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De la organización social de la diáspora venezolana

                                           James E. Boasberg / Foto: The Washington Post

 

Del país de las inmigraciones y solidaridades del siglo XX hemos pasado al de las emigraciones y turbiedades del XXI. Ojalá no olvidemos pronto el –por ahora– consabido drama de las deportaciones de venezolanos que arroja serísimas lecciones, desde suelo estadounidense, en beneficio lamentable de la anécdota que también suscita la desgracia ajena.

El desoído juez federal James E. Boasberg, quien decidió suspender el traslado de más de cien venezolanos a El Salvador, sin la audiencia o evaluación técnica correspondiente, está expuesto a las tensiones generadas por el Departamento de Justicia que, al parecer, le interesa más su destitución que la  apelación respecto a una medida incumplida. El magistrado en cuestión actuó por iniciativa de la American Civil Liberties Union (ACLU), y, se espera, el asunto proseguirá su curso en atención a las personas –necesario subrayarlo– inocentes remitidas a la megaprisión arrendada a los salvadoreños.

Expuesta nuestra diáspora del norte a decisiones de tanto calibre, comprensiblemente se ha generalizado el temor y desasosiego por muy correcta que fuere la conducta personal asumida y, a pesar de las limitaciones, los justos intentan discutir y sugerir respuestas con la cautela que provocan los revueltos pecadores, entre los cuales evidentemente hay prófugos de la justicia e infiltrados. Boasberg (Chief justice for the U.S. District Court for the District of Columbia), incurso en la inevitable controversia política que solo le pide soluciones jurídicas, probablemente desconozca que los nuestros no cuentan con suficientes recursos para promover juicios similares, ni hacerse parte en el que ya corre, y, mucho menos, auspiciar y sostener una amplia campaña de recuperación del prestigio que juramos alguna vez ostentado por el gentilicio.

Resulta indispensable a todo evento que la diáspora socialmente alcance sendos niveles de organización y estructuración para afrontar cualesquiera vicisitudes que la afecten o pudieran afectarla, aunque haya dudas por algunas de las experiencias asociativas fallidas en uno que otro país. Luce difícil crear entidades de mutuo auxilio entre la densa paisanidad y, así como no tenemos noticias de los clubes recreativos instituidos a imagen y semejanza de los que conocimos de la inmigración fundamentalmente europea en Venezuela, tampoco es suficiente ni satisfactorio el índice de activistas voluntarios para lograr una convincente mancomunidad de responsabilidades, capaz de influir y orientar a la opinión pública.

Puede alegarse y con entera razón, la falta de tiempo disponible para una tarea altruista gracias a las muy exigentes que procuran la supervivencia económica, pero se hace cada vez más apremiante la adecuada concertación de esfuerzos, el impulso de un debate creador, el hallazgo de fórmulas organizacionales, y el temple para encarar y superar coyunturas y situaciones de las que escapan muy pocos, como está harto comprobado. Convengamos, ya son muchos los años de una sostenida migración que amerita de una cierta y confiable institucionalidad.

@luisbarraganj

 

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