Descontento argentino
El país se encuentra, una vez más, en un momento delicado que exigiría más acuerdos básicos que enfrentamientos radicales
La huelga convocada en Argentina el pasado martes —independientemente de su seguimiento real y de sus implicaciones políticas— es consecuencia de una preocupante situación económica que vuelve a cernir el fantasma de la pobreza sobre una sociedad que lleva décadas luchando por revertir una tendencia negativa que degrada su calidad de vida. Uno de cada cuatro argentinos vive con menos de tres euros y medio al día, y con graves carencias sanitarias y de vivienda. La inflación se come el valor adquisitivo de los salarios, los cierres de empresas son constantes, el consumo se ha derrumbado y las previsiones que manejan los propios organismos oficiales argentinos no son nada alentadoras.
Es cierto que la huelga tenía una clara implicación política. Se trataba de debilitar aún más la imagen del presidente, Mauricio Macri, a pocos meses de las elecciones de octubre. Su principal impulsor, Hugo Moyano, es uno de los valedores de la expresidenta Cristina Fernández, acosada por imputaciones de corrupción, y no oculta que plantea arrastrar a los sindicatos mayoritarios a una gran huelga general contra el mandatario antes de los comicios. Una de las características históricas del peronismo es la movilización de la calle cuando los Gobiernos de diferente signo atraviesan dificultades especialmente económicas. Lo que ocurre ahora no es, desgraciadamente, una excepción.
Macri asumió el poder en 2015 con la promesa y el cometido de recuperar una economía en estado ruinoso y con prácticamente todos los indicadores falseados por la Administración anterior. Su aplicación de medidas ortodoxas logró en un primer momento una mejoría y la vuelta de Argentina al circuito económico internacional del que estaba excluida desde que en 2001 el peronismo en el poder se negó a pagar la deuda externa. Sin embargo, la situación no ha sido revertida. El peso argentino ha ido perdiendo valor dramáticamente a pesar de las diferentes medidas adoptadas para evitarlo y la inflación se ha instalado de nuevo en el corazón del sistema. Los precios han sido intervenidos, lo cual es algo excepcional en cualquier economía de mercado.
Aunque en economía las soluciones rápidas no suelen ser efectivas —y si se aplican tienen a menudo peores efectos que los males que pretenden combatir—, es comprensible que un deterioro tan brutal de la situación aliente el descontento de los argentinos, en pleno año electoral. Argentina, con un potencial humano indiscutible y unos recursos naturales abundantes, se encuentra, una vez más, en un momento delicado que exigiría más acuerdos básicos que enfrentamientos radicales, algo muy poco frecuente en la historia del país.