¿De verdad quiere usted ser militante?
Asistentes a un mitin del PP en Valencia en 2007. ALBERTO DI LOLLI
Es innegable la evolución de la política en España. Si no hace tanto se nos decía que lo mejor que se podía hacer era no meterse en política, en boca del más interesado en que nadie más la hiciera, ahora la recomendación ha variado sutilmente pero manteniendo en la diana a los partidos políticos.
«Haga como yo, sea independiente» es el nuevo mantra político que bebe de la misma desafección hacia la política diaria, hacia los partidos, hacia la militancia activa. La carga ideológica sigue apuntando al mismo lugar y busca una salida semejante; la política sólo da problemas, los partidos son el mal absoluto por lo que necesitamos gente de fuera de ese agujero negro por el bien de los ciudadanos.
Imposible negar que el actual sistema de partidos tiene no pocos fallos; que carecen de democracia interna real, que son máquinas de colocación por encima de la creación de ideas y propuestas, que las luchas tienen más que ver con el reparto de sillones y poder que por discrepancias ideológicas y que los principales partidos están atados de pies y manos mientras sus cuentas estén de facto embargadas por los bancos con quienes tienen deudas millonarias, pero incluso en ese fango generalizado -que más bien se centra en las cúpulas- se encuentra también lo mejor de la política.
Mientras los dirigentes juegan a primarias sí o no en función de si necesitaban colocar a un amigo al frente de una tarjeta black de Caja Madrid, a primarias sí si sale el mío o primarias no, si va a salir el otro, la militancia mantiene en pie la política diaria.
Es una militancia acostumbraba a no estar en ninguna lista electoral, donde la renovación de las mismas depende de si han ganado los de uno frente a los del otro -o viceversa-, pero que analizadas en un periodo de 20 años nos darían prácticamente los mismos nombres en los mismos puestos.
Una militancia que a pesar de estar intencionalmente desmotivada y desmovilizada, abre las sedes de los partidos, que hace campaña, que debate proyectos e ideas, que desde hace años propone en los congresos pertinentes las mismas medidas de apertura de las organizaciones que son rechazadas con la misma asiduidad. Una militancia que en silencio hace política fuera de los focos, de las batallas, de las guerras de nombres, reclamada sólo para legar carteles, aplaudir o votar en primarias a quien debe votar en primarias.
A estos ciudadanos incansables, a estos compañeros con dosis infinitas de moral y afecto a sus siglas ahora les cae a sus espaldas esta reinvención del franquista «no se meta en política» y además defendida por sus propios dirigentes que en realidad viene a ser de nuevo un «no se meta usted, que ya me meto yo».
Dicen -los que se deberían dar por aludidos por sus propias palabras- que resultan necesarios ahora los independientes porque los partidos están muy mal vistos, porque los nombres están muy quemados, porque los principales liderazgos son de barro o están en el entorno de algún tipo de corrupción. Añaden que los independientes no tienen los lastres del partido, aportan su trayectoria personal frente a la – presuponen- nula trayectoria de los miembros de los partidos y que no tienen dependencia de los errores de las siglas como sí podrían tenerla los militantes.
Así, hasta el punto de que algún que otro partido dice que contratará externamente a equipos de sociólogos, politólogos y expertos varios para ayudar al partido, asumiendo así que entre sus filas no debe haber nadie capacitado para ello.
Normal, supongo, que estén bajando las cifras de militantes en partidos como el PSOE cuando sus dirigentes vienen a decirles que excepto para llenar mitines para poco más sirven y que a la hora de tomar decisiones llamarán a independientes o expertos ajenos a las siglas.
Yo, en cambio, entiendo a nuestros dirigentes. La militancia, por mucho que se obstinen en presentarla públicamente como una incapacitada política e intelectual no ceja en su lucha por pedir cambios, abrir los partidos, proponer procesos revocatorios, exigir primarias, reclamar transparencia, hacer esenciales las listas abiertas y un largo etcétera de regeneración democrática que es un incordio para quienes llevan toda una vida dedicada a ser profesionales de la política del sillón.
A los independientes los pueden poner y quitar con facilidad, los usan y los tiran, pero los militantes al día siguiente de un desastre siguen pidiendo las mismas explicaciones que normalmente ya venían reclamando durante las campañas. Con los equipos de expertos externos a los que pagas para decirte lo que quieres oír ocurre lo mismo, desaparecen cuando el contrato termina, pero los militantes seguirán reclamando respuestas el día después.
Menos mal que ya hacen cada vez mítines más pequeños y así van siendo necesarios menos militantes para llenar sillas, quedando sólo pendiente la cuestión sobre las cuotas que pagamos, pero bueno, siempre habrá un banco dispuesto a prestar lo necesario a cambio de -llamémoslo- algo.