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Dagoberto Valdés – Cuba: la persona, el ciudadano y la soberanía

Cada persona ciudadana tiene y debe ejercer la soberanía política, económica, social, cultural y legal

 

 

Los acontecimientos de la pasada semana en nuestro hermano pueblo venezolano y su repercusión en este hemisferio y en el mundo, así como otros hechos acaecidos en nuestro país, me animan a profundizar en una reflexión ética que intente avanzar más allá de los hechos, de los políticos y de las palabras.

Para ello me gustaría centrarme en tres ejes que considero centrales para una evaluación ética de estos aconteceres: la persona, el ciudadano y la soberanía.

*La persona*

Toda persona, independiente de su ideología, partido, creencia o filosofía, es un ser humano y, solo por ello, y precisamente por ello, debe ser sujeto de libertad, responsabilidad, justicia y paz.

La persona, su dignidad y sus derechos humanos inalienables, tienen prioridad indiscutible sobre la política, la economía, la sociedad, las ideologías, los partidos, las instituciones y el Estado. No se puede poner a la persona humana al servicio de ninguna de estas realidades. Al contrario, estas realidades y todas las demás deben ponerse al servicio de cada persona individualmente y de la sociedad entera. Todas las organizaciones, estructuras y funcionamientos de la sociedad y el Estado deben tener como fin servir al ser humano, contribuir a que su vida sea plena, libre y responsable, a su desarrollo humano integral, a su prosperidad material, moral y espiritual y así crear las condiciones para su felicidad.

Todo lo que cause sufrimiento, angustia, desesperanza, pobreza, opresión, falta de proyecto de vida, falta de libertad y de paz, interior y social, es un crimen que lesiona lo más sagrado de toda sociedad: todas y cada una de las personas que la formamos. Nada puede justificar la violación de esos derechos, libertades y dignidad plena.

Este es un primer criterio ético que nos puede servir para evaluar las situaciones que estamos viviendo y hacernos de una opinión propia y fundamentada. Nos podríamos hacer esta pregunta: ¿Contribuyen los acontecimientos, los sistemas, las decisiones, a preservar y desarrollar la dignidad y los derechos inalienables de cada persona que conforma la comunidad nacional? La respuesta es un primer argumento ético para evaluar la situación.

*El ciudadano*

El ciudadano es toda persona que toma conciencia de su ser social; que tiene la voluntad y el compromiso de ejercer su soberanía ciudadana. Es decir, es un sujeto de derechos y deberes cívicos. Es un miembro activo de la sociedad en que vive. Cada persona ciudadana tiene y debe ejercer la soberanía política, económica, social, cultural y legal. La soberanía de un país democrático reside en el pueblo, es decir, en cada miembro de la sociedad. Los políticos y demás funcionarios públicos son y deben ser servidores de los demás conciudadanos, buscando el bien común.

Los regímenes totalitarios, autoritarios, o populistas usurpan la soberanía de los ciudadanos invirtiendo el papel de cada uno: el servicio se convierte en poder opresivo y el ciudadano que nace soberano se convierte en un servidor del Estado. Medir el grado de soberanía ciudadana que ejerce cada miembro de una sociedad es una forma preeminente de evaluar el grado de democracia de un sistema o gobierno. Este es un segundo criterio ético para evaluar las situaciones vividas y sacar las propias conclusiones sin que nos manipulen. Podríamos hacernos estas y otras preguntas: ¿Se ha respetado la soberanía de los ciudadanos expresada libre y conscientemente en las urnas o en manifestaciones pacíficas? ¿Se ha permitido y fomentado la participación política, económica, y social ejerciendo las libertades de expresión, manifestación, reunión, entre otras?

*La soberanía*

La soberanía es un concepto que durante mucho tiempo se ha relacionado con la independencia del país, el respeto a las fronteras y la no injerencia en los asuntos internos. Sin embargo, esa soberanía nacional tiene su fundamento y su razón de ser en otro tipo de soberanía que es el ejercicio del poder por parte de los ciudadanos. Se llama soberanía ciudadana.

Sin el ejercicio democrático y participativo de los ciudadanos en las decisiones y administración de su país, cuidar sus fronteras se convierte en un ejercicio vacío, pues todos los estudiosos reconocen que la base fundamental de la soberanía nacional es el ejercicio democrático de los derechos y libertades ciudadanas. Este ejercicio contribuye a la paz y a la armonía interior, a la cohesión de la sociedad y a la consolidación de la conciencia nacional.

Hay dos tipos de soberanía ciudadana: soberanía de iure, es decir, la que garantizan las leyes que reconocen el ejercicio del poder por parte de cada ciudadano, sea directamente en referéndums u otro tipo de consulta popular, o ya eligiendo, real y efectivamente, a sus representantes de forma libre, limpia, democrática y competitiva. Y existe también la soberanía de facto, que es la que se practica aun cuando el poder totalitario, autoritario o populista, limite, impida o usurpe el ejercicio de la soberanía de todos sus ciudadanos en plena facultad de hacerlo.

Este es un tercer criterio ético para evaluar las situaciones que estamos viviendo y poder hacernos nuestro propio juicio de los hechos. Podríamos hacernos estas u otras preguntas: ¿Las leyes y la Constitución están hechas para garantizar y defender el ejercicio de la soberanía de cada ciudadano o para coartarla o usurparla? ¿Se defiende con la misma intensidad y legalidad la soberanía de cada ciudadano como se repite que se defiende la soberanía de las fronteras? ¿Se respeta, educa y promueve el ejercicio personal y público de la soberanía que cada ciudadano tiene por ser una persona miembro, con derecho y deberes, de una sociedad determinada? ¿Se respeta el derecho de manifestar privada, pública y mediáticamente, la opinión soberana de cada ciudadano?

En dependencia de las respuestas que le demos a estas preguntas, en estos tres aspectos, podremos tener una evaluación ética, y también política en sentido amplio, de los acontecimientos que hemos vivido, que estamos viviendo y que viviremos.

La opinión pública y los criterios personales no se deben forjar solo leyendo noticias en las redes o escuchando podcasts y otras formas de comunicación social. Es necesario informarse, diversificar las fuentes, pero también discernir y evaluar según criterios éticos, para poder arribar a nuestras propias opiniones sin que nada, ni nadie, nos lo impida, nos mienta, manipule u oculte información o criterios para poder hacer nuestro propia evaluación ética de los hechos.

Conocer lo que pasa es bueno. Pero ir como una veleta dando bandazos, según de dónde sople el viento de las noticias y de su interpretación, es convertirse en veleta manipulada por intereses de todo tipo.

Hagamos nuestra propia evaluación de los acontecimientos basada en estos y otros criterios que nos aporta una verdadera formación ética y cívica que, por cierto, tanto necesitamos todos los cubanos.

Así la verdad de lo que está ocurriendo nos permitirá tomar las mejores decisiones.-

 

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