Del Maleconazo al 11J, el camino de la niñez cívica a la madurez
Unos iban en harapos, otros llevaban mascarillas. Aquellos gritaban por subirse a una lancha en la bahía de La Habana y emigrar, estos tomaron las calles a lo largo de toda la Isla para intentar cambiar el país y no tener que poner proa hacia otra parte. Entre los 27 años que transcurrieron desde la protesta popular del Maleconazo, el 5 de agosto de 1994, y las manifestaciones masivas del 11 de julio de 2021 (11J), los cubanos pasaron de la niñez cívica a la madurez. Solo hay que repasar las imágenes de ambos momentos para notar el tremendo cambio que se operó en nuestra sociedad.
Si aquella mañana de agosto el detonante fue la cancelación de los viajes de la lanchita de Regla y el impulso lo dieron las ansias de escapar del país, el 11J el grito de las calles era claramente libertario, antigubernamental y de hartazgo social con el modelo político y económico impuesto hace seis décadas. Mejor estructurados, con consignas más consensuadas y talante democrático, los manifestantes de hace dos años eran también los hijos y nietos de quienes anteriormente tomaron la avenida del Malecón y fueron golpeados por las Brigadas de Respuesta Rápida y por los constructores del contingente Blas Roca.
La represión fue la respuesta en los dos casos. Si en aquel lejano verano los opresores se disfrazaron con ropas de civil, en el 11J dejaron el pudor a un lado y salieron a golpear
Dispersos, sin liderazgo y agobiados por el hambre, quienes protagonizaron aquella inicial explosión social fueron sin dudas más que valientes. Era la primera revuelta pública contra el régimen cubano en mucho tiempo y parecía que ya la maquinaria de adoctrinamiento y la policía política habían logrado extirpar todo civismo de la gente en esta Isla. Fue una revuelta del desespero, caótica y condenada al fracaso por su falta de organización y la ratonera en que se convirtió el litoral cuando las tropas de choque avanzaron sobre la multitud. No pudieron hacerlo mejor. No sabían hacerlo mejor.
A pesar de las tantas diferencias, varios hilos comunes unen ambos momentos. La represión fue la respuesta en los dos casos. Si en aquel lejano verano los opresores se disfrazaron con ropas de civil, en el 11J dejaron el pudor a un lado y salieron a golpear y a apresar con toda su parafernalia de uniformes, escudos y armas. Mientras que en aquel grito en pleno Período Especial fue Fidel Castro quien dirigió el aplastamiento de la inconformidad ciudadana, y solo se acercó al Malecón cuando ya habían logrado controlar la situación; en 2021 le tocó ese oprobioso papel a Miguel Díaz-Canel, que dio la «orden de combate», desde una oficina y tras un buró, y desató la cacería de los manifestantes.
Sin embargo, la principal conexión entre el Maleconazo y las protestas del 11J no es ni el comportamiento del régimen ni el hecho de que en ninguna de las dos explosiones se logró un cambio democrático en la Isla. Ambas fechas están hermanadas por algo más profundo y decisivo. No solo mostraron el rechazo de los cubanos al sistema sino que también evidenciaron la evolución de una sociedad a la que no han podido cercenarle sus ansias de libertad.