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Dialogar, pero no con el espejo

En la obra Narciso, del italiano Caravaggio, el muchacho mira su reflejo y siempre lo deslumbra su propia belleza.

A inicios del 2018, ante el llamado efectuado por las autoridades a la crítica y el diálogo sobre asuntos cubanos,escribí acerca de la esterilidad de los supuestos debates entre interlocutores con similares argumentos. Actualmente, cuando muchos y diversos integrantes de la sociedad civil convocan al diálogo interno como alternativa a visiones unilaterales, que pretenden imponer sus puntos de vista cual «solución salvadora» a los problemas nacionales, considero que lo primero es convencernos de por qué es imperativo dialogar y, más aún, debatir.

En Cuba suelen confundirse los términos conversación, diálogo y debate, y no existe mucha práctica en su realización, casi siempre cargada del ritual y la doble moral que acompañan a la gobernanza burocrática. Sin pretender definirlos de manera acabada, podría decirse que conversación es un concepto más general, un intercambio de cualquier tipo entre dos o más personas, desde saludos y parabienes hasta un encuentro entre delegaciones de Estados en conflicto.

Un diálogo ocurre cuando varias personas exponen ideas sobre un tema, mientras un debate implica que coexistan posiciones contrapuestas sobre la cuestión, a tal punto que sea necesario demostrar, criticar, argüir, argumentar y replicar; siempre en un ambiente pacífico y respetuoso de las posiciones del otro. En los debates ha de primar la persuasión, mediante la exposición de evidencias científicas y el razonamiento lógico, al tiempo que se desestiman los argumentos basados en los principios de fe y autoridad.

Cuando se pretende abrir una mesa de diálogo entre partes en igualdad de condiciones, es muy importante tener claridad en los temas que serán sometidos a debate y en la representatividad de los interlocutores, quienes deben gozar de reconocida autoridad y responsabilidad para que los interesados deleguen en ellos. El objetivo final será llegar a acuerdos que contribuyan a dar solución a los tópicos debatidos con el logro del mayor beneplácito posible de todas las partes.

¿Está Cuba hoy urgida de un diálogo nacional? ¿Está el Estado/Partido/Gobierno interesado en dialogar con algún otro factor de la sociedad cubana? ¿Están los grupos que llaman al derrocamiento violento del gobierno y a la intervención extranjera interesados en sentarse a dialogar con representantes del Estado cubano? ¿Cuáles serían las partes que podrían representar a la sociedad civil cubana en una mesa de diálogo nacional? Lamentablemente no tengo respuestas acabadas para estas preguntas iniciales, pero sí puedo adelantar algunas ideas.

La postura inicial del sector más conservador del Estado/Partido/Gobierno y de los grupos disidentes apegados al gobierno de los EEUU, el incremento del bloqueo y/o proclives al terrorismo, será la de no dialogar con nadie. Ya ellos tienen su propuesta de solución y no la cambiarán, porque no quieren ceder ni un ápice de su actitud dominante −real o imaginada− a terceras partes. Durante años han protagonizado una yuxtaposición histórica que, amparada en los patrones de la Guerra Fría, convirtió cada diferencia en enfrentamiento, las disidencias en traiciones y los opositores en enemigos. Esa visión única los convierte en frenos para cualquier oferta de diálogo.

La experiencia de lo ocurrido el 27N muestra cuán fuertes son estas fuerzas y lo dispuestas que están a coaligarse, de hecho, para impedir cualquier intento honesto de dialogar. Si acceden a ello, solo lo harán con sus acólitos, de los que esperan aplausos y lealtad; nunca críticas ni propuestas alternativas. Cuando no pueden desoír a algún crítico desobediente, sus planteamientos son acallados o tomados en cuenta para elevarlos a los de arriba/los que saben, con la promesa de que en algún momento futuro sean respondidos como merecen.

Ese tradicional diálogo con el espejo ya se torna inadmisible en la Cuba actual. La actitud crítica de la sociedad cubana -lenta, pero indeteniblemente- parece haber despertado y echado a andar. La actitud de los jóvenes del 27N cayó como semillas de marabú en tierras baldías. A los mensajes y posturas solidarias de representantes del arte y la literatura de diferentes generaciones, se suman declaraciones públicas de instituciones culturales y de la sociedad civil, que llaman a la apertura de un diálogo nacional más plural e inclusivo, sobre la base de la libertad de expresión y el respeto a los derechos de todos.

Para pensar una agenda de diálogo que sea factible e inclusiva, creo conveniente que se elaboren propuestas y se argumenten medidas y demandas que beneficien al mayor número. Abogados, economistas, politólogos, historiadores, científicos, funcionarios, pedagogos, ingenieros, campesinos, escritores y artistas, obreros y empleados, cooperativistas, TCP, amas de casa, cubanos emigrados y residentes en otros países; deberían participar y argumentar sus propuestas por diferentes vías −en especial las redes sociales y plataformas digitales− para que la inteligencia colectiva se potencie y dé paso a lo que Rousseau llamó voluntad general, factor principal de cualquier transformación social.

Para contactar al autor: mariojuanvaldes@gmail.com

 

 

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