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Diego Aristizábal: Sencillez

Pensar en silencio, decirles cosas a los árboles sin importar lo dramático que sea y que ellos vean si al no poder con el peso drástico de las palabras, distribuyan las angustias en cada hoja, en toda la sangre verde o invisible que recorre los troncos. Guardar secretos por siempre, luego perseguir las hormigas como cuando se era niño. Creo que las hormigas son el primer descubrimiento que camina en la infancia, de ahí vienen también las telarañas, meterles el dedo o un confite, dañar el trabajo de horas y días, y luego chupárselo para saber a qué sabe el algodón. Abro un librito precioso que me regalaron esta semana, se llama “La vida es un rasgo de tela”, escrito por Ángela Sosa, ilustrado por Sebastián Cadavid y editado bellamente por Frailejón, esa editorial que en Medellín deberíamos agradecer todos los días por su existencia, ¡amén, siempre amén!, y que sigan jugando con los hilos y el tacto y las manos, que son las que hacen posible un libro encantador.

Leo la historia de Fabio 1952-1953. Murió de Meningitis. “Hace poco descubrí las hormigas. Me gusta mirarlas y ver cómo siempre van apuradas. A veces, las persigo hasta el patio para averiguar a dónde van. Pero mi cabeza se inclinó y se empeñó en que mirara solo hacia arriba. Descubrí las telarañas y cómo las tejen. Esas arañas son como mi abuela, les gusta tejer con la luz de la mañana. Creo que no las verá más”.

Doy gracias por las palabras, hago el ejercicio inútil de enumerar todas las que sé antes de dormir para no contar ovejas, pero me pasa lo mismo al contar lunares o estrellas: me pierdo, creo en la irrelevancia de los números para conciliar el sueño. Tampoco cuento los pasos que me dan ritmo y van igual de rápido que mi corazón últimamente. Pienso también en la gente que no se merece ciertos oficios, los ególatras, los soberbios de este pequeño pueblito, y como me voy amargando, mejor los dejo solos sin mi pensamiento para que se sigan quejando ellos con ellos.

Muchas veces alguien divaga la vida, como dice Triunfo Arciniegas en su libro más reciente, “Dulce animal de compañía”, recoge naranjas a la orilla del camino y deja que la ropa acumule mugre y rotos hasta que alguien le da albergue y consuelo. La vida te presenta situaciones hipotéticas y sencillas. Pienso también en otra escena que me conmueve en la novela de Triunfo. “Renata, muy niña aún, no preguntaba nada. Jugaba con hormigas y muñecos de barro en el patio. Mataba una hormiga y les decía a las otras que regresaran por la pobrecita. Y las otras arrastraban el cadáver”. A veces, la vida transcurre muy bien en un espacio diminuto. Les echo agua a mis plantas para que algún día sean árboles de secretos y las hormigas se los coman.

 

 

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