De la nota roja al paraíso
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De las novelas de caballería, tan leídas por un Quijote enloquecido a causa de ellas, a los actuales experimentos novelísticos, el género de la novela ha incursionado en diversos territorios inspirándose muchas veces en la Historia, pero también en los archivos policíacos donde se guarda la memoria de los criminales y de sus crímenes.
Novelas de amor, de aventuras, de piratas, de guerra, de espionaje, costumbristas, psicológicas, de ciencia ficción, introspectivas, políticas, en fin, los temas que se abordan son tan vastos y diversos como sus formas. Los personajes históricos son, a menudo, los centros de atracción en torno a los cuales el autor crea héroes ficticios que seducen a los lectores. Acaso el genio de la novela histórica es Alejandro Dumas padre. “Está permitido violar a la Historia, a condición de hacerle un hijo”, afirmaba el autor de Los tres mosqueteros y de otras 646 publicaciones, entre novelas, diario, piezas de teatro, memorias… Hijos bastardos, murmuran las malas lenguas, pero cuya ficción les otorga una legitimidad superior a la de los personajes históricos, dándoles una densidad que escapa al tiempo.
Ana de Austria palidece frente a la figura de D’Artagnan (inspirado, por cierto, en el verdadero teniente de mosqueteros), el cardinal de Richelieu se vuelve una sombra de Milady, el mismo Luis XIV pierde su brillo solar cuando las maniobras diabólicas de Aramís lo reemplazan por “el hombre de la máscara de hierro”.
Así como Honorato de Balzac construye su Comedia humana, gigantesco fresco de la sociedad de su época, Alejandro Dumas proyecta la escritura novelada de la Historia de Francia, su propia “comedia humana”. Proyecto luciferino, sueño titánico, Dumas entreteje las figuras de personas que arranca al pasado histórico y a la leyenda con los personajes de su imaginación: Rousseau, Mirabeau, Robespierre, María Antonieta junto a la condesa de Charny, Bertrand Tavernier o Ange Pitou.
Como Stendhal cuando escribe El rojo y el negro, Dostoievski Los hermanos Karamazov, Balzac su personaje de Vautrin, Dumas se inspira también en la nota roja y en los archivos de policía. En El collar de la reina mezcla los hechos históricos de fines del reino de Luis XVI con la estafa real urdida por una aventurera, supuesta descendiente de la dinastía Valois, quien roba el famoso collar.
Sin embargo, la obra maestra, inspirada en una historia verdadera, consignada en los archivos policíacos, es El conde de Montecristo. Carlos Fuentes decía, a propósito de este libro, que es la más grande novela jamás escrita. En efecto, hay todo en ella: amor de Edmundo Dantés por Mercedes, envidia de Danglars, traición de Fernando Mondego enamorado de Mercedes, suspenso durante el encuentro con el procurador Villefort, prisión en mazmorras, encuentro milagroso con el abate Faría en el fondo de los calabozos, evasión, fortuna, esclavos, princesa griega, bandidos y carnaval italianos, en fin, la suculenta venganza, con el fondo del panorama social y político de los años que van de la fuga de Napoleón de la isla de Elba al retorno de los Borbón al trono de Francia.
La historia verdadera es la de un modesto zapatero nacido en Nîmes, François Picaud, quien realizará una terrible venganza contra el hombre que hizo añicos su vida y contra sus cómplices. Los hechos ocurren durante el imperio de Napoleón I. En 1807, Picaud confía a varios de sus amigos y a Mathieu Louplan, conocido “por su extravagante envidia de todo lo que prospera a su alrededor”, su proyecto matrimonial con una joven rica. Louplan apuesta a que retardará la boda delatando a Picaud como agente inglés. El zapatero es secuestrado en secreto. Desde ese día, sus trazas se pierden por completo. En vano sus amigos intentan tener noticias suyas. Picaud conoce en prisión a un abate milanés que le transmite los secretos de su riqueza. Después de la caída de Napoleón, un hombre, envejecido por la desesperanza, es liberado de prisión. Comienza entonces la terrible venganza que llevará a la muerte a sus enemigos y a sus descendientes. A su vez, Picaud es apuñalado. Antes de expirar se confiesa a un eclesiástico inglés, quien envía esta confesión al prefecto de París. El archivista de la Prefectura, Jacques Penchot, la recupera y la publica bajo el título de “Diamante de la venganza”. Dumas se apodera de la historia y la transforma en la genial novela de El conde de Montecristo.
Esta transformación plantea algunas cuestiones que, quizás, sólo conducen a nuevas cuestiones. ¿El oráculo no responde siempre con otra pregunta? ¿Cuál es la alquimia que permite cambiar un simple relato de nota roja en una novela miliunochesca? ¿Qué es ese poder de la escritura que sublima una sucesión de crímenes odiosos en una historia palpitante? ¿Qué magia opera si no es ése el secreto de la escritura? Ese misterioso poder que el escritor alcanza cuando el silencio lo deja oír la voz del viento. Los últimos versos de los cantares de Pound pueden entonces comprenderse: “Dejad al viento hablar/ ése es el Paraíso.”