Diego Aristizábal: Estupidez
Robert Musil, el hombre con atributos, el escritor que fue capaz de desenvolverse mejor desarrollando personajes femeninos, y eso queda claro en “Tres mujeres”, tres relatos profundos sobre la intimidad, durante los años veinte y treinta, se dedicó a preparar su obra enorme “El hombre sin atributos”. Para lograrlo, vivía aislado de los ambientes culturales austriacos, eran tiempos donde se dudaba de cualquier clase de conocimiento.
En 1937, Musil reaparece en público y da una charla en la Federación Austriaca del Trabajo sobre la estupidez. Esa también fue la última vez que lo hizo. En 1938, ante la ocupación nazi, Musil abandonó Viena para refugiarse en Suiza, donde murió cuatro años después prácticamente olvidado. Esa charla, recopilada en 1974 por la editorial Tusquets, me la encontré la semana pasada caminando por las librerías de Bogotá.
Lo primero que pienso es cómo habría sido escuchar a Musil en ese instante de la historia, concentrarme en su tono, en su alemán incomprensible para mí, en su postura, ¿miraría al auditorio o sencillamente leería ensimismado el texto para no perderse?, ¿tosería?, ¿tomaría agua? Me sorprendo de estas cosas que se cruzan por mi cabeza. Tengo un texto interesante en mis manos y yo me pregunto estas estupideces. ¿Qué es realmente la estupidez?
Erasmo de Rotterdam, siempre tan lúcido en todo lo que escribió, guardo en mi corazón esta frase que practico con devoción: “Si tengo dinero compro libros y si me sobra compro pan”, dijo también que “sin cierto grado de estupidez, el hombre no llegaría ni siquiera a nacer”. Hablar de la estupidez te puede hacer quedar como un tonto, ¿quién quiere darle algún mérito a ella?
Mi padre decía que lo más prudente era no mostrarse tan inteligente en público, me parecía absurda su afirmación, ¿cómo no hacerlo? Luego lo comprendí cuando en reuniones y conferencias veía a esas personas lúcidas gastarse sus citas e inventario de autores. Yo casi ni hablaba, en parte por timidez, en parte porque quedaba anonadado de escuchar semejante lucidez. Fue así como cultivé mi silencio estúpido, si se quiere, y solo atinaba a hablar si me preguntaban de forma directa, sin pretensión, no porque así sonara mejor sino porque, como he dicho, soy tímido y mi memoria nunca me ha dado para recordar citas con precisión. De esta forma me fui haciendo con mis limitaciones hasta el punto de llegar a conclusiones propias que le daban valor a lo que decía mi padre. A veces más vale el silencio, escuchar con calma lo que se ha masticado, siempre habrá tiempo y espacio para ser con ganas un estúpido. Todos lo somos, en cierta medida, basta con mediar este asunto para que no se haga insoportable. Musil, en este librito gris lo explica muy bien.