¿Derechos humanos o deseos individualistas?
Nos debemos una discusión para profundizar. ¿Los derechos particulares deben estar por encima de los derechos humanos? Cuesta cada vez más separar la implicación emocional del debate de ideas.
Libertad de decidir
Lo que vale ya no es tanto la vida, sino la libertad de decidir por encima de todo, aunque sea en contra de la vida y de la dignidad de las personas. Esto puede verse en planteos de actores políticos que argumentan en cuestiones bioéticas complejas, pero sin demasiados matices y solo en nombre de la libertad individual. Estos se expresan superficialmente a favor de la venta de órganos humanos, de la maternidad subrogada o de la eutanasia, como si se tratara simplemente de una decisión sobre el propio cuerpo, sin tener en cuenta los contextos de vulnerabilidad, injusticia y el respeto debido a la dignidad de un ser humano que, aunque él mismo no lo reconozca, los demás respetamos.
Las advertencias internacionales en derechos humanos no dejan de quedar al margen cuando la opinión pública solo se centra en el interés individual y nada más. No se tienen en cuenta los pactos internacionales de derechos humanos que prohíben dichas prácticas por ser contrarias a la dignidad humana y a derechos fundamentales y siempre se plantean como una necesidad porque alguien o algunos simplemente así lo desean.
¿Y los demás? ¿La justicia? ¿La solidaridad con los más vulnerables? No lo relacionan, creen que solo se trata de cada uno y nada más. Se pierde de vista fácilmente la dimensión comunitaria de la vida humana y el impacto que tiene sobre los demás cuando no se reconoce la necesidad de ciertos límites.
La autonomía hipertrofiada
Hay dos supuestos que se han vuelto valores absolutos e incuestionables en la opinión pública. Uno es que la libertad es un fin bueno en sí mismo sin importar para qué se use. Y el otro es que la verdad es siempre subjetiva y relativa, abriendo la puerta a graves deformaciones del concepto de derecho.
En primer lugar, se asume con naturalidad que la libertad de hacer lo que cada uno considere bueno mientras no perjudique a otros es lo correcto, sin importar el fin de esa acción. Es decir, una libertad como fin en sí misma, sin importar para qué, sin importar el sentido ni la finalidad de las acciones, ni los valores que deben guiar la acción en orden al bien personal y social.
Se lleva así el derecho hacia planteos absurdos que terminan oponiendo unos derechos a otros, como si se tratara de gustos y preferencia subjetivas, como si el bien y el mal fueran intercambiables a todo nivel. Es cierto que lo que para unos es bueno, para otros no lo es tanto, pero este razonamiento no es aplicable a todos los ámbitos ni en todas las cuestiones éticas. El que los mismos valores no siempre sean compartidos en una sociedad plural es algo obvio. El problema se manifiesta con claridad cuando no queda ni siquiera en pie la dignidad humana y el mínimo respeto por los derechos humanos fundamentales.
Esto, y no otra cosa, explica que haya colectivos que defiendan determinados derechos particulares, desconociendo derechos fundamentales de quienes consideran adversarios políticos o simplemente que no les interesan. Se tiene extrema sensibilidad para determinados temas e indiferencia para dramas escandalosos.
En segundo lugar, predomina un subjetivismo radical que hace de la perspectiva particular y emocional un criterio de verdad que los demás deben aceptar y hasta promover, confundiendo deseos con derechos y confundiendo empatía con estar de acuerdo. Puedo comprender emocionalmente a alguien sin por ello estar de acuerdo con sus ideas, pero cuesta cada vez más separar la implicación emocional del debate de ideas.
Derechos humanos: una conquista histórica
La gravedad de la cuestión es que, si no hay un bien común mínimamente objetivo, si no se reconoce una dignidad común en los seres humanos, entonces cada uno puede inventarse lo que es bueno, aunque eso implique desconocer los derechos humanos de quienes considero que no tienen derechos por estar del lado equivocado o ser los que no merecen nada.
Más allá de la absolutización de la libertad como fin en sí misma y las visiones reduccionistas e individualistas del ser humano que inciden en una visión de los derechos como deseos subjetivos y como si todo se tratara de bienes de consumo y descarte, incluso la vida misma, se olvida que mucho le costó a la humanidad la conquista del reconocimiento y el respeto de derechos.
Se olvida, como bien escribió Jürgen Habermas, que: «La autonomía o voluntad libre no es una propiedad caída del cielo, que automáticamente recibe cada ser humano. Es más bien una conquista precaria de las existencias finitas, existencias que solo teniendo presente su fragilidad física y su dependencia social pueden obtener algo así como fuerzas» (Habermas, 2002, p. 51).
Pensando en la crisis social y política que viven muchos países, donde nuevas formas de autoritarismo se presentan como la solución a los problemas sociales, cobran siempre actualidad las palabras que con claridad escribió Joseph Ratzinger: «La libertad individual sin un contenido, que aparece como el más alto fin, se anula a sí misma, pues solo puede subsistir en un orden de libertades. Necesita de una medida, sin la que se convierte en violencia contra los demás. No sin razón los que persiguen un dominio totalitario provocan una libertad individual desordenada y un estado de lucha de todos contra todos, para poder presentarse después con su orden como los verdaderos salvadores de la humanidad. La libertad necesita, pues, un contenido. Lo podemos definir como el aseguramiento de los derechos humanos» (Ratzinger, 2012).
Referencias
Habermas, J. (2002). El futuro de la naturaleza humana. Barcelona: Paidós.
Puppinck, G. (2021). Mi deseo es la Ley: Los derechos del hombre sin naturaleza. Madrid: Encuentro.
Ratzinger, J. (2012). Verdad, valores, poder: piedras de toque de la sociedad pluralista. Madrid: Rialp.
NOTA PUBLICADA EL 23/11/2022.