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Diez claves para ser feliz según Schopenhauer

El filósofo alemán gustaba de escribir notas y pequeños tratados destinados a su propio bienestar. ‘El arte de ser feliz’ es el más singular de todos ellos: una recopilación inconexa de cincuenta apuntes sobre cómo procurarse una vida lo más serena y apacible posible. Escogemos diez de ellos.

 

¿Qué tiene Arthur Schopenhauer que sigue cautivando generación tras generación? Incluso en una época más liviana como la actual, el pensamiento del filósofo alemán despierta pasiones y atrae voluntades quizás, en gran medida, en una búsqueda desesperada de respuestas que no siempre pueden ser absolutas, aunque sí han de ser universales. Como bálsamo para las heridas del día a día, la filosofía rutila por delante de los lugares comunes y los consejos banales, aún incluso los disfrazados de sabiduría. Detrás de la perspectiva pesimista y muchas veces descarada de Schopenhauer, el lector de nuestro siglo puede encontrar, en cierta medida, su reflejo: en vida, el «ogro de Dánzig» buscó la felicidad desde la adolescencia.

A Schopenhauer, el mundo pronto se le quedó pequeño, y la perspectiva vital de su padre, que quiso convertirlo en el heredero de sus opulentos negocios, estomagante. Sus continuos esfuerzos para edificar su vida como él quería hacerlo, en parte guiado por la inclinación de su deseo, también a ciegas y a tientas, construyeron un carácter solitario, oscuro y opuesto al de su madre, Johanna, una escritora jovial de una brillantez alabada en los círculos intelectuales alemanes.

De sus ricas reflexiones sobre la vida destaca El arte de ser feliz, una recopilación post mortem en un único y breve libro. Su escueta extensión desvela cincuenta consejos para aspirar a alcanzar la eudemonología, que en la perspectiva del alemán no pretendía tanto alcanzar un estado de plenitud jovial, sino aplacar el sufrimiento y el ánimo desgraciado, permitiendo desarrollar sosiego y tranquilidad más o menos duradera. De entre el medio centenar de claves que ofrece Schopenhauer, diez de ellas destacan por su carácter sumamente práctico y motivador.

El sufrimiento es inevitable

«Cuando hemos reconocido de una vez por todas nuestros fallos y deficiencias lo mismo que nuestras características buenas y capacidades, y hemos puesto nuestras metas de acuerdo con ellas, conformándonos con el hecho de que ciertas cosas son inalcanzables, entonces evitamos de la manera más segura y en la medida en que nuestra individualidad lo permite el sufrimiento más amargo, que es el descontento con nosotros mismos como consecuencia inevitable del desconocimiento de la propia individualidad, de la falsa presunción y la arrogancia que resulta de ella», escribió Schopenhauer en una de sus recomendaciones para paliar el sufrimiento.

Para él, el ser humano está condenado a enfrentar el sufrimiento que la propia individualidad existencial le procura

Para el alemán, que encontró consuelo en la tradición india y, más concretamente, en el budismo, el ser humano está condenado a enfrentar el sufrimiento que la propia individualidad existencial le procura. «Así como rechazamos una medicina amarga, nos resistimos a aceptar que el sufrimiento es esencial a la vida», concluyó el denominado como «Buda de Fráncfort». Por lo tanto, aceptar que vamos a sufrir en nuestra vida es un primer paso imprescindible si queremos alcanzar algo parecido a una cierta paz de espíritu que nos aleje de la melancolía y de la desgracia.

Disfrutar de las alegrías

Una obviedad si hemos aceptado el carácter del sufrimiento. La alegría es para Schopenhauer un bien escaso y un estado de ánimo fugaz. Sin embargo, aún existe un peligro más trascendente que la arbitrariedad en la vivencia de la alegría o el sufrimiento: que, adictos a las alegrías, suframos en su búsqueda.

Para evitar sucumbir a este problema, Schopenhauer recomienda cuidarnos «de intentar hacer lo que de todos modos no logramos», ajustar nuestras pretensiones, ambiciones y objetivos, renegar del futuro y no dejarnos arrastrar por la euforia cuando atravesamos una rara cumbre de alegría, sino que debemos ser plenamente conscientes de que enseguida llegará la pesadumbre.

Cuidar las amistades

Conviene rodearse, por tanto, de un contexto en el que la serenidad prevalezca sobre los dos grandes enemigos del bienestar humano, la alegría y el sufrimiento. Los amigos (de los que escaseó en vida el filósofo alemán, por cierto) representan para el pensador un elemento clave para el buen vivir: quiebran la percepción condenatoria de la individualidad, distraen de las penas de la existencia y proporcionan apoyo y comprensión. Claro está, siempre que se trate de verdaderas amistades y no de personas apegadas por alguna conveniencia. «Entre lo que uno tiene están principalmente los amigos. Mas esta posesión tiene la particularidad de que el poseedor tiene que ser en la misma medida propiedad del otro», defendía.

Valorar lo que tenemos

Los humanos somos seres efímeros y, en consecuencia, el mundo nos trasciende. Es más probable, de hecho, que multitud de los bienes que empleamos en el día a día nos sobrevivan si son cuidados adecuadamente. Por lo tanto, si deseamos convertir nuestra vida en un agradable paseo existencial es necesario abandonar toda obsesión por acumular bienes materiales e inmateriales (por ejemplo, adquirir fama o popularidad, caer bien a todo el mundo, etcétera) y disfrutar de cuanto poseemos. Porque lo que tenemos, mientras lo alberguemos, puede ofrecernos el alegre confort que tanto escasea, en opinión de Schopenhauer.

Mimar la salud

Cualquier acto o empresa que deseemos emprender queda empañada en el momento en que flaquea nuestra salud. Lo sabemos hoy, pero aún más en cuenta se tenía esta realidad hace siglos, cuando el desarrollo de tratamientos y de la medicina nada tenían que ver con la situación actual.

Schopenhauer defendía que la alegría del ánimo estaba estrechamente vinculada con la salud del cuerpo

Para aspirar a un calmado bienestar es necesario esforzarnos por cuidar la salud. ¿Y cómo debemos hacerlo, según el filósofo alemán? Alejándonos de los vicios, calmando las pasiones, procurándonos bienestar físico, evitando el sobreesfuerzo y, como parte cuasi metafísica de este exceso de esfuerzo, intentando esquivar las penas, en especial si son banales. Es más, Schopenhauer defendía que la alegría del ánimo estaba estrechamente vinculada con la salud del cuerpo. «Al menos nueve décimos de nuestra felicidad se basan únicamente en la salud. Porque de ésta depende en primer lugar el buen humor. […] Compárese la manera en que se ven las mismas cosas en días de salud y alegría y en días de enfermedad. Lo que produce nuestra felicidad o desgracia no son las cosas tal como son realmente en la conexión exterior de la experiencia, sino lo que son para nosotros en nuestra manera de comprenderlas», escribió.

Mantener un óptimo deseo de vivir

El estado mental en que nos encontremos es clave para conservar la salud física y psicológica. El bienestar depende de que seamos capaces de ejercitar una grata inclinación hacia la vida: cultivar los buenos pensamientos, mantener esperanzas con fundamento y alejarnos de la preocupación en la medida de lo posible son algunas de las sugerencias del genio de Dánzig.

Limitar la acción, moderar las expectativas

«Limitar el propio ámbito de acción: así se da menos oportunidad al infortunio; la limitación nos hace felices»: Schopenhauer mantuvo como principio de la correcta actividad vital la limitación de los actos. Reflexionar sobre la naturaleza, motivación y objetivo de nuestras inclinaciones ayuda a moderar el deseo y a pulir las expectativas. Y, como consecuencia práctica, a esquivar el sufrimiento. Como en las notas que constituyen El arte de ser feliz hay multitud de referencias, gran parte de ellas imbuidas desde el pensamiento clásico griego, el alemán reforzó esta idea con algunas palabras de Aristóteles, que podemos encontrar en su Ética a Nicómaco, y que son las siguientes: «El prudente no aspira al placer, sino a la ausencia de dolor».

Aprender cosas nuevas

La neurociencia moderna está muy de acuerdo con las apreciaciones del famoso pesimista. Hoy en día sabemos que, incluso de adultos, seguimos renovando nuestras neuronas. Pero aún se produce un fenómeno más esperanzador, y es que las conexiones neuronales son extraordinariamente plásticas, es decir, que podemos facilitar la creación y modificación de circuitos neuronales. Estos principios, todavía sometidos a un arduo debate, sitúan al aprendizaje como el gran elixir de la juventud de nuestros cerebros.

Filósofos de todos los tiempos y culturas habían llegado a esta conclusión mediante el análisis racional y la observación. Arthur Schopenhauer fue uno de ellos. Para el erudito, el esfuerzo por aprender siempre cosas nuevas no sólo proporciona un grato placer, sino un bienestar a largo plazo, pues nos permite sentirnos bien con nosotros mismos y lograr metas alcanzables, provechosas para conservar un magnífico ánimo. «La actividad, el emprender algo o incluso sólo aprender algo es necesario para la felicidad del ser humano», apuntó al respecto.

Apartar la envidia

Esta es una de las recomendaciones estrella. En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer se mostró tajante: «No hay nada más implacable y cruel que la envidia: y, sin embargo, ¡nos esforzamos incesante y principalmente en suscitar envidia!».

El esfuerzo por aprender siempre cosas nuevas no sólo proporciona un grato placer, sino un bienestar a largo plazo

Pero ¿cómo es posible que nos sigamos procurando un mal tan aborrecible, que carcome nuestros esfuerzos y nuestra racionalidad? Podría entenderse que la envidia surgiera de la comparación de circunstancias y grados de sufrimiento, pero pronto el alemán comprendió que la inclinación humana hacia este vicio va más allá de su propio sistema. Así que introdujo a la alegría como estado perverso que también es motor de la envidia. «Quien pretende medir el curso de la vida según estos últimos, aplica un parámetro totalmente equivocado: porque las alegrías son negativas; pensar que puedan hacernos feliz no es más que una ilusión cultivada y acariciada por la envidia», escribió.

Quizás incapaz de ofrecer un remedio definitivo contra ella, Schopenhauer se limitó a mostrar cómo nos aleja de la deseada serenidad eudemonológica. «No es razonable que a menudo uno envidie a otro por algunos sucesos interesantes de su vida», argumentó en un pasaje, «en lugar de ello debería tener envidia de la sensibilidad gracias a la cual esos sucesos parecen tan interesantes en su descripción». El padre del pesimismo moderno aceptó la maldad humana como parte de su naturaleza y sino. Bajo esta mirada, si no podía eliminar la envidia del alma humana, la clave estaba en saber reconducirla y, de ser posible, atenuarla.

Vivir la felicidad… si llega

Aunque pueda resultar contradictorio después de cuanto ya ha sido nombrado, el filósofo aconsejó entregarse a la felicidad cuando esta desee visitarnos. No se trata de intentar capturarla de alguna manera, esforzándonos en actos vanos por mantenernos «felices» todo el tiempo. Tampoco en entender el estado de felicidad como una exuberancia perpetua. Para Schopenhauer, con no ser desgraciado y tener una buena y serena vida, ya se es feliz. O suficientemente feliz, al menos. Y dado que la alegría, el deseo y el sufrimiento, entre otros factores, juegan en nuestra contra según el pensamiento del autor del Parerga y Paralipómena, aprender a ser felices cuando corresponde se convierte en un deber hacia la vida misma.

Eso sí, para convertirnos en alumnos aventajados de la escuela de la felicidad de Arthur Schopenhauer necesitamos desarrollar, al menos, dos disposiciones del espíritu. Una, no perseguir nunca la felicidad, ya nos alcanzará ella cuando menos lo esperemos. Y dos, asimilar que es nuestra manera de comprender el mundo lo que condiciona, en gran medida, la recepción de los acontecimientos. Así lo dejó escrito: «Lo que produce nuestra felicidad o desgracia no son las cosas tal como son realmente en la conexión exterior de la experiencia, sino lo que son para nosotros en nuestra manera de comprenderlas». Si la Fortuna ama a los audaces, la felicidad parece acompañar a los serenos, los bondadosos y a las personas de buen carácter.

 

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