Cuba: Se busca un Gorbachov
Creo que aquí se equivocaron por lado y lado.
Se equivocaron unos cuando creyeron que con la reanudación de relaciones entre Cuba y los EE UU sería sepultado el régimen de los Castro.
Se equivocaron otros cuando creyeron que Obama daba su bendición a los hermanos para que erigieran una dictadura sobre la base de un capitalismo de Estado al estilo chino.
Lo que ambos lados no entendieron fue que el destino de la isla no puede ser medido en plazos inmediatos. Es cierto que los Castro han debido enterrar –aunque solo sea por un tiempo- la que hasta ahora había sido su legitimación ideológica: el anti- norteamericanismo. Gracias a ello Obama ha logrado un acercamiento a diversos gobiernos latinoamericanos ante los cuales Cuba todavía operaba en los registros de lo simbólico. Así Obama está terminando con la imagen de “vanguardia continental” que tanto cuidó Fidel Castro.
Raúl, un tecnócrata, ha cambiado su aislamiento económico por un mayor aislamiento político. Aparentemente no pareciera ser así. Pero si se tiene en cuenta que a Raúl nadie lo aplaude fuera de Cuba -nadie lo cita, nadie quiere seguirlo, no es un conductor heroico para ninguna juventud- se entiende mejor lo dicho. Ni Maduro se atreve a nombrarlo. Cuba no es un ejemplo para nadie en América Latina. Y si el gobierno dictatorial venezolano es derrotado en las parlamentarias del 6-D, ese aislamiento será todavía mayor.
¿Se verá entonces obligado el castrismo a abrir vías de transición hacia la democracia? Para que eso ocurra se necesitan dos condiciones: Un régimen en crisis por una parte, y una oposición ascendente, por otra. El problema es que cada una de esas condiciones depende de la otra.
Uno de los grandes éxitos del castrismo fue la destrucción de todo lo que se pareciera a una oposición. Cárceles, torturas, asesinatos y exilio fueron medios de los que se valió para crear una dictadura de neto signo totalitario. Pero con el deshielo, el castrismo ha devaluado, por lo menos en parte, a ese signo, es decir, hoy es algo menos totalitario aunque continúa siendo dictatorial y militar. Ello se ha traducido en el aparecimiento de nuevas iniciativas opositoras. Diferentes entre sí pero con un objetivo común: alcanzar las tres libertades básicas: 1) de pensamiento 2) de expresión y 3) de asociación.
En esa dirección, la incipiente oposición cubana ha sabido crear sus espacios. Cada día aparecen nuevos medios de difusión, ya no solo digitales. Cada día hay encuentros entre organizaciones civiles, dentro y fuera de Cuba. La libertad de religión ya ha sido lograda gracias a tres papas visitantes. Intelectuales que en otro tiempo iban al cadalso, han obtenido cierta autonomía.
Si un Leonardo Padura, una Yoani Sánchez o un Pablo Milanés dicen hoy lo que piensan, no es un obsequio de los Castro; es un logro de la disidencia. Esa oportunidad no la tuvieron Heberto Padilla ni Reinaldo Arenas. Por nombrar solo a dos entre cientos.
La mayoría de esas iniciativas no agotan sus esfuerzos en el martirologio. De lo que se trata es de continuar abriendo espacios y buscar, si es posible, una cierta resonancia al interior del régimen, aunque eso pase –estamos hablando de política- por algunos consentimientos.
En síntesis, la formación orgánica de la oposición, aunque no reconocida por la dictadura, ya parece haber sido alcanzada. ¿Ocurrirá en Cuba entonces una transición? O en otras palabras: ¿Aparecerá alguna vez un Gorbachov cubano?
Gorbachov fue para muchos, un milagro. Pero Gorbachov no llegó desde la nada. Él fue representante de una fracción al interior de la nomenclatura soviética la que, cuando llegó el momento, conectó con la disidencia democrática. Sin esa disidencia, Gorbachov habría caído al vacío.
Gorbachov, para usar la expresión de Hans Magnus Enzensberger, fue “un héroe de la retirada”. Ese, o esos héroes, no han aparecido todavía en Cuba. Pero la necesidad existe: la isla requiere de un Gorbachov, aunque sea tropical.
La necesidad crea al órgano, dice un postulado biológico. La demanda hace a la oferta, dice un postulado económico. Cada tiempo busca a sus nombres, dice un postulado histórico.
Si esos postulados pudieran hacerse extensivos a la política, Cuba volverá a ese lugar de donde nunca debió haber salido: a la democracia que una vez prometió el joven Fidel. A la misma que él traicionó. Al reencuentro amistoso con el verdadero José Martí.