Diego Aristizábal: Librerías para el alma
Días antes de que cerrara la librería Dante, yo pasé por ahí. Vivía fuera de Medellín y cada que regresaba a mi ciudad volvía sobre las calles del centro para inventariar nostalgias. Aquella vez, Federico Cuartas, el librero que heredó el negocio de su padre, lamentaba que ya la librería no daba para más, que él estaba cansado y por eso lo mejor era cerrar, al fin y al cabo, esta ciudad olvida fácil y una librería abierta o una cerrada, da igual, la gente poco a poco está perdiendo el amor por los libros, me dijo.
Hace un par de semanas pasé por la librería América, la única de las librerías de antaño que sobrevive como una isla rodeada de basura y películas pornográficas en la calle Boyacá. De nuevo se repite la historia, como si mi peregrinar por esos lugares tuviera la función de aplicar los santos óleos. Una vitrina con libros en descuento no es una buena señal, lo mismo pasó hace años con la Continental, después de mucho intentarlo, tuvo que liquidar los libros que quedaban. Nunca antes había visto una librería tan llena. La escena parecía la de un animal muerto rodeado de buitres tratando de sacar partido de las últimas vísceras. Sentí ganas de vomitar, de llorar, muchos no eran conscientes del funeral.
La historia de Medellín está llena de esto, aquí los “lectores” lamentan que se cierren las librerías, pero nunca van cuando están abiertas, como si las librerías se alimentaran de aire, de buenas intenciones. A las librerías hay que ir para que no mueran.
Si de verdad nos interesaran las librerías, no dejaríamos de frecuentarlas, destinaríamos así fuera un mínimo de dinero para un libro, respaldaríamos al librero, pero en este mundo caótico ¿a quién se le ocurre gastarse la plata en libros? En un mundo caótico, digo yo, es cuando más deberíamos invertir en ellos. Las familias deberían instaurar el día de las librerías, así sea una vez al mes, lo ideal sería una vez por semana. Creo que así se ahorrarían la platica para curar un montón de males.
Casualmente, ese mismo día cuando despedí la América, visité otra librería de libros leídos en el centro, al frente del Éxito de San Antonio. El buen librero me decía que a pesar de que no tenía ninguna intención de cerrar, sí le aterraba que cada vez llegaban menos personas a ofrecerle buenos libros. Los grandes lectores de antes se están acabando y las casas se están quedando sin libros, la biblioteca en el hogar cada vez importa menos. Ahora venden espacios para el teatro en casa, entre más grande mejor para que quepan todos los cables, todo el ruido. Al paso que vamos, lo único que llegarán a ofrecer a las librerías de segunda será basura, libritos tristes de colegio, hojas sueltas de papel pirata.
Yo creo que en Medellín hay nuevos libreros que sueñan con sumar tantos años como estas legendarias librerías que dejan de existir; sin embargo, se nos está olvidando que tener libros en el hogar es como tener la nevera llena para engordar el alma.