Demasiado cínico todo
El empeño de la izquierda por criminalizar a la derecha, ahora a costa de una inexistente agresión homófoba, revela su obsesión por crispar aún más y ahondar en la fractura social
Buena parte de la izquierda se ha llevado una lección con la pantomima puesta en marcha por el joven de Madrid que simuló una agresión homófoba y que, arrepentido de la farsa, ha tenido que admitir que mintió. Pero entretanto pasaron casi 48 horas de linchamiento moral continuo a partidos y votantes de la derecha, a los que el Gobierno ha presentado como indignos defensores de las agresiones basadas en el odio. Ha sido un ejemplo claro, y ridículo, de esa eterna estrategia oportunista de desempolvar su pretendida superioridad moral para buscar votos. Y lo grave es que no solo fue puesta en marcha de manera prematura por colectivos defensores de la diversidad de sexos, sino que fue capitaneada por el propio presidente del Gobierno y por varios ministros, entre ellos Fernando Grande-Marlaska, quien siendo juez parece haber olvidado el valor real de las pruebas, los indicios, y la presunción de inocencia, que también debería existir en su faceta ideológica para los muchos millones de españoles que no piensan como él.
Pero les puede la obsesión por criminalizar al oponente y buscar culpables donde no los hay. La consecuencia es el esperpento político más absoluto. Les puede más un desprecio racial a la derecha y el ansia de fractura social que la condena real de las agresiones por odio que sí se producen. Porque para la izquierda, el odio solo es odio cuando proviene de la derecha, y cuando ocurre al contrario todo se cubre con una losa de hipocresía. De ahí, tanto silencio sobre las llamadas ‘cazas del pijo’ en barrios adinerados de grandes ciudades, o sobre aquellos episodios contra símbolos católicos al grito de ‘arderéis como en el 36’. La doble ética pública. Atrás quedan los tiempos en los que el Gobierno iba a crear un ‘Ministerio de la Verdad’ contra las noticias falsas o ‘fake’. Y resulta sospechoso el silencio de tantos fiscalizadores de noticias, nada neutrales por cierto, que sermonean señalando a los medios y sentenciando cuál es aceptable y cuál no. Esta es la intervencionista ingeniería social en la que vivimos. Ya se comprobó en el trágico suceso de meses atrás con un joven asesinado en La Coruña, donde la instrumentalización política de aquella muerte retrató a muchos colectivos.
Pero es que además, no le va bien a la izquierda con la polarización social. Las encuestas así lo demuestran. Lo ocurrido a través de la simulación de un delito, que no de una denuncia falsa, es solo un artificio mediático creado sobre una mentira para condenar a media sociedad y presentar a Madrid -otro interés político evidente- como un paraíso del fascismo en el que bandas organizadas amedrentan a los colectivos homosexuales. Quienes lo han hecho no son simples políticos o comunicadores engullidos por su propia trampa; son auténticos ‘hooligans’ de la crispación social.
No es un problema de no condenar cualquier agresión homófoba que se produzca. ABC siempre lo hará. Pero debe cesar esta intoxicación social a base de falsedades. De las casi 800 denuncias por delitos de odio que se han presentado en lo que va de año, cabe preguntarse cuántas han prosperado. España no es ningún semillero de odio por razón de sexo, raza, motivos religiosos… Y si la izquierda fabrica esa imagen, cabría preguntarse por su propia incompetencia para combatirlo, ya que el Gobierno lo dirigen el PSOE y Podemos. Lo que ocurre es que saben que mienten. Si tan desolados están por tanto odio, deberían reflexionar sobre qué culpa tienen en ello. O plantearse si no es en las dictaduras que apoyan muchos miembros del Gobierno donde sí se producen persecuciones y condenas a muerte por homosexualidad. Tanto cinismo no es sostenible.