Dagoberto Valdés: De la épica a la mística
"Nuestra existencia cotidiana y la vida en Cuba se hacen cada vez más insoportables, más absurdas, más críticas. Por eso es la estampida".
Cada vez compruebo, con mayor frecuencia, en Cuba y el mundo, que hay un mito que va cayendo, una concepción de la existencia que va cambiando e impacta con más contundencia en la vida personal y en las relaciones entre pueblos: se trata de experimentar qué es ser fuerte y qué es ser débil. Dicho de otra forma: ¿de dónde nace la fortaleza y cuál es el origen de nuestra debilidad como personas o como pueblo?
No hablo de teorías sino de experiencias. No trato de hacer filosofía sino de compartir vivencias que puedan ayudarnos a crecer en resiliencia, en confianza y en esperanza, tres virtudes que necesitamos los cubanos con más urgencia que nunca. En efecto, nuestra existencia cotidiana y la vida en Cuba se hacen cada vez más insoportables, más absurdas, más críticas. Por eso es la estampida. Por eso es el éxodo masivo e imparable. Pero, ¿será escapar de esta existencia sin horizontes la única reacción ante el desastre?
El mito que cae
La deriva de la guerra de invasión injustificada a Ucrania, por parte de una visión zarista y prepotente en Rusia, ha demostrado al mundo la decadencia de un mito. No siempre la fuerza bruta vence sobre el más débil. No siempre la maldad tiene la última palabra. El mito de que en lo grande está la grandeza se ha hecho añicos. Solo unos pocos, muy pocos, intentan resucitar el mito hegemónico y prepotente de que en la fuerza de la violencia y de las armas está la verdadera fortaleza.
Ha caído el mito de que el pueblo cubano era tan manso.
La actitud y la resistencia heroica del pueblo de Ucrania son y deben ser un ejemplo de lo que puede hacer un pueblo cuando una parte de él decide no huir, cuando su Iglesia decide estar al lado del pueblo del que forma parte y no estar de forma silenciada y pasiva, temerosa y manipulada, como ocurre con el liderazgo de la Iglesia rusa que, nostálgica de épocas pasadas, se ha montado en el tren equivocado.
En Cuba, sobre todo después del 11 de julio de 2021, otros mitos han caído. Es la vaciedad de los falsos dioses. Es el fin de una narrativa. Ha caído el mito de que el pueblo cubano era tan manso, y que era tal el nivel de miedo inducido, que era imposible que se manifestara masiva y pacíficamente en las calles de toda Cuba. Ahora todo el mundo ha podido comprobar que no se trataba de un “grupúsculo” manipulado.
Ha caído el mito que nos hacía creer que la mayoría del pueblo se sentía protegido y asistido en un sistema de salud con todos los recursos y con un trato humano y de calidad. Ahora comprobamos que el acceso de todos al sistema de salud no supone una asistencia médica rápida y eficaz, ni la garantía del acceso a medicamentos y otros insumos. Los bloqueos no han lesionado la construcción de hoteles de lujo para turistas extranjeros porque esta es la prioridad elegida por los que pueden elegir.
Ha caído el mito que nos hacía creer que el sistema de educación con acceso gratuito a todos tendría el nivel de calidad, los contenidos en valores y el cultivo de virtudes que hiciera nacer a un “hombre nuevo”, pero ahora podemos comprobar que las nuevas generaciones, con sus excepciones que lo confirman, no han dado lugar al hombre nuevo sino el hombre en fuga; no es la generación de una “humanidad sana” sino del homo saucius (el hombre enfermo) lesionado por el daño antropológico causado por el totalitarismo, un mito que sostenía que es posible y necesario el control total sobre las vidas de todos. La mortaja del mito del control total es el viejo refrán popular convincentemente demostrado en las últimas décadas de sobrevivencia en Cuba: “el que mucho abarca poco aprieta”.
La cultura épica
Podríamos identificar al proceso que se ha venido dando en Cuba, desde hace muchas décadas, como el indoctrinamiento de una cultura épica de la confrontación y de la fuerza. Fijémonos que lo que se destaca en nuestra historia son los conflictos bélicos, prácticamente nuestra historia se basa y se estructura sobre las guerras y conflictos. Los que más se destacan son aquellos patricios que lideraron guerras o fueron militares. La excepcionalidad de José Martí, único de nuestros grandes héroes que no era militar y que siempre se honraba con estatuas de pie o sentado, con libros y toga, ahora se entroniza también montado a caballo muriendo en el único combate en el que participó.
La imposición de una cultura épica se puede comprobar cotidianamente en Cuba por la exaltación de la intransigencia, la promoción de la lucha de clases como el motor de la historia, las órdenes de combate y resistencia, el cultivo de un espíritu numantino, el constante combate contra un “enemigo externo” o contra el cubano que no piensa con la ideología oficial, la falsa apreciación de que los métodos pacíficos son débiles, el diálogo verdadero y la negociación eficaz son considerados como propios de gente floja, la exaltación de los invictos, el culto a la personalidad del guerrero, el lenguaje bélico incrustado en la vida civil como “puesto de mando”, “estado de sitio”, “trincheras ideológicas”, “lucha y resistencia”, “guardia pioneril”, “saludos y posturas militares”, “planes tácticos y estratégicos”, entre otros.
Una propuesta viable ante esta deformación cultural sería la identificación y cultivo de una cultura ética y cívica que hunde sus raíces en lo mejor de la identidad, la historia y la nacionalidad cubanas. Bastaría rescatar las escuelas de pensamiento de Fray Bartolomé de las Casas, el Padre José Agustín Caballero, el Padre Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Domingo del Monte, Rafael María de Mendive, Ignacio Agramonte y José Martí, entre otros muchos. Todos estos son paradigmas del civilismo, de la educación y la cultura como caminos de libertad e independencia.
Sustituyamos la crispación de una epicidad exacerbada e intolerante por una cultura civilista, educacional, dialogal y pacífica. Este largo y apasionante proceso de formación ética y cívica tendrá, por lo menos, dos grandes ventajas: rescatar la verdad total de nuestra historia y nuestra cultura en todas sus dimensiones y no solo en la guerrerista y, lo más importante, sentar las bases para que Cuba pueda reconstruirse sobre bases de civilidad, diálogo y negociación verdaderos; sobre la educación como principal herramienta,y sobre una convivencia plural, diversa y pacífica como hábitat natural de la democracia y el progreso.
Mística y Política
Para emprender esta reconstrucción de Cuba, es decir, de cada cubano, debemos cambiar la épica por la mística, la confrontación por la política, cambiar el materialismo por la espiritualidad, combinar la dialéctica con la dialógica, aprender progresivamente la solución pacífica de los conflictos. Uno de los principales binomios que nos permitirá reconstruir el futuro de Cuba es el de: Mística y Política.
Vivir una mística no necesariamente equivale a vivir una religión, aunque generalmente mística y religión se identifiquen sin faltarle razón. En efecto, la historia nos presenta a muchos místicos que asentaron esa fuerza espiritual en su fe, sin embargo, también muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia han vivido esa mística política, es decir, han sido motivados por una mística que es esa fuerza interior, esa entereza de espíritu, esa presencia de ánimo y empuje a la acción pacífica que nace del alma. Es una mística política, es decir una fuerza interior para buscar el bien común de la polis. Es una mística cívica.
Los grandes místicos de la historia no son personas alienadas montadas en una nube, con la cabeza perdida en el más allá. Los grandes y auténticos místicos, incluidos los que han llevado una vida monástica, han sido fundadores de lo nuevo, renovadores de lo viejo, reformadores de lo bueno para ponerlo al día, han sido intrépidos y valientes transformadores de la realidad en la que han vivido, sin tener que recurrir a la violencia, a la confrontación bélica o a la destrucción del tejido social. He leído en alguna parte el símil del huevo: si un huevo es roto por una fuerza exterior se pierde la vida que había en él, pero si un huevo se rompe desde dentro entonces es que nace la nueva vida.
Cambiar la fuerza por la razón. Cambiar la lucha de clases por la convivencia pacífica.
Cuba necesita cambiar sus arquetipos culturales, sus modelos de vida, su escala de valores, sus criterios de juicio. Cambiar la fuerza por la razón. Cambiar la lucha de clases por la convivencia pacífica. Cambiar la exclusión por la unidad en la diversidad. Cambiar el ataque contra la persona por el debate de sus propuestas. Cambiar la egolatría épica por una humildad profunda y generadora de paz. Cambiar el materialismo dialéctico por una espiritualidad mística, que no necesariamente significa practicar un culto religioso. Cambiar el machismo de la fuerza exterior por el cultivo de un alma grande que es el cultivo de la magnanimidad como virtud cívica. Cambiar el mito de que la grandeza se conquista con la fuerza por creer en la fuerza de lo pequeño. Cambiar el criterio de que la fuerza viene de fuera por la convicción de que la verdadera fortaleza está en nuestro interior, en el alma de cada cubano y en el alma de la Nación.
Pero, ¿qué le pasará a un pueblo que ha abandonado el cultivo de su espiritualidad? ¿Qué actitudes tomará un pueblo al que le han enfermado el alma? ¿Cómo cambiar de la cultura épica a la cultura mística, si todo a nuestro alrededor es conflictividad, exclusión, materialismo existencial, represión y condenas?
Quizá esta sea una explicación de por qué huimos los cubanos, de por qué nos escondemos detrás de múltiples caretas, de por qué buscamos la fama en lugar de la espiritualidad. De por qué nuestra fiebre posesiva y materialista por tantos años de miseria sin espíritu, de instrucción sin alma.
Pero también esta puede ser una oportunidad para comprender por qué hay tantos cubanos que han decidido no vivir más en la mentira, han decidido expresar públicamente la verdad en la que creen. Esta sea la explicación de por qué resisten en las cárceles tantos injustamente condenados. Quizá podamos explicarnos por qué un signo de los tiempos nuevos en Cuba es que todos, todos, los que estamos trabajando por un cambio hacia la democracia solo lo hacemos con métodos pacíficos y buscando el respeto a la diversidad.
En efecto, esta reflexión acerca de los cubanos y cubanas que han encontrado su fuerza en la mística, en ese “castillo interior”, en creer con Martí que “más vale una idea en el fondo de una cueva que un ejército”, y que por esa convicción sean capaces de toda heroicidad pacífica, me llena de esperanza en los cubanos. Por la creciente conciencia de que este proceso, que va de lo bélico a lo místico que ya está en marcha, y porque es uno de los signos de identidad de la actual sociedad civil cubana, aunque algunos no lo vivan conscientemente todavía, todo esto me llena de auténtica esperanza.
No de una esperanza ilusoria y pueril, sino de la única esperanza cierta y segura: aquella que se funda en la mística y en la creencia en la fuerza del alma humana, en la fecundidad de la semilla, en “el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud”. Este camino de activismo pacífico,sin odios ni venganzas, que viven muchos cubanos, dentro y fuera de la Isla, me llena de la esperanza que no defrauda y me hace creer y confiar, cada vez más, en la capacidad transformadora del espíritu humano y en la presencia, muchas veces ignorada o descreída, del Espíritu de Dios en la Historia, en nuestra historia.
Cuba necesita mística y libertad.