Una cita con…Oliver Sacks: De mi propia vida
Acaba de fallecer el Dr. Oliver Sacks, neurólogo y afamado divulgador de la ciencia, con títulos como «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero», en los que exponía de forma explicativa y en ocasiones con un gran sentido del humor las características de las más importantes enfermedades neurológicas, como los síndromes de Tourette o Asperger, lo que le valió obtener una gran fama como divulgador científico. También en ocasiones usaba sus casos clínicos, pacientes y las enfermedades que trataba para reflexionar acerca de la condición humana.
La medicina era una rutina familiar: padre médico, y madre una de las primeras cirujanas de Inglaterra. Sacks fue el menor de cuatro hermanos en una familia judía ortodoxa de Londres en el seno de la cual absorbió el amor, además de por la medicina, por la cultura y el conocimiento.
Sacks se graduó como médico en Oxford en 1958. Luego dejó su país natal para ir, en primer lugar, a Canadá y luego, finalmente, a Estados Unidos. Una tierra en la que encontraría los pacientes y las historias que su pluma transformaría en algunos de los relatos más memorables de la historia de la medicina.
Su curiosidad intelectual, atraída por el camino de la ciencia, lo llevará a la neurología. Como escribió él mismo en el New Yorker hace más de dos décadas, «la vida del neurólogo no es sistemática, como la de un científico, sino que le provee con situaciones novedosas e imprevistas que pueden convertirse en ventanas, agujeros por los que espiar la complejidad de la naturaleza». Se consideraba a sí mismo un explorador: «He explorado muchas tierras neurológicas extrañas, los más lejanos Árticos y Trópicos del desorden neurológico.»
Colegas suyos de todo el mundo destacan su cercanía, su accesibilidad y predisposición para atender cualquier pregunta, es decir, su profunda empatía. Quizá ello explica que recibiera más de 10.000 cartas al año. ¿Su fórmula para responderlas? «Invariablemente respondo a personas menores de diez años, mayores de noventa, o que están en prisión.»
Sacks clasificaba sus libros en cuatro categorías: historias de casos, patografías, relatos clínicos, o «novelas neurológicas.»
Robin Williams y Robert de Niro, en «Despertares» (1990).
Uno de sus textos más conocidos, Despertares (Awakenings), fue llevada al cine protagonizada por Robin Williams y Robert de Niro, nominado por ese papel en 1991 al Oscar al mejor actor protagonista. Veamos unas escenas del filme:
El pasado febrero Sacks escribió un artículo en el New York Times acerca del cáncer que padecía: un melanoma en su ojo se había extendido al hígado y estaba en fase terminal.
En lo que fue su texto de despedida, Sacks escribió: «Debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. (…)Me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global», aunque a continuación aclaraba que «no es indiferencia sino distanciamiento».
Un texto sin duda notable; compartimos con ustedes la traducción al español, publicada en su oportunidad por El País de Madrid.
América 2.1
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Oliver Sacks: De mi propia vida
Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy… un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellos Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
© Oliver Sacks, 2015.
Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.