De una a otra reconversión: Una visión personal sobre la extinción del Bolívar (Ensayo)
A manera de prólogo
Ante la inminente entrada en lo que estimo será la fase agónica final del Bolívar como moneda de Venezuela, presento este breve relato sobre algunos hechos de los que fui testigo y actor, como funcionario de carrera en el Banco Central de Venezuela (BCV), de la reconversión monetaria de 2008 y lo que, desde lejos, he podido apreciar de la prevista para junio de 2018.
No pretendo en este escrito escribir la historia de la moneda nacional. Más bien quiero traer a colación algunos elementos del pasado para colocar en contexto el desorden monetario actual y previsible, para beneficio de la mayoría de la población venezolana que ha crecido conociendo una moneda en declive constante. Por lo tanto, habrá omisiones y posibles errores que el lector sabrá detectar.
Lo que el Bolívar dejó de ser
En 2006, en discusiones internas en el BCV donde se consideró un planteamiento oficioso del gobierno para acometer una reconversión, presenté ante su directorio una nota técnica con un argumento en contra de tal medida. Esa nota no abordó un tema económico o técnico, sino más bien uno emocional. En ese momento, el Bolívar venezolano era la única moneda suramericana que no había sufrido modificaciones desde su creación en 1879.
El Bolívar, como sabemos los mayores de 40 años, tenía cosas curiosas, originadas en la superposición de una moneda decimal (un bolívar = 100 céntimos) con resabios del sistema monetario colonial español basado en el real dividido en mitades, cuartos y octavos. Ese es el origen de los nombres que popularmente se daban a las monedas fraccionarias: el real (50 céntimos), el medio (25 céntimos) y la curiosa e inútil moneda de doce céntimos y medio, conocida como la locha, es decir un octavo de Bolívar.
Pero más importante, cabe recordar, es que el Bolívar fue sobre todo una moneda muy estable tanto en lo interno como en lo externo. Hasta mediados de los años setenta del siglo pasado, esa moneda competía con el Riyal saudita por la corona en su estabilidad con respecto al dólar de los Estados Unidos. En lo interior, hasta el súbito incremento de los ingresos petroleros en 1974, la inflación en Venezuela era algo desconocido, con el índice de precios variando entre aumentos y descensos moderados año tras año.
En resumen, el Bolívar era una moneda con capacidad de compra perdurable en el tiempo. Esto queda perfectamente reflejado en un pasaje de la primera novela de la serie James Bond. Allí describe como en una reunión de la ‘directiva’ de las organizaciones criminales mundiales, el contador informa que “los ingresos totales, por razones de prudencia, (los) hemos convertido a francos suizos y bolívares venezolanos, pues continúan siendo las monedas más duras en el mundo”.[i]
Claramente, hoy en día ningún mafioso que se digne aceptaría que su gestor financiero mantenga dinero en bolívares.
El declive
Pero ¿cuándo y cómo comenzó la decadencia de la moneda venezolana? Ese es un tema que ha sido y seguirá siendo discutido pues es difícil separar lo político de lo económico. Para algunos el arranque se ubica entre 1976 y 1977 cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez no supo separar adecuadamente los ingresos petroleros adicionales del circulante monetario en bolívares. Otros le achacan la culpa a la gestión de la deuda externa tanto en ese período como al de su sucesor, Luis Herrera Campins.
Pero hay una fecha imborrable para las generaciones mayores: el 18 de febrero de 1983, el llamado ‘viernes negro’. Ese día, al establecer el gobierno un control de cambios, se rompió el espejismo de la estabilidad cambiaria, que por varios años se venía sosteniendo en el endeudamiento externo comentado previamente. Ese día los venezolanos le dijimos adiós al “dólar a 4,30”, al “ta’ barato dame dos” y, mas sustancialmente, a la certeza de que el billete en el bolsillo te permitiría comprar más o menos la misma cantidad de productos la semana, el mes o el año siguiente.
En esos días también comenzaba el entonces capitán Hugo Chávez a organizar la conspiración militar bajo el manto de un pensamiento ‘bolivariano” quizás aprovechando que se cumplían doscientos años del nacimiento de Simón Bolívar.
Pero en realidad, el 18 de febrero de 1983 la gran mayoría de los venezolanos nos volvimos bolivarianos, pero en un sentido totalmente diferente. Para muchos el establecimiento de un control de cambios ese día y la subsecuente devaluación de la moneda, recalcó que lo que por algún tiempo venían haciendo algunas personas, tenía sentido: abandonar el Bolívar y convertirlo en divisas. En esto, seguimos la pauta que Simón Bolívar le fijó a su hermana María Antonia, luego que ésta le informara el descubrimiento de un yacimiento de cobre en una mina de su propiedad: “deseo venderla al mejor precio posible, a fin de depositar su valor en un banco de Londres”[ii]. Para recalcar el punto, agrega El Libertador en una postdata: “Yo lo que quiero con las minas es venderlas, de modo que tenga el dinero en Inglaterra”.[iii]
Desde esa fecha hasta el fin del siglo 20, la moneda venezolana fue progresivamente perdiendo su función como depósito de valor. Pese a que en esos 17 años los sucesivos gobiernos y el BCV desplegaron todo el abanico de medidas posibles para evitar esa erosión, el celofán se había roto y no hubo manera de restaurar la fortaleza monetaria previa.
La reconversión de 2008
Como sucedió con el país con el viernes negro, el 15 de febrero de 2007 marcó un cambio drástico en lo personal. En la noche de ese jueves, oigo por el televisor de un vecino, al ahora Presidente de la República, Hugo Chávez en cadena obligatoria de televisión, hablar de una reforma monetaria. Enciendo mi televisor y alcanzo a ver el fondo del anuncio: la creación del ‘bolívar fuerte’ para el 4 de febrero de 2008, quitándole tres ceros a la moneda. Inmediatamente comencé a definir un plan de acción.
Para ese momento, ocupaba el cargo de Vicepresidente de Operaciones Nacionales del BCV, obtenido mediante concurso interno. Por ello conocía las dimensiones de las tareas que demandaría lo que eventualmente se llamó reconversión, así como los riesgos que la institución y en lo personal, el proceso conllevaría.
Una cosa tenía clara: el BCV había perdido la discusión sobre los méritos de la medida. Apenas unos meses antes, en octubre de 2006, el directorio del BCV se reunión con Chávez para presentarle un documento donde se exponían las razones que aconsejaban no llevar a cabo la reconversión sin antes adoptar las medidas fiscales y cambiarias que estaban generando la inflación.
El informe fue preparado como respuesta a la campaña a favor de quitarle ceros a la moneda promovida por Rodrigo Cabezas, a la sazón presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, quien argüía que la medida “tendría una consecuencia favorable en el combate contra la inflación”.[iv]
Mi primera acción al llegar al BCV en la mañana siguiente fue hablar con el entonces presidente, Gastón Parra, bajo la presunción que el directorio del BCV había modificado su posición, bien por convicción o por presión. Lo que me dijo alteró la estrategia. Palabras más, palabras menos, me dijo que se había enterado de la decisión por la cadena. No tengo razones para dudar de su palabra, aunque siempre he sospechado que algunos de los integrantes del directorio si estaban al tanto, por lo menos Jorge Giordani, en ese entonces Ministro de Planificación.
¿Qué y quién convenció a Chávez a desoír la recomendación del directorio del BCV? Eso es algo que desconozco, pero algunos indicios me llevan a pensar que hubo una coalición entre quienes creían que efectivamente quitarle ceros a la moneda era una herramienta contra la inflación y aquellos que vieron una oportunidad de negocios.
En el primer grupo claramente estaba Cabezas, quien apenas un mes antes había sido nombrado Ministro de Finanzas. Contaba además con el apoyo del para entonces Superintendente de Bancos, Trino Alcides Díaz. Y no cabe duda de que para quienes tienen una visión rudimentaria de la economía, como el mismo Hugo Chávez, la aparente lógica de dividir entre 1000 los precios y menor inflación resulta atractiva.
Antecedentes
No es la primera vez que el tema le era presentado al BCV. A mediados del segundo gobierno de Rafael Caldera (1994-1999), alguno de sus ministros manifestó interés en una reconversión, en ese momento de sólo dos ceros. El BCV realizó los análisis, bajo la dirección del hoy diputado José Guerra, y concluyó que el momento no era el indicado pues el país no tenía aún la estabilidad fiscal y cambiaria que permitan prever una inflación baja sostenible.
Ese informe fue desempolvado y actualizado en 2004 y formó el corazón del informe presentado en octubre de 2006.
En ese informe, el BCV manifestaba su acuerdo con el deseo de reducir el número de dígitos necesarios para las transacciones, pero alertaba que los costos financieros y operativos que conllevaba el proceso hacían aconsejable esperar a que la inflación tuviese una tendencia claramente descendente y con posibilidad de llegar a un solo dígito antes de iniciar el proceso. También sugería que las acciones para preparar el cambio se fueran realizando sin anuncios previos y que cuando todo estuviese a punto (inflación de un dígito y billetes con la nueva denominación impresos), se hiciera el anuncio oficial.
Pero el argumento más importante era el reputacional. La reconversión tendría que ser un evento único y perdurable. Lanzar a la sociedad a realizar acciones que desgastan y acarrean costos, para luego ver desaparecer los aparentes beneficios en poco tiempo, el BCV y el Estado en general, perderían credibilidad al momento de declarar victoria sobre la inflación.
Los agentes libres
Retomando el hilo histórico, luego de conversar con el presidente Parra y descubrir que el anuncio no fue consultado previamente, comenzaron a caer varias piezas sueltas en su lugar. Primero, y aunque no fue sorprendente por la dinámica en la toma de decisiones bajo los gobiernos desde 1999, el hecho que el anuncio hubiese sido hecho por el presidente de la República, en una materia que por la Constitución y su Ley es de la competencia del BCV, indicaba que había un interés en evitar someter la decisión a una discusión por el directorio, donde corría el riesgo de ser rechazada. También dejaba claro que había una persona o grupo sugiriendo acciones de política monetaria externo al BCV, que Chávez sencillamente haría caso omiso del directorio y de Parra para anunciar medidas.
Recordé entonces una visita de cortesía que recibí en enero de ese año de la encargada de negocios en Latinoamérica de una de las más importantes empresas de fabricación de billetes del mundo. Su presencia en Venezuela no era sorpresiva pues eran, hasta hace poco, suplidores de insumos para la Casa de la Moneda. Pero durante la breve reunión ocurrió algo que no encontré relevante, en ese momento. Intercambiando tarjetas de presentación con un colega que me acompañaba en la reunión, a la visitante se le cayó una tarjeta de un alto funcionario del Ministerio de Finanzas. Sin ninguna malicia comenté que era interesante que estuviese visitando a esta persona, cuyo cargo no tenía ninguna vinculación con las actividades de la empresa. Menos me sorprendió ver, el viernes luego del anuncio, a esa persona y otros dos muy cercanos a él, en el canal de TV del Estado alabando la reconversión.
En mi conversación con Parra, le transmití que el anuncio era un desaire a su posición y que, a mi juicio, tendría dos opciones: renunciar o adoptar una posición proactiva sobre la reconversión, aceptando la decisión como un hecho cumplido, pero exigiendo del gobierno que las riendas de la operación, incluyendo el manejo de medios, lo tuviera el BCV, no estos agentes libres.
También le manifesté que, comoquiera que la Casa de la Moneda apenas se daba abasto para producir billetes y monedas para mantener el circulante, la reconversión exigiría la importación de una cantidad significativa de piezas. Adicionalmente agregué que en esos momentos el mercado de impresión de billetes global estaba pasando por una fase de sobredemanda. Como el anuncio de la reconversión, en contra de la estrategia seguida en la mayoría de los casos en otros países, fue hecho antes de contar con los billetes, los fabricantes comenzaban jugando con la cancha a su favor.
El otro tema era la fecha anunciada por Chávez, el 4 de febrero de 2008. Le insistí que esa era una fecha sumamente inconveniente y que debía hacer todos los esfuerzos para convencerlo de diferir la fecha de inicio de la reconversión hasta el 1 de enero de 2009. A la postre la aceptación fue parcial, aceptando el Ejecutivo que comenzase el 1 de enero de 2008, lo cual debilitó aún más la posición del BCV como comprador de billetes y monedas.
Los riesgos personales
Finalmente, le manifesté a Parra que, pese al respeto que le tenía y el deseo de que tuviese éxito en su gestión, la debilidad institucional del BCV y de su presidencia, me colocaba a mi en una posición delicada. Por una parte, de acuerdo con las normas internas de ese momento, el responsable de manejar la importación de billetes y monedas era yo, una disposición que quedó de los tiempos previos a la creación de la Casa de la Moneda. Por la otra, un par de años antes, yo había sido ‘denunciado’ por los mismos ‘agentes libres’ de ser un ‘escuálido’ incrustado en el corazón del BCV, a raíz de mi participación como firmante en la solicitud de un referéndum revocatorio del presidente de la República en 2003.
A sabiendas que el costo de los billetes sería muy superior a los costos ordinarios, y que además dadas lo ajustado de las fechas la probabilidad de que algo no saliera bien era elevada, esos agentes libres y otros apuntarían a mi cabeza como chivo expiatorio. Por ello, en primer lugar, le pedí al presidente Parra la modificación de la norma, de manera que el proceso de licitación de compra de billetes y monedas lo condujese el vicepresidente a cargo de la Casa de la Moneda, quien ya realizaba esa función para los insumos.
Lo segundo fue que me retiraría del BCV en la fecha más conveniente pero cercana posible. ¿Por qué? Bajo las presidencias primero de Diego Castellanos y luego de Gastón Parra, a diferencia de otros compañeros, nunca tuve mayor inconveniente en expresar libremente mis opiniones en las materias que me competían ni recibí presión alguna. En momentos complejos, como cuando se presentaron discrepancias con el Ministerio de Finanzas, siempre recibí el apoyo y un trato respetuoso tanto del presidente de turno como de los directores, incluyendo a Jorge Giordani y Felipe Pérez, ambos como ministros en representación del Ejecutivo. Pero lo que dejó traslucir el anuncio presagiaba que esa barrera de protección a un funcionario técnico podría ser quebrada en cualquier momento.
Una confirmación de esto la tuve semanas después con una decisión menor pero simbólica. Chávez, en su alocución, mencionó su deseo de revivir a la ilógica locha. Previendo que alguien plantearía que se incluyese en el nuevo cono monetario tal moneda de 12,5 céntimos, preparé una nota técnica indicando las ventajas (ninguna) y las desventajas (abundantes) de acuñar tal moneda. Incluso rescaté un documento de fines de los años sesenta con el cual el BCV planteó al Ejecutivo, que en ese entonces era el responsable por la acuñación de las monedas, dejar de emitir esa denominación. El directorio, en pleno, estuvo de acuerdo. Pero, en la siguiente reunión, el ministro Giordani con el tono de voz que usaba cuando quería imponer una decisión al directorio y que no se discutiese, dijo que esa decisión había que revertirla, pues el “presidente Chávez quiere su locha”. Afortunadamente, logramos minimizar el impacto económico ordenando una acuñación por una cantidad simbólica. Pero si el directorio era capaz de acobardarse frente a una decisión insustancial, pero a la vez carente de lógica y con costos evidentes, ¿qué no estarían dispuestos a aceptar en otros casos?
Proceso exitoso…. en lo operativo
De esta forma dejé el BCV a medio camino del proceso de reconversión, pero lo hice convencido de que el plan que habíamos diseñado los equipos técnicos, sin mayor interferencia externa, tenía altas probabilidades de éxito. Los billetes se estaban produciendo, con un alto costo como esperaba.
Una de las cosas que ayudó fue que, desde fines de 2005, de manera totalmente independiente y obedeciendo a un ciclo natural, logré la autorización del directorio del BCV para iniciar el diseño de una nueva familia de billetes. Para el momento del anuncio de la reconversión, todos los billetes estaban diseñados. Las ideas generales las habíamos definido el gerente de Tesorería y yo luego de revisar otros diseños innovadores en otros países. El objetivo principal era mitigar el riesgo de falsificación y para ello adoptamos el inusual diseño vertical. En lo personal tenía otros objetivos: ampliar el número de civiles en las figuras históricas reduciendo el predominio de militares de la Independencia, incorporar por primera vez a al menos una mujer y ampliar la diversidad étnica.
Un comentario aparte. Siendo el responsable final de la selección de las figuras que aparecen en los billetes desde 2008, nunca deja de sorprenderme como aparecen supuestos ‘expertos’ y conocedores de los ‘secretos’ de los billetes los cuales, en una sublime muestra de la estupidez humana, aseguran que las figuras elegidas responden a una supuesta afiliación a ritos mágicos afroamericanos. Estos dizques ‘especialistas’ no tienen empacho en afirmar que luego de “profundas investigaciones”, han descubierto los mensajes ‘secretos’ en los billetes. Lo que me queda es sonreír y aceptar que algunos necesitan crearse sus propios mitos para paliar la difícil realidad.
Llegó 2008 y la reconversión logró lo que podía: dividir entre mil la expresión numérica de las transacciones monetarias. Que el proceso transcurriera sin mayores sobresaltos para el público en general hay que agradecérselo tanto a los funcionarios del BCV que trabajaron con ahínco en 2007, así como los miles de personas en el sector privado que se abocaron a asegurar que no hubiese interrupción alguna en las transacciones financieras y comerciales.
Por supuesto, como era de esperar, la aceleración de la inflación no se detuvo, el deterioro de la capacidad de compra de los salarios tampoco. Como preveía en mi último informe antes de salir del BCV, para 2010 ya era necesario emitir un billete de mayor denominación, de 200 bolívares, el cual había dejado listo para ordenar su impresión. Incluso, previendo que la inflación podría acelerarse, dejé listos los diseños de billetes de 500 y uno sin denominación, de reemplazo, en caso de falsificación masiva de una denominación. Pero ya para esa fecha el BCV estaba en manos de pusilánimes más interesados en organizar parrandas playeras que en asegurar la estabilidad de la moneda., como describió recientemente el corresponsal de The Wall Street Journal en Venezuela.[v]
La reconversión de 2018
Una década después, el país vuelve a enfrentar el proceso de cambiar la moneda. En esta oportunidad, desde fuera del BCV y del país, sólo tengo acceso a la información pública de lo que está ocurriendo.
Con la información disponible, se aprecian diferencias sustanciales frente al proceso anterior, en su mayoría en sentido negativo. En primer lugar, la fecha seleccionada. La persona que decidió que el mejor momento para el cambio fuese un lunes, en medio del año calendario y fiscal, sin prever o aprovechar feriados bancarios, deberían darle un ‘premio’ por imbecilidad económica. Algo diferente a la lógica económica debe haber privado para seleccionar esa fecha, lo cual seguro se conocerá luego de publicado este texto.
Lo segundo es que al igual que en 2007 se coloca la carreta delante del burro. Incluso el promotor principal de la primera reconversión, Rodrigo Cabezas, alerta que esta es inconveniente en la medida que no está acompaña de medidas reales contra la (ahora) hiperinflación. Si el proceso anterior le duró al país menos de 10 años, ¿cuántas semanas pasarán antes que volvamos a ver precios expresados en miles o millones? En 2007 hubo algunos amagos de tomar medidas para reducir la inflación. Esta vez nada. Esto no sorprende pues en esta oportunidad la justificación no es la hiperinflación, sino la supuesta “guerra económica”, incluyendo mitos absurdos y carentes de sustento, como el de la extracción de billetes hacia otros países. Lo que no explica la escueta información publicada por el BCV es cómo la reconversión va a lograr combatir el “bloqueo económico y financiero de EE.UU.” o la “inflación inducida”.
Lo tercero es el plazo que se ha dado. En 2007 consideraba que 9 meses eran insuficientes para organizar correctamente y con costos moderados una reconversión. Ahora quieren hacerlo en dos meses. No sorprende que haya crecientes dudas de que efectivamente la fecha del cambio sea la anunciada, pues faltando una semana al momento de escribir estas líneas, varios actores importantes expresan que no están listos.
Y finalmente, y la diferencia más peligrosa, es que la medida va acompañada de la confiscación sin compensación de las especies monetarias en circulación. Pareciera que el gobierno (el BCV es un mero instrumento mudo en todo esto) no ha aprendido la lección de la desmonetización del billete de 100 en 2016, medida absurda y fracasada, como reconoce mensualmente el propio gobierno al prorrogar su circulación . Si, como ha trascendido, los nuevos billetes no están en las taquillas no sólo de los bancos sino de los comercios, el 4 de junio en cantidades suficientes, el riesgo de un colapso comercial total es real. Es aterrador el silencio tanto del BCV como del gobierno sobre cómo harán las personas y los comercios para deshacerse de los billetes actuales durante los próximos 8 días y, a la vez, realizar sus transacciones ordinarias. ¿Cerrarán los comercios el próximo fin de semana? ¿Qué billetes darán los bancos esta semana?
¿Ocurrirá la reconversión en la fecha indicada?
La reconversión es un proceso complejo, con varios componentes: cambios en los sistemas, normas jurídicas, contables y fiscales, y actividades vinculadas con la distribución de los billetes y monedas en todo el territorio nacional.
En esta ocasión, debo admitir, se cuenta con la experiencia anterior. Los analistas de sistemas básicamente deben repetir los cambios de 2007; gran parte de la normas jurídicas y contables de 2007 son reutilizables. Pero el plan logístico de distribución de 2007 difícilmente puede ser reproducido con unas pocas semanas de holgura, si acaso.
Incluso, en lo referente a los sistemas y las normas jurídicas y contables, la selección de una fecha absurda plantea problemas que en 2007 no se plantearon. Por ejemplo, en 2007 los bancos cerraron sus balances y procesaron los estados de cuenta de cierre del año en sus cuentas de depósitos y créditos. Eso les permitió iniciar 2008 reexpresando los saldos de cierre divididos entre mil. Públicamente no se ha conocido si las instituciones financieras tendrán que hacer un corte de cuenta el viernes 1 de junio, congelar los saldos el fin de semana e iniciar el día 4 de junio con los saldos reexpresados. ¿qué va a suceder con los cálculos de intereses? ¿qué ocurre con los vencimientos de créditos y depósitos que coincidan con una u otra fecha?
Todo apunta a que, o aplazan la medida, con el costo reputacional y de esfuerzo perdido, o el país enfrentará un problema sin parangón en lo económico.
¿Habrá alguna razón oculta?
Antes he mencionado que quizás detrás de todo este ejercicio ilógico puede haber alguna motivación extra económica. Desde los tiempos de Chávez han surgido acciones contrarias a la permanencia del Bolívar como moneda. Primero fue la iniciativa de monedas comunales, la cual en realidad no era relevante por sus dimensiones, pero dejó entrever cierta animadversión contra la moneda del BCV.
En los últimos tiempos, ha habido señales más claras en el mismo sentido. Algunas de las monedas alternativas que han aparecido en Caracas y otras regiones reflejan más el vacío que ha dejado el BCV por su incapacidad para manejar adecuadamente el circulante. Pero la iniciativa de emitir criptoactivos, primero el Petro, probablemente seguido de otros, surgido desde el Ejecutivo sin participación pública del BCV, confirma el patrón.
A esto cabe agregar acciones como el ‘carnet de la patria’ y el desarrollo liderado por la Sudeban, otra vez sin participación evidente del BCV, de un esquema de transferencia de fondos a través de teléfonos celulares, pueden prestarse para la creación de un sistema monetario paralelo o sustituto del que está a cargo del BCV.
Puede haber detrás de todo esto la intención de eliminar el dinero como medio para la asignación de bienes y servicios en la sociedad. Ese fue un anhelo de una figura popular entre la cúpula dirigente, el Che Guevara. La catástrofe humanitaria que ocasionó la eliminación del dinero en Camboya bajo el régimen de Pol Pot, puede estar siendo descartada como una ‘mentira’ del imperialismo.
A esto se agregaría el carácter confiscatorio que, en estos momentos, tiene la decisión de desmonetizar todos los billetes y monedas que hoy circulan. Eso lo hizo Kim Jong Il en Corea del Norte en 2009. Pero incluso en ese caso dieron 7 días para canjear los billetes.
Quizás esté en las mentes de quienes lanzaron la reconversión establecer un sistema de asignación de capacidad de compra de la población, especificando tipo y cantidad de bienes, así como fechas para la recepción, manejado a través del carnet de la patria y con un pequeño componente de capacidad de compra transable entre personas, sustentado en un criptoactivo.
Las gríngolas ideológicas de la cúpula que gobierna hoy a Venezuela, les impide ver el rol vital del dinero en la sociedad moderna. Bien valdría la pena que estas personas leyeran el siguiente extracto de un personaje histórico que difícilmente puede ser acusado de neoliberal o monetarista, Leo Trotsky y que puede ser perfectamente aplicado al caso venezolano actual:
“Cambios arbitrarios del valor de la moneda conducen inevitablemente a la ruptura de la coordinación interna de todas las ramas de la economía. Esta especie de devastación, de naturaleza molecular, descompone los procesos más íntimos y profundos de la distribución y la producción. Esa es la gran lección a extraer de la Unión Soviética, donde lamentablemente se ha hecho de una amarga necesidad una virtud oficial. La falta de un rublo-oro estable es allí una de las causas fundamentales de muchas de las dificultades y catástrofes económicas. Es imposible regular los salarios, los precios y la calidad de las mercancías sin un sistema monetario firme. Tener un rublo inestable en un sistema soviético es lo mismo que tener moldes variables en una fábrica que trabaja en serie. No funciona.”[vi]
La extinción del Bolívar
Tengo la impresión de que, así como el Bolívar “fuerte” de 2008 pronto acabó mucho más debilitado que su antecesor, el próximo Bolívar “Soberano” conducirá a la pérdida de la soberanía monetaria.
Con su lanzamiento en medio de una severa hiperinflación, la esperanza de vida como moneda de uso del Soberano no se ve muy larga. Su eventual reemplazo, si se quiere tener alguna probabilidad de que sea aceptado por la población, necesariamente requerirá una denominación radicalmente diferente. Se cumplirá así el anhelo de los bolivarianos de antaño, antes que la denominación fuese secuestrada por Chávez, que siempre se quejaban de que usar el apellido del Libertador para la moneda era un ultraje a su memoria. “La gente lleva la efigie de Bolívar en el bolsillo trasero de sus pantalones”, recuerdo haber oído a una de esas personas.
Y no solamente será la pérdida reputacional de la moneda que perderá valor con rapidez apenas nazca. Quisiera estar equivocado y que el 4 de junio el BCV nos sorprenda con billetes nuevos en todas partes, facilitando el canje de los viejos por los nuevos sin riesgo de confiscación o pérdidas para los tenedores y que no ocurran problemas contables, operativos, jurídicos o fiscales de importancia. Pero si no recapacitan y persisten en que la reconversión inicie en esa fecha y con la desmonetización de los billetes actuales, la gente necesariamente asociará al “Soberano” con el caos subsecuente.
Incluso puede ocurrir en la práctica lo que implícitamente acaba de ser derrotado en las urnas: la dolarización. El abandono de la moneda nacional por una extranjera normalmente ocurre de manera espontánea, no por una decisión de gobierno como fue planteado en la campaña electoral.
En ese momento, el “Soberano” terminará derrocado y entregando la soberanía monetaria.
[i] Fleming, Ian. Casino Royal. Londres 1953.
[ii] Lecuna, Vicente (Recopilador) Cartas del Libertador corregidas conforme a los originales. Caracas, 1929
[iii] Ídem
[iv] Entrevista en el Diario Panorama, 27-12-2005.
[v] Kurmanaev, Anatoly. The Tragedy of Venezuela. The Wall Street Journal. Nueva York, 24-05-18.
[vi]Trotsky, León. Si Norteamérica se hiciera comunista. Artículo publicado en Liberty. Nueva York, 1936.