«¡Disparaban con precisión: a matar!»
Tomografías de los fallecidos en el Lenin Fonseca revelan el uso de armas de alto calibre e impactos realizados por francotiradores
El proyectil impactó a Juan Bosco Rivas Martínez abajo del entrecejo, en medio de los dos ojos, donde le nacía el tabique nasal. Un disparo preciso. El joven de 23 años se agachaba a recoger una piedra cuando fue alcanzado por la bala. Cayó de espalda y su cabeza impactó sobre el pavimento. No sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente, pero cuando volvió en sí sentía que se ahogaba.
«Sentía además un gran dolor de cabeza. Como que la cabeza me iba a estallar», recuerda Rivas Martínez un mes y dos días después que fue herido, el sábado 21 de abril en las inmediaciones del barrio San Miguel de la ciudad de Masaya.
El estudiante de secundaria fue llevado por sus compañeros de trinchera al hospital público Humberto Alvarado, donde los doctores no querían atenderlo al ser ingresado. Los quejidos del joven obligaron a los médicos a actuar. Le tomaron una radiografía y determinaron «que fue herido por una pedrada». Pero un otorrinolaringólogo –el único que «se portó bien con mi hijo», denuncia la madre Ana María Martínez– se escandalizó al ver la placa radiográfica.
«El otorrino me dijo que lo que tenía era una bala», narra Rivas Martínez en su pequeña vivienda en Masaya. Un proyectil de 23 milímetros de AK, que quedó alojado a un milímetro del agujero magno, el conducto por el que pasan las terminaciones del sistema nervioso central, y que conectan el cerebro con la médula espinal. Es «un milagro» que esté vivo para los médicos que lo atendieron.
Rivas Martínez cuenta la historia en una mecedora; al lado tiene una papelera repleta de papel higiénico. De forma constante se limpia los fluidos que salen de su nariz. Aunque se recupera favorablemente, el daño es irreversible. El tabique nasal y el pómulo derecho fueron destrozados por el disparo.
«Soy una prueba viviente de la represión. Los francotiradores que estaban en el Mercado de Artesanías nos disparaban a matar», afirma el joven artesano que ya no podrá practicar más boxeo. Rivas Martínez es de los pocos que quedaron con vida tras recibir disparos certeros durante la represión de abril por parte de la Policía Nacional y las fuerzas paramilitares del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Su nombre por poco acaba en la lista de 76 muertos que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) afirma le fue entregada por el Gobierno.
El caso de Rivas Martínez ilustra a cabalidad el patrón de los disparos contra los manifestantes: heridas letales en cabezas, cuellos y tórax. Los heridos por arma de fuego más graves han sido llevados al Hospital Antonio Lenin Fonseca, en Managua. La unidad de neurocirugía ha estado repleta. Pacientes que llegan con cráneos perforados, cuarteados y, algunos, con muerte cerebral.
Confidencial tiene en su poder 19 tomografías realizadas en el Lenin Fonseca, de las cuales 15 corresponden a pacientes heridos con armas de fuego en la cabeza. Al menos ocho de ellos fallecieron, según los médicos consultados. Sus identidades han sido confirmadas por este medio de comunicación y el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).
Las tomografías revelan disparos precisos en las frentes, parietales, temporales y occipitales de las víctimas. Otros en las regiones cervicales y del tórax. Cráneos estallados, desplazamientos de la línea media cerebral, inflamaciones y hemorragias graves. Salvarse de esas lesiones es muy difícil.
Los impactos de bala presentan en su mayoría orificios de entrada y salida. Trayectorias que dejan una estela de destrucción en la masa cerebral. En las tomografías pueden verse como un surco gris abierto por el proyectil que deja, en algunos, esquirlas de plomo o de hueso desperdigadas. Balas poderosas.
Confidencial consultó a un médico especializado en balística para obtener su análisis sobre las tomografías del Lenin Fonseca. «Según lo que veo, disparaban con ‘precisión científica’: ¡directo a matar!«, sostiene el doctor, que solicita mantener su identidad en el anonimato por seguridad. Este médico vio muchas heridas parecidas cuando prestaba servicio durante la guerra en los ochenta.
«Son balas de alto poder. Son fusiles, armas de guerra. Estas no son pistolas», asegura un experto en balística.
«Jefferson Flores Medrano. 25 años. Trayectoria de la bala de arriba hacia abajo. Entró frontal y salió parietal occipital. Herida tangencial de una bala de alto poder, porque fracturó en múltiples pedazos el cráneo a lo largo de la trayectoria. Un estallamiento craneal», detalla el doctor mientras analiza las tomografías. El daño óseo puede observarse mejor cuando el médico ordena al software mostrar la tomografía en 3D: Cráneos astillados, resquebrajados, pómulos dinamitados…
El doctor no puede determinar el proyectil que asesinó a Flores Medrano porque no está. Traspasó la cabeza, pero no duda que es una bala de fusil como en la mayoría de las víctimas. En el caso de José Alfredo Leiva fue disparo de AK-47, y en el de Nesker Velázquez escopeta. En el de Kevin Dávila López se trata de un balín circular de 1.85 centímetros de diámetro.
«Es un orificio circular. Esta munición no se encuentra en ninguna armería. Es un balín especial de uso exclusivo de fuerzas policiales. La esfera metálica entró en la región fronto-temporal derecha y quedó alojado en la región fronto-parietal izquierdo», dictamina el experto. El balín puede verse alojado en el cerebro. Al ser un proyectil de menor potencia, el doctor cree que el disparo fue ejecutado a una distancia no tan alejada.
La tomografía de Darwin Medrano, realizada el 22 de abril a las 10:42 de la noche en el Lenin Fonseca, revela una trayectoria de bala de arriba hacia abajo. Entró por la nariz y terminó en la base izquierda del cráneo, muy parecido al caso de Rivas Martínez en Masaya.
Las trayectorias de balas de arriba hacia abajo hacen conjeturar a las víctimas y sus familiares de que la policía usó francotiradores. En Estelí, las madres de Orlando Pérez y Franco Valdivia sostienen que los tiradores estaban ubicados en la sede de la alcaldía municipal de esa ciudad. Ambos universitarios fueron heridos de forma mortal en el tórax y en el rostro respectivamente.
Ante la falta de autopsias a las víctimas de la represión por parte del Estado, las tomografías del Lenin Fonseca aportan información valiosa para el esclarecimiento de los crímenes.
Eliecer Aguirre Centeno fue asesinado en Sébaco el 14 de mayo, después que Monseñor Rolando Álvarez sacara la procesión del Santisimo. El disparo le fracturó totalmente el cráneo, como puede apreciarse en la tomografía.
«Quien le dispara a mi hermano estaba en una posición privilegiada. Se pudo encontrar en lo alto. La trayectoria de la bala es de izquierda hacia derecha, ingresando por el ojo izquierdo y queda alojada en la parte derecha», denunció Francis Valdivia, hermana de Franco, después que la víctima fue exhumada para realizarle la autopsia.
Los testimonios ciudadanos en Managua también coinciden con el uso de francotiradores «en el Estadio Nacional de béisbol», uno de los cuales, supuestamente, cegó la vida de Álvaro Conrado. El niño de 15 años fue herido en el cuello.
Confidencial recolectó además decenas de testimonios sobre francotiradores en la ciudad de Matagalpa el 15 de mayo, cuando la policía reprimió con violencia. Los enfrentamientos dejaron tres muertos. Ciudadanos y universitarios denunciaron la presencia de francotiradores en los cerros El Calvario, Apante y San Francisco que circundan la cuidad.
En esa jornada fue asesinado José Alfredo Urroz Jirón, un docente de 28 años. Esta muerte fue atribuida a «grupos vandálicos de la derecha» por el alcalde Sadrach Zeledón. Según el régimen Ortega-Murillo, los tranques en la carretera impidieron que la ambulancia llegara más rápido al Lenin Fonseca para evitar la muerte del profesor.
«No se salvaba nunca de ese disparo. Eso es una bala de alto poder porque no quedó en la cabeza. Balas de ese calibre solo las tiene la Policía», insiste el experto en balística.
El informe preliminar de la CIDH recoge denuncias sobre la presencia de francotiradores en el Estadio Nacional Dennis Martínez y en Matagalpa. El organismo concluyó que «estos graves hechos indican la posibilidad de que se habrían registrado ejecuciones extrajudiciales».
«La CIDH considera que la fuerza potencialmente letal no puede ser utilizada meramente para mantener o restituir el orden público. Solo la protección de la vida y la integridad física ante amenazas inminentes puede ser un objetivo legítimo para usar dicha fuerza. Nicaragua debe implementar en forma inmediata mecanismos para prohibir de manera efectiva el uso de la fuerza letal como recurso en las manifestaciones públicas», exhorta el informe preliminar.
Después que el otorrinolaringólogo vio la bala que Juan Bosco Rivas Martínez tenía en la cabeza, otros médicos le realizaron un taponamiento nasal anterior y posterior para contener el profuso sangrado. El procedimiento fue realizado sin anestesia, algo considerado como «crueldad» por un doctor consultado por Confidencial.
«Como la anatomía de su cara estaba destrozada, con mayor razón el paciente debió ser sedado. Porque sin anestesia es realizar un procedimiento a ciegas y bajo el peligro que las esquirlas del hueso le afectaran el ojo. Sin duda fue cruel», explica el médico.
Los alaridos de dolor del joven fueron escuchados por su madre Ana María Martínez en la entrada de la emergencia del hospital público de Masaya. La madre asegura que un policía vestido con chaqueta negra tomaba fotos y apuntaba en una libreta los nombres de los heridos que llegaban al centro hospitalario.
Martínez insistió al portero para que la dejaran ingresar a emergencias. Allí estaba su hijo retorciéndose en la camilla. «Su rostro estaba monstruoso, su ojo casi salido», narra madre. Al siguiente día, tras vomitar sangre toda la madrugada, los médicos del Hospital Humberto Alvarado le realizaron otro taponamiento en el quirófano. Esta vez sí fue sedado.
El joven pasó una semana en una camilla en el hospital sin mayores atenciones y con el mismo taponamiento nasal. Su condición empeoraba. Los familiares estaban desesperados. Escucharon que el Hospital Vivian Pellas estaba atendiendo de manera gratuita a los heridos de la masacre de abril. El padrastro de Rivas Martínez, Lester Ruíz, acudió al hospital capitalino, donde los médicos le respondieron de inmediato. Rivas Martínez fue trasladado sin oposición médica en Masaya. Su epicrisis decía «contusión por piedra» y no por bala, reclamaron sus familiares.
Doctores que arriendan espacios en el Vivian Pellas conformaron un grupo para atender heridos. Ellos recibieron a decenas de personas, entre ellos heridos con balas en la cabeza. Iguales a los del Lenin Fonseca. Los doctores independientes quedaron sorprendidos al ver el estado de Rivas Martínez. De inmediato le realizaron un procedimiento endoscopio para identificar las lesiones. Vieron que era imposible operar al joven. Extraer la bala de AK-47, tan cerca de la estructura vital del hueso magno, podía causarle la muerte o dejarlo cuadrapléjico. Tuvieron que dejársela.
Los doctores del Vivian Pellas le colocaron un taponamiento nasal más sofisticado a Rivas Martínez. «Volví a respirar por la nariz. Fue un alivio, como cuando respirás por primera vez cuando nacés», compara el joven.
El acompañamiento médico en el Vivian Pellas ha seguido para esta víctima que se declara «prueba viviente» de la represión. Rivas Martínez mejora en su casa de habitación en Masaya. Su estado psicológico es frágil. Aunque no sabe lo que pasó a su alrededor mientras estuvo tumbado en el pavimento, si sabe que vio a su novia embarazada durante la inconsciencia.
«Ella me agarró la mano. Me dijo: ‘no te vayas, acordate que viene este chavalo’. Eso me hizo aferrarme», dice Rivas Martínez con los ojos llorosos, añorando a su hijo que está por nacer. En su nariz queda la cicatriz del impacto de Ak-47.