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Del tiranicidio considerado como una de las bellas artes

La Casa Blanca y el propio Partido Republicano censuran a Graham por pedir a los rusos que acaben con Putin

Salvando las debidas distancias temporales e intelectuales, no quedan muy lejos los eslóganes fundacionales de Estados Unidos de la apología del tiranicidio que, apuntando a Putin con mirilla telescópica, acaba de firmar el senador Lindsey Graham. «El árbol de la libertad debe regarse de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos. Esta constituye su abono natural», enseña Thomas Jefferson; «La rebelión contra los tiranos es obediencia a Dios», proclama Benjamín Franklin. «Alguien en Rusia tiene que dar un paso al frente y eliminar a este tipo. ¿Hay un Bruto en Rusia?», añade al repertorio el senador por Carolina del Sur, republicano para más inri y de inmediato desautorizado por la Casa Blanca y por su propio partido, ya contagiado por una cultura de la cancelación que purga el pensamiento y la obra de los padres de una nación tan evolucionada que en el siglo XXI se dedica a enseñar al mundo la manera de callar lo que se piensa, que en eso consiste aproximadamente el progreso. Matar a Putin sería un bendición, empezando por los mismos rusos. Que en el concilio de Constanza la Iglesia se desmarcara del tiranicidio, o que el patriarca de Moscú santifique estos días la invasión de Ucrania, solo nos puede llevar, pasando por la teología pistolera de Franklin, a las palabras y las dudas de Benedicto XVI en Auschwitz: «¿Dónde estaba Dios en esos días?». Quizá tenga la respuesta el portavoz de Joe Biden.

 

 

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