De copas por el mundo con Gardel
En una biografía Felipe Pigna rescata momentos memorables del todavía considerado en todo el mundo el cantante más excelso del tango
De los seis meses que García Lorca pasó en Buenos Aires quizá su velada más memorable haya acontecido a principios de noviembre de 1933, cuando caminando por la avenida Corrientes se cruzó con Carlos Gardel. Unos amigos comunes hicieron las presentaciones, y luego de conversar sobre sus múltiples compromisos y su agitada vida profesional, el cantor ironizó: «Puro vivir para los demás. ¡Hay que cambiar de laburo! Pero… ¿dónde irá el buey que no are?». Federico le devolvió, con una sonrisa: «Tú no eres un buey. Tu estás hecho de plumas de cristal, eres un canario». Gardel dijo: «Por eso estoy condenado a vivir y morir en una jaula». A continuación, les preguntó si tenían planes y los invitó a su casa de la calle Jean Jaurès. Fue una noche larga e intensa, con unos pocos testigos oculares: el Zorzal quiso agasajarlo cantando ‘Caminito’ y otros tres tangos, y García Lorca le retribuyó sentándose al piano, tocando melodías españolas y recitando algunos de sus poemas. «¡A ver cuándo nos escribe un tango, Federico! -lo azuzó Gardel-. Ustedes los andaluces son tan sentimentales como nosotros».
Y se ofreció a ponerle música al ‘Romancero gitano’. Se despidieron de madrugada como grandes amigos, prometiéndose futuros encuentros y asociaciones artísticas. Nunca más se vieron: cada uno partía hacia su destino trágico.
Esa noche inolvidable es rescatada por el historiador argentino Felipe Pigna, en su reciente y muy documentada biografía sobre Gardel, todavía considerado en todo el mundo como el cantante más excelso del tango canción. Esa obra registra algunos momentos memorables, como cuando en 1927 se le organizó un homenaje a Pirandello en el café Tortoni, y el gran dramaturgo miraba con aburrido escepticismo el desfile de músicos y actores que le obsequiaban su arte hasta que el creador de ‘Seis personajes en busca de un autor’ abrió grandes los ojos, escuchó embelesado dos milongas y preguntó quién era ese genio. Gardel estaba a punto de lograr su definitiva consagración internacional, que sería en la ciudad de Barcelona, donde fue amigo de Juan Belmonte, fue ovacionado una y otra vez por el público local y acabó haciéndose fanático del Barça, pasión que compartió con Alberti, quien cuenta en ‘La arboleda perdida’ un paseo divertido que hicieron juntos por Palencia. Aunque la cumbre de su fama fue en París, donde recibió críticas muy elogiosas de los principales diarios franceses y tuvo espectadores excelsos, como Chevallier y Josephine Baker. Se codeó a partir de entonces con la aristocracia europea y conoció en Niza a Chaplin: «Comenzó a cantar y me impresionó hondamente. Tenía un don superior al de su voz y su figura».
Seriamente, Chaplin le preguntó al tanguero qué se decía de sus películas en el Cono Sur. «Vos los tenés en el bolsillo a todos los criollos», le dijo Carlitos a Charlie con su tono típicamente arrabalero. Gardel fue fichado por la Paramount y protagonizó filmes muy taquilleros. Poco antes de morir en un accidente aéreo, llamó una madrugada al músico Terig Tucci y le tarareó de memoria la melodía de ‘Por una cabeza’. Ninguno de los dos sabía que se gestaba allí una canción que daría la vuelta al mundo y que le valdría, seis décadas después, un Oscar a Al Pacino en ‘Perfume de mujer’.