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Dagoberto Valdés: El activismo, la imperfección, y la negociación

Es un hecho comprobable que la sociedad civil cubana crece, se conecta y actúa pacíficamente con mayor visibilidad y frecuencia, entre otros factores, gracias al uso de la Internet y las redes sociales. Este creciente activismo era impensable hace cinco años. No se trata de que se haya descubierto lo ya sabido y comenzado, sino que el acceso a las nuevas tecnologías, la “pandemia” de la crisis y luego la crisis de la pandemia, han agravado cada vez más la vida cotidiana del pueblo cubano y muchos de los cubanos van perdiendo el miedo.

Con frecuencia, ante este lento crecimiento de la sociedad civil hay diferentes reacciones, en ocasiones contrapuestas:

  • Los que les gustaría que todo vaya más rápido y solicitan medidas drásticas.
  • Los que les parece que hay que ir sin prisa para no malograr el proceso.
  • Los que convierten sus deseos y sueños en una realidad aún no existente.
  • Los que, de un lado y de otro, tienden al triunfalismo sin fundamento.
  • Los que, por otro lado, tienden al pesimismo sin remedio ni esperanza.
  • Los que dividen por el más mínimo detalle.
  • Los que van construyendo confianza razonable y consensos sobre una ética de mínimos comunes.

Así podríamos ir describiendo diferentes actitudes frente al mismo proceso de crecimiento de la sociedad civil cubana.

Sin embargo, cada vez se hacen más visibles, para tirios y troyanos, aquellas “señales en la noche”, aquellas “minorías guiadoras” de las que hablaba el filósofo y pedagogo cubano Medardo Vitier (1886-1960) en sus obras sobre las ideas y la filosofía en Cuba.1

En estos tiempos del inicio de la post-pandemia en Cuba, son tan frecuentes las señales de activismo de la auténtica sociedad civil que hasta la prensa oficial, desacreditándolas, contribuye a que nuestro pueblo los conozca, sin calcular cuántos asumirán la versión publicada y cuántos, motivados por la promoción colateral que eso provoca, harán su propia búsqueda y valorarán con cabeza propia la actuación de los más diversos activistas.

En la era de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TICs) y de las redes sociales, usadas cada vez más para compartir eventos de la vida social cotidiana, es del todo imposible ocultar, disimular, desfigurar una foto o un video. La pura realidad es más tozuda y convincente que la propaganda cansada y reiterativa de los mismos epítetos y descalificaciones que lo que reflejan es una fractura cada vez más honda de la anhelada unidad en la diversidad de nuestro pueblo.

¿Qué hacer?

Pues no hay ni debería haber recetarios. Ni posturas hegemónicas o excluyentes. Cada cuál debería hacer su propio e independiente proceso de discernimiento, de búsqueda de las diversas facetas de la verdad, de la verdad que cada cual puede y debe buscar. En ese discernimiento que cada familia, que en la escuela, que en las iglesias, que en cualquier proceso de formación debería enseñarse y entrenarse, lo mejor es una actitud ética autónoma trascendente; es decir, pensar y discernir con cabeza propia, de forma independiente, pero abiertos a la primera trascendencia que es consultar y confrontar las búsquedas de los demás tras la objetividad mayor posible y la apertura a la otra Transcendencia que puede aportarnos otra visión y perspectiva de los acontecimientos y de la vida humana.

Los cubanos, a veces, pecamos de los extremos, o nos quedamos demasiado cortos o nos pasamos siete cuadras. La ponderación, la prudencia y la moderación, son virtudes todavía a mejorar entre nosotros. Con frecuencia reaccionamos entre cubanos y ante diferentes eventos con un movimiento pendular entre Maquiavelo y Savonarola, calculando y condenando… sin olvidar la escuela del maniqueísmo en la que separamos de un tajo los totalmente buenos de los totalmente malos. Estas actitudes, muchas veces por ingenuidad o analfabetismo cívico, nos han traído muchos males sociales.

Qué bueno sería que todos los cubanos aprendamos todavía más a huir de los extremos, que se parecen y se tocan; a no caer en la tentación de creernos superiores, o de considerarnos superiores, o juzgar y condenar, en privado o en público, en la prensa, la televisión y las redes, al que discrepa y al que propone diferentes salidas para Cuba.

Esto debería valer para todos, ciudadanos, sociedad civil y Estado. Una nación no se construye condenando. Una nación no se une descalificando. Una nación no crece excluyendo. Paremos esta espiral de epítetos y condenas públicas y reiteradas, con ellas estamos enviando un mensaje de división y fractura frente al mundo. Cada vez hay más cubanos que se dan cuenta de que hay un doble rasero para evaluar actitudes y hechos: lo que es bueno y deseable para afuera, es bueno y condenable entre cubanos.

Lo que Cuba pide, con razón, en las conferencias internacionales: que dejemos a un lado las diferencias políticas y salvemos al mundo de pandemias, pobrezas y guerras, no se aplica al interior de la Nación, no digo de la Isla solamente, sino entre todos los cubanos, vivan donde vivan y piensen como piensen. Si consideramos que es bueno trabajar juntos por el bien del mundo aceptando las diferencias entre países… ¿por qué no acabamos de asumir que eso mismo también es bueno para Cuba, entre todos los cubanos sin excepción?

Algunos tendrán enseguida la respuesta, cada uno por su lado y según su ideología o criterios filosóficos o religiosos, pero la clave de la solución de todos nuestros problemas como pueblo es que nos aceptemos en la diversidad, que despenalicemos la discrepancia, que nos sentemos a identificar puntos comunes, que compartamos la responsabilidad y las soluciones, que comencemos un diálogo respetuoso, evaluable, no para ganar o perder el tiempo, sino para resolver los problemas de Cuba.

Otros cubanos, destacaremos solo defectos, todos los lunares del sol, todas las pecas de los demás, el lado flaco de cada grupo, cada talón de Aquiles de nuestros compatriotas. Eso no es crítica. Crítica es el ejercicio del criterio y de la discrepancia para mejorar, para construir, pero sobre todo la crítica debe ser el camino dialógico hacia el encuentro con los puntos comunes que nos unen y nos retan a resolverlos juntos. No se trata de disimular lo mal hecho, se trata de convencernos que, en este mundo, no hay nada perfecto. Que toda obra humana tiene limitaciones, que todo activismo es limitado, que todo lo humano es perfectible. Educarnos en esa conciencia del respeto a la limitación y al error, propio o ajeno, pudiera ser el primer paso para el crecimiento de la nación cubana.

Toda obra es imperfecta y la crítica razonada y respetuosa, serena y juiciosa, puede servirnos para hacer las cosas mejores pero aun así perfectibles. Los enemigos del diálogo y la negociación, de las salidas consensuadas y de los procesos de transición de las crisis a los tiempos nuevos, son los extremismos y las descalificaciones mutuas.

Estoy seguro que el carácter cordial y fraterno de los cubanos se impondrá a ese lenguaje y actitudes de barricada que recibimos todos los días por todos los medios. Tengo plena confianza en que los cubanos de la Isla y de la Diáspora seremos capaces no de seguir en combate entre cubanos, sino de salir de las trincheras internas y sentarnos a la mesa del respeto, el diálogo y la negociación entre los hijos de una misma, única y diversa nación.

Esta es la única forma de que las demás naciones nos respeten, no venciéndonos, sino convenciéndonos de que practicamos primero entre cubanos el respeto y la inclusión, los derechos y la democracia, que admiramos, deseamos o reclamamos para todos los pueblos de la Tierra.

Referencia
1Cf. Vitier M. (1938) “Las ideas en Cuba”. Proceso del pensamiento político, filosófico y crítico en Cuba, principalmente durante el siglo XIX. Premio Nacional de Literatura. Editorial Trópico. Bajo la dirección de Emeterio Santovenia. La Habana 1938. Tomo I.

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
    Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
    Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

 

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