Cultura de partidos
El problema político español se encuentra en el interior de cada una de las formaciones
Mal lo tenemos si seguimos pensando que el problema político español deriva de la ausencia de una cultura de pactos entre los partidos. El problema se encuentra en el interior de cada uno de ellos. No estamos, pues, ante una malsana relación interpartidista, sino ante una enfermiza cultura intrapartidista. El PSOE, cuyas disputas internas son bien conocidas, representa hoy el mejor ejemplo. Es el epítome de cómo las organizaciones, no solo los individuos, pueden autoinmolarse sin más, aunque luego lo justifiquen detrás de “grandes principios”.
Algo muy similar ocurre en el PP, donde nadie es capaz de poner el cascabel al gato; o sea, promover la salida de Rajoy, el gran lastre para que este partido pueda aspirar a una mínima regeneración política y a partir de ahí llegar a acuerdos con otros. Al partido conservador británico no le dolieron prendas cuando tuvo que renunciar a Margaret Thatcher, o a la CDU alemana cuando hizo lo propio con Helmut Kohl. Dos gloriosos pesos pesados que en cuanto amenazaron con hundir el barco fueron apartados de forma elegante pero sin paliativos.
PSOE y PP expresan dos modelos opuestos de vida intrapartidista, pero los dos muestran alguna patología. Uno, el PP, por exceso de liderazgo y falta de auténtica autocrítica; y otro, el PSOE, descompensado por el enorme peso de las baronías territoriales. Algo similar a esto último, lo de los vetos territoriales, es lo que enseguida puede ocurrir en Podemos, que se parece cada vez más a una federación de pueblos ibéricos. Quienes estaban llamados a representar a “la gente” ahora parece que la imaginan adjetivada por sus zonas de procedencia: gente valenciana, catalana, gallega y el resto. A eso lo llaman “construir pueblo”. Así, en singular. Y Ciudadanos se asemeja a una one man band: Rivera y el resto.
En el fondo todo obedece, desde luego, a un problema de gestión del poder interno dentro del partido. Cuando este está bien lubricado, como suele ocurrir en los ámbitos local y autonómico, apenas hay problemas para cerrar pactos. A escala nacional la cosa cambia. También, porque, 1) no hay precedentes que nos guíen a la hora de compartir los despojos de la política. Hasta ahora entre nosotros predominaba un Ejecutivo presidencialista: todo el poder para el presidente del Gobierno, los ministros son meros comparsas. Eso ahora tendrá que cambiar. 2) A los vetos de los partidos coaligados se suman los propios del interior de cada uno de ellos. Líneas rojas por dentro y por fuera. Y 3), dadas estas dificultades, se piensa más en los beneficios electorales de quedarse fuera del Gobierno que en los derivados de ejercerlo. Pero que no olviden la advertencia de Andreotti: ¡Lo que de verdad desgasta es permanecer en la oposición!