De Afrodita a Venus: reimaginando el mito de la divinidad femenina
En este ensayo que mezcla la crítica literaria con la prosa lírica, el autor reflexiona sobre la evolución de la deidad femenina y su supervivencia en nuestros días.
“Te invito / Tú diosa, ponte a mi lado, se mi compañera mientras escribo…”
—Lucrecio
Al adentrarnos en la literatura grecorromana, lo primero que descubrimos es la importancia que se le daba a las diosas dentro de estas sociedades. Dicha cosmovisión fue rechazada posteriormente por el cristianismo, pues si bien se preservó la figura de una divinidad femenina, ésta perdió su condición de diosa para tomar un lugar secundario como la madre de Cristo. Hoy quisiera reflexionar sobre la continuidad y las rupturas en el mito de la divinidad femenina en la antigüedad clásica, abordando el caso de la diosa griega Afrodita y su equivalente romana, Venus, a través de una serie de “reimaginaciones” de textos clásicos. Si bien ambas tradiciones veían a esta deidad como la diosa del amor, cada una le dio rasgos específicos que se encuentran ocultos debajo de la aparente continuidad de este mito.
Comencemos reimaginando un pasaje de la Teogonía de Hesíodo:
Mi historia se remonta a un pasado muy lejano: hace miles de años, antes de que el hombre europeo invadiera América y se llevara sus grandes riquezas; mucho antes de la pandemia y del Internet. Todo comenzó una noche oscura cuando Urano, el dios del cielo, decidió ir en busca de Gaia y se recostó sobre ella con la intención de poseerla. Fue entonces que apareció Cronos, el hijo de Urano y dios del tiempo, quien tomó una hoz con su mano derecha y cortó los genitales de su padre sin piedad. La acción de Cronos derrochó innumerables gotas de sangre que el viento arrastró hasta la tierra, dando a luz a las Ninfas. Acto seguido, el hijo de Urano tiró el trofeo que había arrancado del cuerpo de su progenitor al océano. Por un momento este desfiló sobre el vaivén de las olas hasta formar una bella espuma blanca que dio paso a mi nacimiento. Mi nombre es Afrodita. Soy la diosa del amor, la belleza y la pasión. En mis primeros momentos de vida salí del mar y llegué a la orilla de la costa de Citera, una isla al sureste del Peloponeso. Cuando mis pies tocaron la arena, hierbas hermosas de tonalidades verdosas y vibrantes brotaron a mi alrededor.
La Teogonía, el texto que inspiró estas líneas,es uno de los primeros documentos sobre Afrodita de los que tenemos noticia. Su autor fue un granjero convertido en poeta y fue uno de los pioneros de la escritura mitológica griega. Se dice que fue asesinado y que los delfines cuidaron su cadáver en la orilla del mar. Partiendo de este supuesto, resulta paradójico pensar que haya sido en el océano donde por un lado nace Afrodita y por otro Hesíodo deja de existir.
En la Teogonía, el poeta griego plasmó la historia de los dioses y propuso una explicación mística del universo. En la Ilíada, un texto casi contemporáneo de Hesíodo, Homero —o el grupo de bardos anónimos que conocemos con ese nombre— presenta una versión diferente del origen de la diosa del amor. Para Homero, Afrodita es hija de Zeus y Dione.
Esta divergencia sugiere que nos encontramos frente a dos deidades contrapuestas que más tarde serían conjuntadas dentro de una misma figura. En el Banquete, Platón aborda dicha cuestión. Por un lado, nos dice el filósofo, tenemos a la Afrodita de Hesíodo, la hija de Urano que carece de madre, a quien Platón se refiere como Afrodita Urania. Por otro lado, tenemos a la diosa homérica, hija de Zeus y Dione, a quien Platón llama Afrodita Pandemus, y a quien considera una diosa mucho más joven.
Pero sigamos reimaginando la historia de la diosa, tomando como punto de partida el relato de la biografía de la diosa que Homero hace en la Odisea:
Habían pasado apenas unos días después de mi nacimiento cuando fui llevada al Olimpo a vivir con los dioses y las diosas. Los primeros quedaron asombrados ante mi belleza, mientras que las segundas me miraron con envidia. Atenea y Hera sabían que nunca podrían competir con mi hermosura. Rechacé el amor de Zeus y él me castigó, obligándome a casarme con el más feo de sus hijos, Hefesto. Esto me incitó a escaparme del Olimpo en diversas ocasiones, en busca de un amante que mereciera mi belleza. En la tierra de los hombres conocí a Adonis y a Anchises, a quienes convertí en mis amantes. Sin embargo, el ser al que más he amado es Ares, el dios de la guerra y las batallas, quien robó mi corazón con su coraje y salvajismo. Él correspondió mi amor convirtiéndose en mi amante favorito por toda la eternidad. Tiempo después tuve a mi primer hijo, Eros, el dios del amor. Él heredó mi belleza y sensualidad Me gusta pensar que su padre es Ares, pero también podría ser hijo de Zeus o Hermes, dado que ellos también fueron mis amantes.
Siglos más tarde, los romanos adoptaron la figura de Afrodita con otro nombre. Sulpicia, una poeta que vivió durante el reinado de Augusto en Roma, introdujo oficialmente a las mujeres del imperio al culto de Venus, aunque es probable que los ritos dedicados a esta deidad fuesen realizados desde mucho antes en esos territorios. Si bien Venus conservó los principales atributos de su contraparte griega, adquirió un papel de mayor importancia que el de su antecesora, pues no era solamente la diosa del amor, sino también como la progenitora de la raza romana. Otra representación importante de la diosa aparece en las Metamorfosis de Ovidio, un poeta que, de acuerdo con la estudiosa Nora Clark, escribió en la época del nacimiento de Cristo. Siguiendo a esta autora, en los textos de Ovidio encontramos una clara conexión entre la esfera pública y la privada a través de la celebración del festival de Venus. La sociedad romana creía que no cumplir con el culto de su deidad progenitora podría disgustar a Venus, quien no dudaría en castigarlos. La furia de la diosa del amor quedó plasmada en la epopeya la Tebaida, escrita por Publio Estacio alrededor de una década antes de Cristo.. Allí, el autor narra que Venus se opuso a la guerra de Tebas, mientras que Marte —la versión romana de Ares— azuzó el conflicto entre los mortales.
De acuerdo con Estacio, las acciones de Marte durante la guerra de Tebas ocasionaron que los habitantes de la isla de Lemnos descuidaran los altares de la diosa del amor. Venus, furiosa, castigó a las mujeres de la isla provocando que sus cuerpos emitieran olores horribles, lo que llevó a que sus maridos buscaran consuelo en los brazos de sus esclavas. Por si esto fuera poco la diosa también obligó a las mujeres a matar a todos los hombres de la isla, para que ellos también fueran castigados por incumplir con su devoción.
Sigamos ahora con nuestra biografía reimaginada de la diosa, inspirándonos en esta ocasión en Virgilio. No sin antes confesar que en las líneas siguientes me he alejado un poco de las fuentes clásicas para dar prioridad a mi interpretación personal de la historia de Afrodita:
Una vez disfruté de una hermosa noche de pasión con el mortal Anquises. Los romanos creían que los dioses del Olimpo me castigaron al descubrir mi amorío secreto con Marte, obligándome a cometer este acto de pasión. La verdad es algo diferente a lo que se cuenta. Después de mi boda con Hefesto, decidí que ningún dios u hombre volvería jamás a influir sobre mi libre albedrío o forzarme a hacer algo que no deseo. Soy yo la que decido quién es merecedor de mi cuerpo y romance. Me acosté con Anquises porque así lo quise. Como resultado de nuestra noche de pasión nació Eneas, quien se convertiría en un héroe de la batalla de Troya que huyó junto con su pueblo para buscar un nuevo hogar lejos de la guerra.
En la Eneida Virgilio, narra que el destino de Eneas era establecer el imperio romano. De ahí la importancia que se le dio a Venus como progenitora de Roma. La estudiosa Bettany Hughes menciona que la adopción del culto a la diosa del amor tuvo un trasfondo político: la colonización de los dominios griegos de Afrodita y su conversión al culto de Venus fue parte de la estrategia romana para expandir los límites de su imperio. Durante este periodo, Julio César aprovechó su supuesta asociación genealógica con Venus, suplicándole que lo ayudara a ganar la batalla de Farsalia en el año 48 A.C. Poco después, el 26 septiembre del 46 a. C., cuando Julio César asumió su puesto como dictador, mandó construir un templo enorme dedicado a Venus, dentro del cual se colocó una estatua de su amante, Cleopatra de Egipto, representando a la diosa del amor.
Tras la revolución cristiana, la cada vez más poderosa iglesia romana trató de exterminar el culto a Venus, derribando tirar sus templos para construir iglesias sobre sus restos. Además, los cristianos primitivos le atribuyeron una naturaleza demoníaca a las representaciones de la diosa del amor y corrompieron su imagen en su literatura.Tal es el caso de Coluto, poeta épico del siglo cinco de nuestra era, quien en una de sus obras describió a Venus como una mujer perversa que desfilaba con su cuerpo desnudo sin pudor.
No obstante, el cristianismo no pudo hacer que la gente olvidara a una diosa que habían adorado por más de cuatro mil años. Los humanos necesitaban de una divinidad femenina para sentirse completos. De acuerdo con la estudiosa Bettany Hughes, la iglesia llenó este vacío con la devoción de la Virgen María. Afrodita se transformó nuevamente conforme al contexto de la época, adoptando la figura de la madre de Cristo. Las estudiosas Anne Baring y Jules Cashford mencionan que el nombre María proviene del latín mare que significa mar, lo cual refleja una conexión entre la diosa que nació de las espuma del océano y la virgen cristiana. Sin embargo, en el camino la deidad perdió su papel de diosa para convertirse en una figura secundaria, subordinada ante un único dios.
Terminemos, pues, nuestra narración reimaginada:
A pesar de que profanaron mi imagen, destruyeron mis estatuas y tiraron mis templos, logré sobrevivir a la imposición del cristianismo al adoptar el papel de la Virgen María. En épocas más recientes, mi culto ha renacido. Las brujas modernas practicantes del neopaganismo siguen adorando a las diosas griegas, siendo Hécate y yo las favoritas de su devoción. En la astrología se me asocia con el planeta que lleva mi nombre romano, Venus, mismo que rige las relaciones personales de los humanos. En el tarot se me asocia con la carta de la emperatriz, la cual representa la creatividad, el poder femenino, la abundancia y la sensualidad. En la cultura popular funjo como un símbolo eterno de belleza y divinidad, plasmado en innumerables obras de arte. Sigo siendo la diosa del amor. Lo he sido desde el principio de los tiempos y lo seguiré siendo mientras los mortales continúen amándose los unos a los otros.
Giovanni Villavicencio
Alumno de la Maestría en Historia Internacional del CIDE