la única alternativa para evitar el predominio de los grandes capitales privados foráneos y nacionales en Cuba, pero los Castro no han estado dispuestos nunca a entregar el poder a los trabajadores y al pueblo.
Esa negativa, con toda su carga de desastre socioeconómico y decepción, es la causa principal del descontento popular, de las críticas y de la oposición al curso actual de los socialistas democráticos y me atrevería a decir que de toda la izquierda democrática y de una buena parte de todos los cubanos que en algún momento confiamos en ellos.
En las condiciones actuales de desbarajuste de la economía y del creciente rechazo popular al «socialismo» intentado, el acercamiento entre Washington y La Habana centralizada, burocratizada y autoritaria puede ser la llave que abra el camino a la anexión virtual (subordinación económica y geopolítica) a EE UU, por confiar el desarrollo futuro de la nación a la cooperación económica con el vecino del Norte, donde los trabajadores y el pueblo seguirían siendo los explotados y excluidos del poder político y el económico de siempre.
De tanto antinorteamericanismo, el Gobierno de los Castro parecería estar cayendo en el extremo opuesto, por obra y gracia del desastre económico generado por su propio neoestalinismo, que pudiera lograr lo que no alcanzaron nunca los anexionistas y plattistas de la Isla.
Las revoluciones democrática y socialista siguen pendientes en Cuba. Pero si seguimos como vamos, el carácter de la próxima tendría que ser primero independentista, y la culpa no será del imperialismo.