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De Roux: “El vestido con el que Petro se identifica es el de un mesías excepcional”

Carlos Vicente de Roux, exconcejal y excandidato a la alcaldía de Bogotá, asegura que al presidente Petro "se le ve como un tigre metido en una jaula y quiere salirse de allí a como dé lugar; esa jaula es la institucionalidad democrática".
Carlos Vicente de Roux, exconcejal y excandidato a la alcaldía de Bogotá, asegura que al presidente Petro «se le ve como un tigre metido en una jaula y quiere salirse de allí a como dé lugar; esa jaula es la institucionalidad democrática». Foto: Óscar Pérez

 

 

 

El exconcejal y excandidato a la alcaldía de Bogotá, Carlos Vicente de Roux, quien hoy es consultor y está alejado de la tribuna política, da su visión sobre el gobierno de Gustavo Petro. “Se le ve como un tigre metido en una jaula y quiere salirse de allí a como dé lugar. Esa jaula es la institucionalidad democrática”, asegura.

El exconcejal Carlos Vicente de Roux, ya retirado de la política, conoce muy bien al hoy presidente Gustavo Petro. En el pasado fue su aliado político y junto a él denunció el carrusel de la contratación en Bogotá, que catapultó a Petro a la alcaldía de la ciudad. Hoy, sin embargo, confiesa sentirse muy decepcionado de su gobierno, de las alianzas que hizo para llegar a él, y de la corrupción que ha estallado en su administración. Además, denuncia sin rodeos lo siguiente: “Petro esté dedicado a conspirar para hacerle un bypass al orden constitucional vigente”.

Empecemos hablando de un reciente trino suyo. Escribió usted: “El presidente Petro se muestra como una adalid anticorrupción mientras cultiva relaciones con corruptos. A mí me la hizo cuando denunciamos el cartel de la contratación en Bogotá”. ¿A qué se refería?

Yo trabajé con Petro en una época en la que él era un dirigente político comprometido con la defensa de la Constitución de 1991 y los derechos humanos, la denuncia del paramilitarismo y la construcción de una sociedad más incluyente y equitativa. En ese entonces no eran visibles su disposición a poner en riesgo el Estado de derecho, su afán estatizador ni sus sesgos antimercado. En los tiempos del carrusel de la contratación lo busqué y le dije: “Bogotá está hecha un hervidero de información sobre el robo de recursos públicos en la alcaldía de Samuel Moreno, hay que hacer algo”. Él estuvo de acuerdo y acordamos hacer una investigación. Petro no intervino en el trabajo, lo hice yo con mi equipo en el Concejo, pero avaló y suscribió el informe. Eso fue muy importante, porque él era una figura nacional. Pero cuando llega a la alcaldía empiezo a darme cuenta de que es muy mal administrador y, más adelante, de que en su gobierno hay corrupción.

¿Exactamente de qué se enteró usted en ese momento?

Una de las principales cuerdas de la corrupción fue encabezada por miembros de su familia política, como su concuñado Carlos Gutiérrez y su cuñado, el hermano de Verónica, quienes se reúnen con funcionarios de entidades distritales e inciden en la contratación. Petro no es un depredador como los Moreno Rojas. Emilio Tapia confesó en su momento: “Yo me reunía todo el día, todos los días, con Iván Moreno a ver cómo nos robábamos a Bogotá”. Petro no, él estaba en sus proyectos y en sus delirios, pero mientras tanto dejaba que cierta gente, como su concuñado, se metiera con la contratación, y miraba para otro lado. No fue un alcalde firme frente a la corrupción ni un gobernante pulcro. Eso me decepcionó profundamente porque el líder en quien había creído y había apoyado permitió que personas de su entorno se aprovecharan de recursos públicos.

¿Ese aprovechamiento del que usted habla se dio porque Petro no tenía los ojos bien puestos sobre quiénes merodeaban su alcaldía o porque, como se ha dicho, él no es un buen administrador de la cosa pública?

Los Moreno Rojas eran unos depredadores que trabajaban desaforadamente para enriquecerse. Petro no, pero dejaba que pasaran cosas. Esto fue algo que conocí ya avanzado su mandato en la alcaldía. No faltó quien advirtiera, desde dentro de su entorno, que estaba entrando mucha plata a su casa mientras él se hacía el loco. Y hubo, por supuesto, más datos y referencias muy creíbles sobre malos manejos en la administración. Entonces pensé: “Esto es inadmisible”, y me abrí públicamente de Petro. Parece que le dio muy duro porque yo había sido un buen aliado. Lo enfocó en términos muy suyos, viéndolo como una traición a él y a su proyecto político. En todo caso, yo no podía quedarme callado. Tiempo después me escribió haciéndome el reclamo y yo le contesté: “Gustavo, usted no es un líder consecuente en la lucha contra la corrupción, usted me utilizó”. Corrupción en la política ha habido siempre y es repudiable, pero lo que más indigna es que él pose de adalid contra ella a pesar de que carece de probidad.

Pero el presidente siempre ha salido bien librado de esos señalamientos. Incluso hoy, con la tormenta del saqueo a la Unidad de Gestión de Riesgo, los protagonistas del caso han dicho que él no sabía nada.

El presidente pertenece a la categoría de los gobernantes que, en el mejor de los casos, miran para el otro lado cuando saben o sospechan que hay corrupción, sin dejar de beneficiarse directa o indirectamente de ella. Teniendo el poder para atravesarse no lo hacen, y todo termina en alianzas basadas en esa tolerancia, cuyos participantes se quedan debiendo favores mutuos. A Petro no puede endilgársele responsabilidad por todo lo que hacen los personajes oscuros de su entorno, pero no se puede creer que los tiene allí por pura generosidad.

¿Se siente todavía traicionado por el presidente Petro?

Diría decepcionado, porque en ese tema de la corrupción, que para mí es muy sensible, peló el cobre. Petro es un personaje muy complejo, y parte de su fuerza consiste en que tiene un liderazgo expresivo: es pésimo administrador, desarma un balín, pero interpreta y expresa las frustraciones, los dolores y los resentimientos, muchos de ellos fundados, de centenares de miles de colombianos. De anticorrupción, sin embargo, pocón, pocón. Y mi decepción se ha profundizado, porque lo que hacía en cierta medida en la administración de Bogotá pasó a hacerlo en proporciones inmensas en su actual gobierno, y en la campaña que lo llevó hasta él.

¿De estos dos primeros años de gobierno qué es lo que le ha parecido más grave?

Muchas cosas. Me da mucho miedo lo que puede estar pasando en Ecopetrol, en la Aeronáutica Civil, lo que haya podido ocurrir con los pasaportes, lo que falta por saberse de la UNGRD y de los aprovechamientos de los financiadores de la campaña electoral. El presidente gobierna no solamente sobre la base de lo que dice sino de sus silencios. No lo veo diciendo: “Sáquenme plata de la UNGRD y muévanla allí”. Pero sabe a quién pone en ciertos cargos. En algunos sitúa a personas muy verticales, pero en otros mete a gente equívoca. Por ejemplo, a Carlos Ramón González en el Departamento Administrativo de la Presidencia y ahora en la Dirección de Inteligencia; al señor Jaime Dussán, quien fue muy cercano de Samuel Moreno, en Colpensiones; al señor Roa en Ecopetrol. O entrega entidades enteras a clanes regionales –un caso entre muchos: el del Banco Agrario y los Zuccardi–. También vale traer a cuento lo de la elección de Iván Name como presidente del Senado. Name es uña y mugre con Carlos Ramón González. Se dijo que se oponía a los proyectos de Petro, pero una investigación de La Silla Vacía documentó que de 13 plenarias en ocho se retiró y dejó que presidiera María José Pizarro para acelerar las reformas del gobierno.

En sus trinos usted se ha referido a la personalidad del presidente, a su mesianismo. ¿Qué rasgos le preocupan de su forma de gobierno?

Él se percibe a sí mismo como un ser de excepción, una suerte de elegido, un ungido. El escritor Carlos Granés lo describió muy bien: es un presidente que cree que no viene a gobernar a Colombia sino a salvarla. Hay muchas señales de que considera que su proyecto encarna esa salvación, que solo un hombre excepcional e irremplazable como él puede lograrla y que para eso necesita contar con un inmenso margen de libertad y de maniobra.

¿A qué se refiere?

A que considera que las instituciones, la Constitución y las leyes son una talanquera para esa misión. Se le ve como un tigre metido en una jaula, que quiere salirse de allí a como dé lugar. Esa jaula es la institucionalidad democrática y él no encuentra cómo abrir boquetes entre sus barrotes.

¿Cómo puede ser que una persona que hizo la paz, después de militar en la guerrilla, y que por las vías democráticas llegó a la Presidencia, hoy busque quebrar esa democracia, según su visión?

Petro se desmovilizó con ocasión de un acuerdo de paz, pero eso no quiere decir que tenga firmes convicciones democráticas. Él se siente amarrado por la Constitución y las leyes, y todo el tiempo está viendo cómo se desata. Ensaya a ejercer facultades de las que no dispone para estatizar y controlar empresas y procesos, como los de la salud y la educación y mueve clavijas para dotarse de esas facultades. Impulsa estructuras que operarán en los márgenes de la institucionalidad, da pasos para centralizar la inteligencia del Estado, confunde a las Fuerzas Militares y promueve, aunque sin mucho éxito, tsunamis de movilización popular. Y ahora está desesperado por montar una Constituyente. Para muchos es muy improbable que esas movidas lleven al colapso del Estado de derecho, por la fortaleza de nuestras instituciones, pero es innegable que el riesgo existe. La industria de los seguros trabaja con dos preguntas: qué tan grande es el siniestro y qué tan probable es que ocurra. Las probabilidades aquí pueden ser bajas, pero hay tener las alarmas bien puestas porque lo que está en juego es el orden constitucional democrático –si lo perdemos podríamos demorarnos muchos años en recuperarlo; en Cuba llevan 65 años de dictadura, sin contar la de derecha anterior a Fidel, y en Venezuela más de 20–.

¿Usted ve a Petro con ganas de quedarse gobernando muchos años?

Él es vacilante frente a eso, porque le da pereza gobernar. Tiene mucha resistencia a levantarse temprano, a ceñirse a una agenda de trabajo, a atender reuniones, todo eso lo aburre. Esto puede llevarlo a no ilusionarse con la reelección. Pero, por otra parte, se siente llamado a ser un transformador de excepción, y disfruta tirando línea en una dirección acorde con ese papel. Si usted me pregunta qué prevalece, le diría que lo segundo. Y entonces los riesgos no son tan pequeños porque se tiene al frente de la Presidencia, un cargo de mucho poder, a un obseso por quitarse la talanquera que representan las instituciones. Yo siento a la gente un poco dopada, como diciendo: eso no va a pasar, ahí están las cortes y el Congreso. Pero más de la mitad de la Cámara le camina al gobierno para muchas cosas, y el Senado está en el filo de la navaja. Basta ver lo que le han aprobado ya. El gobierno va a poner pronto otro magistrado en la Corte Constitucional e incidirá en la selección de las cabezas de los órganos de control. Y las cortes son débiles, están formadas por seres humanos. Frente a un Ejecutivo enardecido, el Judicial es, en últimas, un poder inerme.

¿Cómo afecta el escándalo de corrupción de la UNGRD el proyecto de Gustavo Petro?

Podría causar un zarandeo grande, porque algunos alfiles suyos terminarán seguramente en la cárcel, pero el escándalo no lo va a tumbar, y para el país es mejor que termine su mandato. Petro puede manejar un eventual  juicio en su contra en el Congreso. La pregunta es hasta dónde están en condiciones las fuerzas políticas, la sociedad civil, la prensa, las universidades, los gremios, las organizaciones sociales, para trancar los propósitos más dañinos de Petro. La institucionalidad colombiana tiene muchísimos problemas, en muchas partes mandan los grupos armados y la gente no puede ejercer su ciudadanía, tenemos clientelismo y corrupción electoral, pero también una Constitución liberal, un poder judicial bastante independiente, una prensa más o menos libre y la posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva cada cuatro años, lo que es definitivo. Hay que conservar todos esos elementos positivos, porque la alternativa es la dictadura.

Usted es muy crudo en su radiografía e incluso habla de dictadura. ¿Realmente cree que el presidente puede derrumbar todos los contrapesos de la institucionalidad colombiana? Eso no lo logró ni Álvaro Uribe con toda su popularidad, algo que tampoco tiene Gustavo Petro.

Yo vuelvo al esquema de las compañías de seguro: el desplome de esta democracia liberal republicana, aunque está maltrecha, sería fatal. Las probabilidades de que eso ocurra a instancias de Petro no son altas, en gracia de discusión diría que son bajas, pero como es tan grave lo que podría pasar es mejor no bajar la guardia.

Hace 15 años el entonces presidente Álvaro Uribe hablaba del “Estado de opinión” y hoy el presidente Petro de “poder constituyente”. ¿Por qué dos personalidades tan antagónicas e ideológicamente tan opuestas coinciden en discursos tan parecidos?

Uribe creaba las condiciones que inducían a sus subalternos a hacer cosas ilegales, como las chuzadas a la Corte Suprema y –con su presión sobre el Ejército para producir resultados que se medían en litros de sangre– los falsos positivos, la principal y más atroz mancha de su gobierno. Podríamos agregar varias otras cosas como el tema, todavía en discusión, de su responsabilidad por acción u omisión sobre el paramilitarismo, sus oscuras relaciones políticas, el escándalo de la yidispolítica que permitió su reelección y así. Pero voy a arriesgar una hipótesis que no creo que haya espacio para sustentar. Uribe, a pesar de que se hizo reelegir, no puso tanto empeño como Petro en reformar estructuralmente el orden político porque la Constitución del 91 le permitía desarrollar su proyecto autoritario, represivo y neoliberal. En cambio, esa Carta no da margen para un modelo radicalmente estatizante, con grave alteración de la separación de poderes, inmensa concentración de atribuciones en la cabeza del Ejecutivo, creación de un difuso “poder ciudadano” fácilmente manipulable desde el gobierno como parece ser aquel al que apunta el actual presidente. De ahí que Petro esté dedicado a conspirar para hacerle un bypass al orden constitucional vigente.

¿Cómo interpreta usted que el presidente diga que va a ir a la ONU a denunciar que el Estado, que él preside, no está cumpliendo el acuerdo de paz?

Me parece que es una cómoda coartada para eludir el hecho de que su gobierno, el principal responsable de ejecutar el acuerdo, no ha cumplido sus obligaciones. Agréguele otra consideración: a Petro el vestido de presidente de Colombia le queda chiquito. Él es el presidente y nos representa a los colombianos, pero se siente muy por encima de eso y si considera que para la agitación de su propuesta de reconfiguración del orden político tiene que salirse de ese papel, lo hace. El vestido con el que Petro se identifica es el de un mesías excepcional que, transitoriamente, es presidente de la República.

¿Qué opina de la tesis del presidente del golpe blando que no lo deja gobernar?

Es una ficción que le viene como anillo al dedo para manejar la distancia entre el inmenso tamaño de sus promesas y la pobreza de los resultados de su gestión y los conflictos y tensiones innecesarias que ha creado la misma. Qué cómodo y fácil decir que no lo dejan gobernar, que lo quieren fregar, que lo quieren tumbar. Los presidentes se sienten frustrados si no les aprueban sus propuestas, pero siguen tratando de sacarlas adelante, las ajustan, las concertan. Sin embargo, Petro es Petro y enfoca la cosa con una alta dosis de paranoia y victimización, como la que se condensa en su idea del golpe blando.

A usted le tocó lidiar temas muy complejos cuando era consejero de derechos humanos en el gobierno de Ernesto Samper hace 30 años. ¿Porque tiene uno la sensación de que estamos transitando esa misma época en materia de orden público y de violencia?

La situación se ha deteriorado porque el gobierno no enfrenta a las guerrillas ni a otros grupos armados irregulares. Seguramente considera que pueden ser funcionales a la refundación del sistema político si logra traerlos a la paz. El presidente es durísimo con los “esclavistas”, con los “latifundistas” y no deja de echarle puyas a los empresarios y hasta a la Corte Constitucional. Vea lo que dijo cuando ésta tumbó el Ministerio de la Igualdad: “Es que no les gusta la igualdad”, dijo. Pero a esos grupos armados no los ha combatido con contundencia.

El jefe guerrillero del ELN Pablo Beltrán dijo hace poco que era más fácil hablar con el gobierno de Álvaro Uribe que con el de Petro. ¿Eso qué le dice a usted?

Que Petro no aterriza bien sus proyectos. Acierta en parte de sus diagnósticos, pero es inepto a la hora de formular soluciones y ejecutarlas. Sin embargo, mire qué paradoja: una de las protecciones que se tienen frente al proyecto de Petro es su incapacidad para concretar y ejecutar sus designios. Sin embargo, eso no nos salva del todo de los peligros de su modelo estatista. Quiere estatizar la salud y lo está logrando a trancas y a mochas y va por la educación superior. En ciertas áreas quiere debilitar y en otras acabar un esquema que existe en la Constitución y ha dado buenos resultados, el de la colaboración entre lo público y lo privado.

¿Cómo ve la tensión permanente entre el presidente y la prensa que denuncia irregularidades en la gestión de su gobierno?

Grave. Un presidente puede decir “no estoy de acuerdo”, puede controvertir, pero él se sale de ese marco y entra en un terreno de deslegitimación que tiene unos ribetes de menoscabo de la libertad de expresión. Muchos áulicos suyos dicen todo el tiempo: cómo es posible que esto se diga, cómo es posible que se permita que los medios mientan. Y eso puede irle abriendo espacio al control de los medios y a la censura.

¿Le preocupa que pueda repetirse un escándalo como el del DAS? Se lo pregunto porque Carlos Ramón González, actual director de la Dirección de Inteligencia, que reemplazó al DAS, terminó salpicado por el escándalo de la Unidad de Gestión de Riesgo.

Sí, podría ocurrir. Pero la cuestión va mucho más allá de Carlos Ramón. Petro parece creerse eterno. En su excepcionalismo quiere concentrar poderes en la Presidencia –que termina usando desordenada y asistemáticamente– y no piensa en estructuras complejas que salvaguarden a largo plazo los intereses estatales y públicos. La mayoría de los Estados evitan concentrar la inteligencia en una sola agencia. Prefieren que diferentes organismos compitan entre sí y hasta se vigilen mutuamente. No quieren depender de un solo canal de consecución y trámite de información reservada. Buscan la coordinación, no la concentración. Pero Petro quiere poner todo el esquema a su directo servicio, bajo la batuta de un colaborador de extrema confianza.

Usted ha sido muy duro contra el presidente. ¿Le reconoce algo a su gobierno?

Es un hombre que siempre denunció las violaciones de los derechos humanos, que ha sido valiente en eso, que se enfrentó a ese fiscal espantoso que fue Luis Camilo Osorio. Petro ha respetado al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, entre otras cosas porque el sistema lo respaldó cuando lo sacaron de la alcaldía. Además, ha nombrado ante instancias internacionales de derechos humanos a militantes de la causa en Colombia. Gustavo Gallón, por ejemplo, en Ginebra ante la ONU, y Luis Ernesto Vargas en Washington, ante la OEA. No lo veo reprimiendo manifestaciones de ningún color político o ideológico. Ojalá mantenga esa actitud.

 

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