El nacionalismo vive entre el liberal ‘derecho a decidir’ y la imposición de la independencia a todos los Españoles. /AMB-Actuall
El nacionalismo agita sin cesar el derecho a decidir cuando no quiere significar nunca que los catalanes decidan libremente, sino solo que decidan separarse de España.
El nacionalismo catalán defiende el “derecho a decidir”. El que tantas personas reivindiquen algo tan difuso es una muestra del desconcierto que prevalece cuando los valores liberales son socavados por el colectivismo. Aunque parezca paradójico, ese absurdo está extendido en los ámbitos más variados. Daremos un rodeo por uno de esos ámbitos, para regresar después al nacionalismo.
Vi hace tiempo un programa de televisión, donde un progresista opinaba así sobre el sexo: “Que cada cual haga lo que quiera”. Sobre el matrimonio dijo lo mismo: cada uno debe hacer lo que le dé la gana, porque, según aseguró con solemnidad, “el amor no necesita un contrato”.
La relación entre el pensamiento único y la libertad exhibe sus contradicciones también en los terrenos sexual y familiar: en ellos el antiliberalismo imparte lecciones de respeto a la libertad. Sin embargo, en numerosos otros capítulos el progresismo propicia violaciones de la libertad de diverso grado, amparándose en ideales colectivistas, desde la igualdad hasta los llamados “derechos sociales”.
El estatismo eleva la coacción sobre la vida, la libertad y los bienes de sus súbditos hasta niveles inéditos, pero a la vez presume de concedernos toda suerte de derechos
¿Cómo es posible, entonces, ser partidario de un amplio derecho a decidir para el sexo, el matrimonio y la familia, y no serlo para lo demás? ¿Cómo pueden ser liberales para una cosa y no para otra? Conjeturo que la respuesta es: no son liberales en ningún caso.
Véase el ejemplo del matrimonio. Es llamativo que el progresista al que escuché decir “el amor no necesita un contrato”, no haya percibido que el matrimonio sí lo necesita. Es más, el matrimonio es un contrato: siempre bromeo con mis alumnos diciéndoles que es el contrato más importante que van a firmar en su vida, junto con la hipoteca. Y el matrimonio es un contrato antiquísimo, muy anterior a los Estados modernos. Baste recordar en qué contexto realiza Nuestro Señor Jesucristo su primer milagro.
Nadie es más radical en su nacionalismo que la CUP. Es revelador que, al mismo tiempo, sea también radical en su antiliberalismo
El estatismo eleva la coacción sobre la vida, la libertad y los bienes de sus súbditos hasta niveles inéditos, pero a la vez presume de concedernos toda suerte de derechos que, bien mirados, son muy diferentes de los derechos y libertades clásicos, porque o bien requieren la violación de derechos de otros (así son los derechos sociales) o bien privan a las personas de la protección institucional que brindan los derechos clásicos, desde la propiedad privada hasta los contratos voluntarios, empezando, precisamente, por el matrimonio.
Estos equívocos se reproducen en el caso del nacionalismo, que agita sin cesar el derecho a decidir cuando no quiere significar nunca que los catalanes decidan libremente, sino solo que decidan separarse de España, violentando no solo los derechos de quienes rechazan la idea, sino también las instituciones que han brindado un marco de convivencia, con sus luces y sus sombras, durante siglos.
Entiéndase bien: no estoy diciendo que la secesión sea una aberración antiliberal, al contrario. Lo que digo es que, para ajustarse a la libertad, no puede hacerse de cualquier manera, y quebrantando todas las normas.
Nadie es más radical en su nacionalismo que la CUP. Es revelador que, al mismo tiempo, sea también radical en su antiliberalismo. La señora Anna Gabriel lo demostró uniendo su odio a la libertad en los dos ámbitos que hemos abordado en este artículo.
La política catalana es partidaria de imponer la independencia ya mismo, a la fuerza, y como sea, y al mismo tiempo es enemiga de la familia, y ha propuesto, contra la denostada familia nuclear, que a los hijos los críe…¡la tribu!