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Después del 21-D

El hemiciclo del Parlament tras aprobarse la declaración de independencia. QUIQUE GARCÍA EFE

Si ni la vuelta atrás ni la huida hacia adelante son factibles para el independentismo, ¿qué les queda, salvo quedarse donde están?

Todo el mundo está mirando hacia el 21 de diciembre. Con razón: el resultado de las elecciones determinará el futuro de Cataluña y, en no poca medida, también de España. La pregunta más repetida es: ¿logrará el independentismo reeditar su mayoría, o se quedarán esta vez por debajo del umbral? Pero la cuestión verdaderamente determinante no es esa, sino qué hará con ella en caso de lograrla.

Pongamos que así es: que ERC, PDeCAT y la CUP suman más de 68 escaños. Que deciden, con ellos, dar respaldo a un nuevo Govern independentista. A partir de ese momento, tienen dos caminos claros. El primero vuelve hacia atrás, a principios de 2016. ¿Pero con qué contenido? ¿Otro referéndum, que sería ¡el tercero!? El ámbito más radical del independentismo difícilmente lo aceptaría. No entra aquí solamente la CUP: también otros sectores políticos y de opinión que, estando más centrados o a la derecha del espectro ideológico, se han sumado a la unilateralidad a cualquier precio.

Pero mientras ellos están dispuestos a transitar este otro camino hasta las últimas consecuencias, el último mes y medio ha dejado claro dicho precio. Aplicación del artículo 155, acción judicial con graves consecuencias penales, soledad internacional, ausencia de apoyos por parte de la izquierda no independentista, inestabilidad económica. Demasiado elevado para muchos. En pocas palabras: la ventana de oportunidad que se abrió después del 1 de octubre se cerró rápidamente precisamente porque se insistió en la vía unilateral.

Si ni la vuelta atrás ni la huida hacia adelante son factibles para el independentismo, ¿qué les queda, salvo quedarse donde están? Pero la indecisión no contentará ni a unos ni a otros, y dependiendo de en qué se concrete tampoco hará que remita la acción estatal, sobre todo en el frente jurídico.

En definitiva, una eventual victoria el 21-D es un regalo envenenado para el bloque independentista. Si no contempla el dilema al que se enfrentará antes de que este caiga sobre sus cabezas, las tensiones del pasado se multiplicarán hasta que, quizás, el 22 de diciembre lleguen al punto de desear no haber ganado. 

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