DictaduraPolítica

Dinamitar al orteguismo por dentro

Durante un año completo quedó demostrada la férrea decisión de la ciudadanía nicaragüense de empujar cívicamente una profunda transición democrática para desterrar a la dictadura sanguinaria del poder. Luchamos para que no queden raíces, y evitar que luego rebrote cualquier otra forma de autoritarismo, en los ya conocidos pactos de cúpulas que han marcado toda la historia de nuestro país.

Estamos viviendo una insurrección nacional, auto-convocada, multi-clasista y predominantemente popular, que ya demostró su capacidad de unificar a amplios sectores de la sociedad en centenares de expresiones de protesta. Una insurrección que hoy se mantiene latente, a la espera de retomar masivamente las calles de Nicaragua.

La mesa de negociación, en su segunda edición, ha demostrado que el régimen orteguista continúa aferrado a su pretensión de mantenerse indefinidamente en el poder, y que jamás se podrá confiar en su palabra. “Firmar me harás, cumplir jamás”, es su rúbrica.

El gran capital es incapaz, por sí mismo, de torcerle el brazo a la dictadura. Presionándoles y también tendiéndoles puentes, llegará el día en que grandes empresarios reconozcan que no tienen otra opción que unir su poder fáctico con el poder real de las fuerzas populares artífices de esta insurrección ciudadana. Deben hacerlo, si desean ser parte de la ineludible transición democrática que ocurrirá en Nicaragua.

Entendemos que hay matices y diferencias al interior del gremio empresarial. Por ello es importante reconocer las voces, aparentemente solitarias, de empresarios como Lolo Blandino y Gerardo Baltodano quienes públicamente se han distanciado de las posiciones cortoplacistas y crematísticas que abogan por un nuevo pacto con la dictadura.

Debemos estimular todas las voces que han tenido la capacidad de expresar una verdadera autocrítica en el interior del COSEP, y debemos animarles a que asuman un mayor compromiso en la construcción de la unidad. Porque si guardan silencio, crecerá la legítima desconfianza ciudadana que percibe que, en esa pugna interna, están predominando los intereses de los grandes banqueros que se enriquecieron del co-gobierno con Ortega. Eso, la prepotencia y el menosprecio a los mecanismos democráticos que exhiben algunos “representantes empresariales”, va minando todos los empeños de construir una fuerza común entre el empresariado democrático y la ciudadanía insurreccionada.

Debemos incluso animar a la nueva generación de jóvenes empresarios y empresarias, a que se rebelen contra los caudillismos instalados en los organismos gremiales y que, como bien dijo Gerardo Baltodano ante la Asamblea de FUNIDES, hoy siguen cometiendo los mismos errores del pasado: “se desarrollan argumentos para seguir manteniendo las mismas conductas que nos llevaron a esta catástrofe: continúan algunas mentes calificando de radicales a aquellos ciudadanos que simplemente pretenden ejercer el derecho ciudadano a manifestarse, a la movilización o a la expresión, ahora con el argumento de que entorpecen el proceso de negociación; continúan molestos contra aquellos movimientos sociales que no pueden controlar; siguen creando movimientos sociales con el objeto de controlarlos y usarlos y no de impulsarlos; siguen creyendo que la solución viene de fuerzas externas y no de nosotros mismos…”

Es evidente que la rebelión ciudadana logró desenmascarar la brutalidad de la dictadura ante la comunidad internacional. Como consecuencia del descarnado terrorismo de estado, las presiones internacionales no han podido coincidir en el tiempo con las masivas protestas ciudadanas, pero deben ineludiblemente enlazarse hoy con los procesos de construcción de unidad, reconociendo a los nuevos sujetos políticos emergentes y no solo a los poderes fácticos tradicionales. Igualmente, la presión internacional debe proveer algunos mecanismos de presión económica para empujar al Ejército a reconsiderar su posición.

Como movimientos antidictatoriales tenemos que tener la astucia de identificar todos los pilares de poder sobre los que se asienta el régimen orteguista y hacer esfuerzos deliberados por entender que no tendremos éxito si no logramos también dinamitar a la dictadura por dentro.

Las renuncias de altos personeros del orteguismo, indistintamente la excusa que pongan, golpean a la dictadura, la desmoralizan y debemos incentivarlas.

De los más de 100,000 trabajadores del Estado, debemos admitir que una buena parte de ellos son también rehenes del terror desatado por el régimen. Jamás olvidemos que siempre que un policía se  rebeló, terminó asesinado, desaparecido o preso. Debemos aprender a distinguir a quienes decidieron convertirse en sicarios del régimen como fuerzas para-policiales, de quienes aún pueden sumarse a la rebelión cívica mediante la desobediencia, la inoperancia o incluso proveyendo información vital desde adentro; muchas y muchos ya lo están haciendo.

Como fuerzas anti-dictatoriales debemos también tener la inteligencia de enviar mensajes que calen en la base popular sandinista para que se distancien, de una vez por todas, de la dirigencia orteguista que los está llevando al despeñadero. No se trata de renovar ni de rescatar al sandinismo, se trata de llamar a una rebelión al interior del propio FSLN. Siguiendo el ejemplo de decenas de mujeres y hombres, valientes líderes de tranques, barricadas y tomas de recinto, que ahora están presos o en el exilio por haberse rebelado desde adentro. No nos engañemos, es al sandinismo crítico a quienes los Ortega-Murillo castigan con más virulencia, porque tienen pánico de una rebelión interna.

Desde que inició esta insurrección, muchas hemos insistido en que debemos construir una verdadera Unidad en la Diversidad, con discursos y planteamientos que sean incluyentes, que no polaricen de forma extremista a la sociedad porque eso solo fortalece al núcleo duro de la dictadura. Los Ortega-Murillo apuestan a que no tendremos ni la capacidad ni la madurez política de dirigirnos a sus propias bases. Creen que el sectarismo se impondrá sobre nuestra racionalidad.

Esta mirada comprensiva de la diversidad que existe en nuestra sociedad, es una necesidad histórica no solo para sacar a la dictadura del poder, sino para evitar que sus grupos fanatizados puedan malograr eternamente los esfuerzos que un nuevo gobierno democrático pueda emprender.

Pensémoslo bien: ¿cuál será el futuro de Nicaragua si los Ortega-Murillo logran salir de esta crisis reteniendo un 20% de respaldo popular, como lo indican las últimas encuestas? ¿Qué pasaría con la transición democrática que queremos, si el orteguismo preserva un núcleo fanatizado y atrincherado en las armas de los paramilitares? Jamás habrá futuro para Nicaragua si esto pasa. Por ello es que hoy debemos asumir que la nueva etapa de la insurrección cívica demanda que aprendamos también a dinamitar al orteguismo por dentro.

 

 

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