Democracia, en otras palabras
La RAE declara la guerra a las jergas gremiales y administrativas
Se ha filtrado, como un informe cualquiera de la UCO, el borrador de la ‘Guía panhispánica de lenguaje claro y accesible’ en el que trabaja la RAE. La gente va en el Metro que no le quita ojo al PDF, consciente de su relevancia pública, como cuando se ponía a hacer corrillos en los vagones y a discutir sobre la renovación del CGPJ. Ni siquiera ha sido editado y ya es un éxito de público, hasta el punto de que la Docta Casa planea sacarlo para la Feria del Libro y rentabilizar en el mercado editorial una expectación que, contagiosa, crece según pasan los días. No vamos a contar el final del libro porque es de mala educación, pero sí recordar que la cosa va de la guerra declarada por la Academia a ese «lenguaje oscuro e incomprensible» que contamina la comunicación de los poderes públicos. No vamos a destripar el final, porque además de ser de mala educación lo mismo hacen una segunda parte, como en ‘El Señor de los Anillos’, pero sí anotar que el libro narra la heroica batalla que libra la RAE contra una Administración que «utiliza una jerga propia», con episodios tan épicos como el del «laberíntico recibo de la luz», tremebundo, o el de «la letra pequeña de los bancos», no menos cruento, por no detenernos en la numantina defensa del idioma que protagonizan los académicos contra el «bloqueo cognitivo» que provoca la comunicación médica. La gente en el Metro no le quita ojo al PDF.
«Partimos del convencimiento de que la utilización de un lenguaje claro y comprensible es fundamental para la vida democrática», dice la Secretaría General Iberoamericana, que junto a las academias aparece en los títulos de crédito de una superproducción que, como el camino que lleva al infierno, está empedrada de buenas intenciones.
Resulta ahora que los únicos dialectos gremiales –jurídico, médico, mercantil, administrativo…– cuya impermeabilidad les ha permitido blindarse y conservar a través de la endogamia su secular pureza semántica y su rigor, amenazados, si no arrollados en otros campos, por la contaminación de la neolengua que trastorna y pervierte la comunicación pública, van a tener ahora la culpa del deterioro democrático. Bien está –como señala la RAE– combatir el abuso de gerundios, oraciones pasivas, coordinaciones o subordinaciones, pero si es cierto que «el lenguaje debe consolidarse como un facilitador y no un obstáculo para la vida en sociedad», en palabras de la Secretaría General Iberoamericana, convendría subrayar las virtudes de unos argots sectoriales que, lejos de atentar contra la claridad y accesibilidad, han guardado las formas, algo retorcidas, eso sí, de un lenguaje que, a la contra, se ha convertido en la última década y desde los laboratorios de la ideología en los que trabajan los partidos políticos en instrumento básico de la perturbación democrática. Ríete tú de los médicos, o de los jueces.
Tan nociva para las libertades es la resignificación con que unos tratan de alterar la percepción del mundo –no se les entiende nada, salvo la intención– como la simplificación –lenguaje claro y accesible– con que otros lo explican. El populismo es bilingüe.