Democracia y Política

De la decadencia a la alarma

La España de Vox no cabe en la Constitución

Vox y la Constitución | Opinión | EL PAÍS

 

El propósito del 78 fue el de una nación reconciliada. Por eso, nuestro proceso constituyente no fue un pacto para el olvido sino una manera de inmortalizar el recuerdo, para no tener que repetirlo. Casi cincuenta años después, ya no existe una mayoría electoral capaz de sostenerlo. La izquierda y el nacionalismo han trabajado sin tregua para horadar la Constitución y su propósito, esa nación reconciliada que han convertido en nación quebrada, antesala del estado fallido y del conflicto civil. A la pulsión anti–78 se ha unido con especial vehemencia el populismo nacional-obrerista de Vox, que parece haber pasado de la interlocución con el PSOE a la coordinación. No se entiende de otra manera el servicio que Abascal presta deslegitimando a la Iglesia como institución y a la Constitución como marco. Porque cabe recordar que la España de Vox no cabe en la Constitución. Su régimen se basa en suprimir las autonomías (contra los arts. 2 y 137), ilegalizar partidos independentistas (contra los arts. 1.1, 6 y 23), prohibir mezquitas, expulsar imames y censurar la enseñanza islámica (contra los arts. 14 y 16), silenciar la reparación a las víctimas del franquismo (contra el art. 10), degradar las lenguas cooficiales (contra el art. 3), silenciar ONG y sindicatos según su ideología (contra los arts. 20, 16, 22 y 28), suspender Schengen y desobedecer obligaciones europeas e internacionales (contra los arts. 10.2 y 93-96) y hasta poner en cuestión la UE. No es un programa de gobierno: es un plan de demolición encubierta de la España reconciliada en 1978, enfrentando, de paso, al pueblo fiel con la Iglesia Católica y situándose en un espacio ambiguo con la Corona: prudente en público, abiertamente hostil a través de sus ‘proxies’ en las redes y en la calle.

La izquierda y el nacionalismo han demolido la credibilidad en el sistema a través de una agenda a largo plazo que incluye abandonar a las autonomías –Covid, dana, incendios– para crear la sensación de que el cambio de régimen es inevitable y avanzar, ya legitimados, hacia la república confederal. Vox canaliza el descontento hacia la misma pulsión antisistema, apoyados por una juventud que ya no cree del todo en la democracia. Su manera de enfrentarse a la revolución no es negarla, defender lo ganado y proponer reformas –estilo conservador– sino unirse a ella y amplificarla. Están en su derecho, pero estaría bien que explicaran cómo acaba la revolución en la que nos están embarcando. Con la deserción del PSOE y de Vox, el PP se queda solo en la defensa del sistema –aún con fallos garrafales, constantes y desquiciantes–, sin entender que la historia sigue y que, tras Sánchez, no habrá un espacio al que volver porque no habrá una mayoría que quiera hacerlo. El fuego nos hace pasar de la decadencia a la alarma y ya no es posible proteger a la España del 78 sin convocar al pueblo español a una reforma constitucional en la que las tres Españas lucharán por imponer la suya al resto. Ese será el principio del fin.

 

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