Cubanos en restauración
Recomendamos vivamente la lectura de este escrito de una pintora, escritora, etnóloga cubana llamada Natalia Bolívar. Reside en Cuba y, quienes la conocen, la definen como de personalidad fogosa e inteligencia viva. Su texto, testimonial, debe estar teniendo repercusión en ciertos círculos. Su “exigencia” de reforma interior, va al encuentro de lo que no pocos se plantean en el sentido de que, al tiempo de los necesarios planteos económicos y políticos, con tanto más énfasis, debe atenderse a la sanación radical, léase, al problema de la dialéctica entre “memoria, olvido y perdón”, en términos de verdad, justicia y misericordia, so pena no sólo de insuficiencia, sino, posiblemente, de distorsión pragmática y frustración ética y espiritual.
RCL –
La noche del 24 de diciembre atravesé la ciudad sin guirnaldas. Crucé La Habana empapada para cenar con mi entrañable amigo Carlos Varela, compositor de canciones como ‘Habáname’, ‘Guillermo Tell’, ‘Muros’ y tantos otros himnos de nuestra generación. Sin arbolitos ni luces comimos juntos y escuchamos la música que nos une.
Allí, entre Jackson Browne y Bebo Valdés, llegó el 25 de diciembre, sin más regalos que el futuro en puerta y nuestra amistad a prueba de balas. A pesar de que todas nuestras ilusiones siguen a flote, la ciudad no ha sido afectada por los cambios y su dramática, recóndita penumbra esconde cualquier atisbo de alegría.
De regreso a casa, nada parece haber cambiado. Sólo algunos balcones en los que pueden verse dos banderas mojadas, una cubana y una americana . ¿Quién lo diría?
Días antes, en la televisión, la periodista que guía la mesa redonda insiste en la idea de que el embargo no ha terminado, mientras su invitado le explica que del bloqueo solo queda “el cascarón”. La periodista no le cree, necesita los argumentos del embargo para justificar su silla, sus siguientes pasos y, sobre todo, su pasado. ¿Cómo será su vida en lo adelante? ¿Le servirán aquellos méritos políticos? ¿Su modo de podar las informaciones políticas? No, eso no lo sabemos.
Lo mismo pasa en una televisora local de Miami, donde un presentador evidencia que estos cambios son para mal, mientras algunos de sus panelistas intentan explicarle que de la separación y el silencio no hemos sacado nada bueno. El anfitrión insiste en ver el lado negativo del asunto… Hay días en que todo parece ser lo mismo.
Tras el reciente anuncio de Obama y Raúl sobre el cambio en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, nos comunicamos con los amigos y la familia que vive en el exilio. Los que se permiten perdonar y empezar de cero, los que aún desean reencontrarse con su isla se sienten felices y esperanzados; los que fueron obligados a partir y no pueden o no se permiten perdonar; los que tiraron la puerta para siempre a causa de las profundas heridas aún abiertas, no respondieron o esparcieron su opinión en los medios que tienen a su alcance.
Hasta aquí llegó el júbilo, la alegría, la indiferencia o la inconformidad, el odio o la esperanza, el temor y la duda. Se lee en ciertos mails o mensajes de texto, insultos en Facebook, que de este lado pocos logran leer.
Este diciembre, al parecer, ganamos la posibilidad de recuperar espacios o afectos que parecían negados para siempre. Planeamos un añorado reencuentro y perdimos también a seres queridos que, entre insultos y neuróticos golpes bajos, ironías, amenazas o malas palabras, abandonaron la posibilidad de un diálogo entre cubanos. Nos pasan la cuenta confundiendo nuestro rol afectivo con nuestra condición de residentes, aunque sepan que los habitantes de esta isla no fuimos consultados para hacer la negociación.
Éste es el trabalenguas de un cubano:
Si nos vamos de Cuba abandonamos a nuestras familias y con ello, la posibilidad de hacer algo desde adentro para modificar la realidad. Si nos quedamos, colaboramos y somos culpables de todo lo que aquí ocurre, formamos parte de ello y, a la vista de muchos, apoyamos todo aquello que hoy nos separa.
¿Qué hacer?
Tal vez este diciembre estemos acudiendo a una cura de espanto: duele pero sana. En estos días nos proyectamos tal cual somos, y a través de la breve transparencia que provocan los acontecimientos vemos claramente cuánto odio o cuánta bondad hay en cada uno de nosotros.
Este fin de año he sabido que debemos ser nosotros quienes tumbemos el bloqueo mental, no es sólo la ciudad apagada, sus ruinas y sus calles, las políticas de gobierno, las rígidas opiniones de las televisoras colocadas a extremos del conflicto, las leyes ciudadanas, o las políticas de Estado las que hay que restaurar. Este diciembre he sabido que aquí y allí, los cubanos necesitamos iniciar una restauración capital.
Ya Obama y Raúl acordaron un cambio en las relaciones entre ambos países; pues bien, seamos sinceros: hoy somos nosotros quienes debemos curar las heridas y hacer un alto en los odios que nos separan para que ocurra entonces el verdadero cambio en las relaciones entre los seres humanos de esta isla que merecemos una transición pacífica. Eso no lo pueden pactar dos mandatarios.
Me abandonaste, me dejaste o te abandoné en el infierno; me hiciste y me debes, te hice y recibiré mi merecido; me voy y no regresaré, volveré solo cuando tú, aquellos, los otros, todos o solo algunos mueran… Culpables o culpados, inocentes, excluidos, emigrantes, exiliados o inxiliados, presos todos, amordazados y rotos a causa de esta tragedia insular, hagamos un alto en el dolor y en las venganzas. Alto al fuego. Recibamos de un modo diferente este 2015.
Restauremos nuestro país interior.