Diego Aristizábal: Definir la amistad
Como es de bueno cuando te encuentras con un amigo y antes de despedirse te dice que trajo un libro que te quiere prestar, porque cuando lo leyó encontró una definición que le hizo pensar en uno. Pero no agrega nada más, apenas te entrega el libro y te dice que la encuentres con calma, que luego, cuando se dé un nuevo encuentro, charlarán al respecto. Y entonces uno se queda con ese libro amarillo de Afonso Cruz que se llama “Enciclopedia de Historia Universal” y no sabe por dónde empezar.
Y como hay que empezar de alguna manera, empiezo como suelo empezar muchos de los libros cuando no sé nada de ellos. Los abro al azar, porque el azar siempre sugiere cosas maravillosas. Aquí vamos: página 25: Edificaciones en tres ejemplos: “Atravesar paredes es muy simple cuando hay una puerta”. Me quedo pensando. Luego recurro al lugar donde mi amigo dejó un separador, justo en la página 47. Me concentro en la definición del centro, la que tiene dos rastros de lápiz. Se llama “(El) lado exterior de la modestia”. Dice así: “Girijashankar de Lahore se sentía feliz en el calabozo. Así podría vivir como un anacoreta, bajo verdadera privación, pero sin que eso representara una virtud a los ojos de los demás. Girijashankar era muy humilde y evitaba, a cualquier costo, parecer virtuoso. Si fuera un eremita ejemplar, si se encerrara en una celda por su libre albedrío, sería tomado por santo. Pero al haberle sido impuesto el castigo, era tan solo un presidiario como cualquier otro. Girijashankar le dijo a uno de sus carceleros: ‘Me dan lástima todos esos hombres presos allá afuera’. Y señalaba por la ventana del calabozo a quienes pasaban por las calles. Al oír esta frase, Yamin ul-Dawlah Mahmud, quien lo había mandado a encarcelar, lo mandó a capturar y lo liberó”.
La historia me encanta, a veces suelo pensar como Girijashankar, veo tanta gente encerrada por estas calles de mi ciudad, veo tantas personas aferradas a los barrotes del tedio, a la rutina, al piso…, que una nube, un nuevo pájaro en sus narices no les dice nada. Yo mismo, muchas veces, me he sentido prisionero.
Sigo leyendo para encontrarme, me divierte este libro minúsculamente enciclopédico. Qué difícil saber lo que piensa un amigo de uno a través de un libro, pero, a la vez, qué divertido. Creo que cuando lo vea para entregárselo le pediré que leamos juntos, despacio, tomando primero café y luego cerveza y miraré su boca, la cadencia de las palabras y leeré algún gesto, remoto, y adivinaré con él la fuerza de la amistad, esa que está hecha de todas las palabras que tienen los diccionarios, las enciclopedias, pero, sobre todo, la vida y sus silencios.