No solo es improbable, sino que está descartado, que el presidente Daniel Ortega acceda a cambiar impresiones con periodistas de oposición que, como lo hizo Andrés Oppenheimer cuando lo entrevistó en 2018, golpearían en las narices cada una de las consideraciones, que sin esperar respuestas y cuestionamientos, esgrime tranquilamente como un bateador de bolas pasadas. No se atrevería frente a sliders y rectas de humo que convertirían en hilachas sus argumentos. De ninguna manera.
En la última de sus intervenciones, cada vez menos interesantes por esa insistencia en colocarse de espaldas a la realidad intentando ocultar lo obvio, Daniel inició su recuerdo de la campaña de alfabetización, que tuvo entre sus pilares a varios que terminaron adversándolo drásticamente como el padre Fernando Cardenal, hablando de la lucha contra la ignorancia, uno de los soportes históricos de diferentes dictaduras, cuando se le inyecta de adoctrinamiento con la complicidad obligada de tantos involucrados. El adoctrinamiento empuja hacia el fanatismo y la ceguera, provocando distorsiones de la verdad.
El presidente habla como si el acceso a la educación superior no hubiera existido antes de la llegada de ellos al poder. ¿Y dónde estudiaron todos los calificados como grandes cuadros que le dieron forma y le proporcionaron fondo al proyecto revolucionario que el pueblo apoyó decididamente, tumbando al somocismo? Se cultivaron cuando la enseñanza pública encabezada por aquel Goyena, levantaba su puño en alto garantizando una elevación de nivel. En ese Instituto estudiaron los hermanos Contreras, Julio Buitrago, Bayardo Arce, Axel Somarriba, Doris Tijerino, Lenin Cerna, y tantos otros, mientras en la UNAN, territorio libre en Nicaragua, se desarrollaban consistentemente las figuras cumbres de la resistencia estudiantil.
Yo era mal estudiante, pero fui compañero en la escuela de Ingeniería, de René Núñez, Cristian Pérez y Omar Hassan entre otros, recibiendo clases de catedráticos del calibre de Otoniel Argüello, Moisés Hassan, Werner Kettelhom, Abdel Karim, Roberto Zelaya, Jorge Hayn, Orlando Urroz, que venían de obtener títulos hasta de doctorado, en universidades internacionales. Pero ¿quién le informa sobre eso al presidente?
En Derecho, deben sentirse afortunados, los que estudiaron orientados por Manolo Morales, Roberto Ortiz, Rodolfo Sandino, Edgar Sotomayor, Gustavo Adolfo Vargas, Roberto Argüello Hurtado, y otros que impresionaban por su sabiduría y honestidad, una mezcla cada vez más extraña por estos lados. Claro, al no tener quien le responda, el presidente puede sentirse vencedor en cada round, aunque el conteo real sea al revés.
La lucha contra la pobreza no ha producido resultados. Nunca hemos sido tan pobres como ahora. Todos los proyectos tan promocionados han fracasado estrepitosamente. En 1990, el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro recibió entre “la herencia”, una deuda externa de 12 500 millones de dólares. Solo traten de imaginar eso por un instante.
Se refirió al ferrocarril, cuya desaparición todos vimos mal, pero no dijo que no se registra ninguna inversión en los años 80 para su sostenimiento y, en cambio, quedaron 35 000 dólares mensuales de pérdidas. Como presidente, él debería haber estado al tanto de todo eso y de la carga que dejaba. No se encontró apoyo de organismos financieros en dos intentos de reactivación que fueron publicados, por considerar que no valían la pena, y eso obligó a la venta como chatarra de los restos del tren, como lo explicó en su momento, detallando cifras, el ingeniero Antonio Lacayo (ministro de la Presidencia 1990-1995).
Habló de vivir con dignidad, cuando todos se preguntan, ¿qué es eso? Desde hace largo rato, esa posibilidad fue confiscada sin el menor aprecio por el país; el ataque al crecimiento de los ricos y su aprovechamiento, sin ser justificable, es comparable con la aparición súbita y casi milagrosa de los nuevos ricos, aquellos que en 1979 no tenía nada, y hoy se pavonean ante las miradas de asombro de la pobreza que se multiplica, sin poder explicar cómo lograron dar semejantes saltos.
Naturalmente, en un encuentro con periodistas, el presidente tendría que responder a cuestionamientos sobre tantos atropellos, tantos encarcelados arbitrariamente, la ausencia de justicia consecuencia de la falta de investigaciones, la total pérdida de confianza internacional, la brutal represión, y tantos y tantos males que nos han estado lloviendo, sumergiendo al pobre país en una crisis que no parece tener fin. No, él no se atrevería a ese cambio de impresiones.