Desde el infierno del Darién
El tapón de la selva entre Colombia y Panamá es el epicentro de un drama migratorio de magnitudes bíblicas. Medio millón de almas... sólo este año
El miedo es infinito pero la esperanza por lograr el sueño americano es aún mayor que el terror. No tienen absolutamente nada que perder, salvo su vida, y por aquí una vida vale muy poco. Cientos de miles de venezolanos llegan sin parar desde su país a este embudo infernal del Darién.
Junto a ellos centenares de ecuatorianos y colombianos a los que se suman chinos, subsaharianos y hasta nepalíes y afganos. Todos se amontonan, según su renta, sus ahorros y su miseria en Necoclí (Colombia) dispuestos a pagar lo que sea para cruzar el Golfo de Urabá hasta Acandí, casi la frontera con Panamá. Y a partir de ahí a pie por el infierno más atroz de cualquier ruta migratoria del mundo: la selva del Darién.
Yo he tenido la suerte de navegar ese Golfo con la Armada colombiana y resulta sobrecogedor pensar cuántos muertos yacen bajo nuestra patrullera.
Cuentan que Núñez de Balboa atravesó este Tapón hace 500 años con un puñado de españoles. Hoy lo intentan miles de caminantes a diario sin absolutamente nada. Sólo con Fe (quienes sean capaces de conservarla) y con hambre, sed, infecciones y enfermedades. Nadie, absolutamente nadie, quiere huir de allí donde nació. Hasta que puede la desesperación humana más inimaginable. Yo la he visto y olido. Sólo así se explican los cadáveres flotando en el Golfo y en las riberas de los arroyos de la selva.
Una desesperación que surge y se alimenta por el miedo, el hambre, la miseria y el desconocimiento. Pero no hay marcha atrás. No hay opción. Camina o revienta. Llega hasta la frontera de Estados Unidos o muérete antes. Muérete tú y los tuyos porque hacia atrás ya no queda nada.
La inmensa mayoría de migrantes que se lanzan a pie a esos casi 5.000 kilómetros hasta Texas son venezolanos hartos de un régimen corrupto y falso y hartos de comer basura. Produce escalofríos y náuseas cómo te cuentan que ya no queda ni siquiera basura en las aceras de Maracaibo, Valencia o Caracas. Y que les da lo mismo pensar en cruzar Panamá, Costa Rica, Honduras, Guatemala o Belice… y el infinito México.
Porque sueñan con trabajar en Estados Unidos o en Canadá. Y están seguros de conseguirlo sin saber que lo más probable es que no lo lograrán. Porque serán expulsados al momento o porque no llegarán vivos. Y me pregunto qué haría yo en su lugar. ¿Qué haría usted si no tuviera nada, pero nada de nada, para sus hijos?
PD: No somos conscientes del fenómeno migratorio que está cambiando el mundo. Inexorablemente. No queremos verlo por cobardía o por inconsciencia. Pero está ahí y aquí.
En el infierno del Darién, en Lampedusa, en el Estrecho de Gibraltar o en Canarias. Y todos vienen con sus hijos a cuestas o a rastras a esta parte del mundo. A Europa o a Estados Unidos. Nunca al revés.
¿Y sabe qué?… Yo haría lo mismo.