Cuba atraviesa una grave crisis monetaria: la inflación descontrolada y la constante devaluación del peso cubano han pulverizado el poder adquisitivo de las familias cubanas. Décadas de manipulación monetaria y controles económicos han llevado al país a la precariedad, con escasez de bienes básicos y un mercado informal en auge. Ante esta realidad, surge un debate crucial sobre cómo estabilizar la economía isleña. Una propuesta de corte liberal gana fuerza: dolarizar la economía cubana, es decir, adoptar el dólar estadounidense como moneda oficial.
Este artículo analiza las experiencias de dolarización en Ecuador y Panamá, dos países latinoamericanos que, en contextos muy distintos, renunciaron a sus monedas nacionales en favor del dólar. Se examinará el contexto económico que llevó a esas decisiones, los efectos positivos logrados –reducción de la inflación, estabilización macroeconómica, mejora del poder adquisitivo, disminución de la pobreza– y cómo la dolarización ha protegido el valor del dinero al limitar el populismo monetario y aumentar la transparencia y la confianza ciudadana. Por último, se establecerán conexiones claras con la situación cubana actual, argumentando cómo las lecciones de Ecuador y Panamá pueden servir de modelo para Cuba.
¿Por qué se dolarizaron Panamá y Ecuador?
Ecuador: crisis económica y salto radical al dólar
A finales de la década de 1990, Ecuador sufrió una de las peores crisis económicas de su historia. La moneda nacional, el sucre, se encontraba en caída libre. Tras años de inestabilidad y déficits financiados con emisión monetaria, la inflación se había disparado hasta niveles de hiperinflación cercanos al 100% anual. Solo en 1999, el sucre se devaluó un 276%, pasando de 7.000 sucres por dólar en enero a 18.287 sucres por dólar en diciembre de 1999.
El colapso monetario se reflejaba en la vida diaria: los salarios perdían valor mes a mes (el salario mínimo pasó de equivaler 134 USD a apenas 50 USD en el transcurso de 1999) y los precios de productos básicos se contaban en miles de sucres. En marzo de 1999 el país vivió un traumático “feriado bancario”: el gobierno congeló los depósitos bancarios para evitar una corrida, dejando a miles de ahorradores sin acceso a sus fondos. La combinación de quiebra del sistema financiero, hiperinflación y caos político dejó a Ecuador sin alternativas convencionales.
En este contexto desesperado, el 9 de enero del 2000 el presidente Jamil Mahuad tomó la medida más radical: eliminar el sucre y adoptar el dólar estadounidense como moneda oficial. La decisión, tomada en medio de protestas y una profunda polarización política, le costó el cargo a Mahuad, quien fue derrocado poco después. No obstante, su sucesor Gustavo Noboa continuó con el plan, reconociendo que era la “última carta” para salvar una economía a la deriva. Ecuador estableció un tipo de cambio fijo de 25.000 sucres por 1 dólar para el canje de la antigua moneda. En apenas unos meses, los viejos billetes locales desaparecieron de circulación y el dólar pasó a ser el medio de pago de todos los bienes, salarios y contratos en el país.
Panamá: una economía dolarizada desde su nacimiento
Panamá presenta un contexto distinto: nunca experimentó un colapso hiperinflacionario, sino que nació dolarizado. Tras separarse de Colombia en 1903, Panamá adoptó el dólar estadounidense como moneda de curso legal en 1904, en parte debido a la influencia de Estados Unidos tras asumir la construcción y control del Canal de Panamá. El país sí tiene una moneda oficial local, el balboa, pero esta existe solo en forma de monedas y está 100% paritaria con el dólar; no se emiten billetes de balboa. En la práctica, el dólar ha sido la moneda panameña por más de un siglo.
La decisión de Panamá de no imprimir una moneda propia fue intencional y estratégica. Desde sus inicios, buscó atraer comercio e inversión convirtiéndose en un centro financiero offshore regional. Al no tener banco central ni emisión inorgánica, Panamá logró algo inusual en Latinoamérica: estabilidad de precios casi permanente. La inflación panameña a lo largo de las décadas ha sido muy moderada: en los últimos 60 años se movió en un rango aproximado de -1.6% a 16% anual, sin episodios de hiperinflación. Esta estabilidad monetaria creó un entorno propicio para la planificación a largo plazo y el crecimiento del sector bancario. Ya en la década de 1970, Panamá se había consolidado como un importante centro bancario internacional, asesorado incluso por economistas de renombre (Robert Mundell, “padre” del euro, aconsejó a Panamá tras la salida del dólar del patrón oro en 1971). En resumen, Panamá no adoptó el dólar por culpa de una crisis, sino por convicción de que una moneda fuerte y confiable sería pilar de su prosperidad.
Efectos de la dolarización: estabilidad, crecimiento y bienestar
Una vez implementada la dolarización, ¿cómo les fue a Ecuador y Panamá? Lejos de ser una panacea que resuelve todos los problemas económicos, la dolarización sí produjo ventajas claras en ambos casos, especialmente en comparación con otros países latinoamericanos. A continuación, analizamos los principales efectos positivos:
Estabilidad de precios y control de la inflación
La primera y más evidente consecuencia fue la drástica reducción de la inflación. Al renunciar a la moneda propia, Ecuador y Panamá importaron la disciplina monetaria de la Reserva Federal de EE.UU., evitando la devaluación constante que sufrían anteriormente. En Ecuador, el cambio fue notable: la inflación, que rondó el 90% en el año 2000, cayó al 40% en 2001 y posteriormente a niveles de un solo dígito. Desde entonces, Ecuador ha mantenido una de las tasas de inflación más bajas de América Latina, a menudo cercana a la de Estados Unidos. Esto contrasta fuertemente con Cuba, donde la inflación crónica y la continua emisión de pesos han golpeado el bolsillo de los ciudadanos cubanos, tal y como ya se ha escrito en este blog.
En Panamá, la inflación también ha sido históricamente baja y estable; nunca ha conocido desequilibrios de precios como los vividos periódicamente por sus vecinos. En las últimas décadas Panamá ha oscilado entre leves deflaciones y modestas inflaciones, alineada con las tendencias del dólar a nivel global. La dolarización, por tanto, eliminó el “fantasma” de la hiperinflación y de las devaluaciones bruscas en estos países. Los ciudadanos dejaron de temer que sus ahorros se evaporaran de la noche a la mañana y recuperaron la capacidad de planificar gastos a futuro en una moneda estable.
Estabilización macroeconómica y crecimiento económico
Una moneda estable sentó las bases para una mayor confianza en la economía y estabilidad macroeconómica. En Panamá, esto se tradujo en un notable desempeño en crecimiento y atracción de inversiones. Panamá ha sido, en años recientes, una de las economías de más rápido crecimiento en la región, con un crecimiento promedio de 4,7% anual entre 2014 y 2019 (cuatro veces el promedio latinoamericano). Incluso alcanzó la categoría de país de renta alta, algo poco común en Centroamérica. Parte de este éxito se atribuye a la dolarización, ya que eliminó el riesgo cambiario y convirtió a Panamá en un entorno seguro para la inversión extranjera y el desarrollo de servicios financieros.
Aunque algunos críticos sugieren que Panamá ha crecido solo gracias al Canal de Panamá, la realidad es que los ingresos del Canal representan un porcentaje modesto del PIB; la verdadera fortaleza panameña ha sido su rol como hub bancario y logístico internacional, viabilizado por la confianza en su moneda fuerte. De hecho, al no tener que preocuparse por crisis cambiarias, Panamá pudo concentrarse en mejorar su infraestructura y atraer empresas globales.
Ecuador, por su parte, no experimentó un “milagro” de crecimiento inmediato tras dolarizar, pero sí logró estabilizar su economía. Tras la contracción del PIB en 1999-2000 por la crisis bancaria, Ecuador volvió a crecer moderadamente en los años siguientes con inflación baja. La dolarización no garantiza automáticamente alto crecimiento –como señalan los analistas, debe complementarse con políticas pro-crecimiento que Ecuador aplicó de forma irregular–. Aun así, la estabilidad cambiaria creó condiciones más predecibles para el comercio y la inversión interna. Un dato contundente es que Ecuador ha sorteado shocks externos (como la crisis financiera global de 2008 y la pandemia de 2020) sin sufrir un caos monetario. A diferencia de países con moneda propia que devalúan ante cada shock, Ecuador con el dólar mantuvo la estabilidad de precios, ajustando por otras vías.
Además, un efecto macroeconómico destacado es la convergencia de las tasas de interés locales con las internacionales. En países dolarizados, los créditos suelen otorgarse a tasas más bajas que las que tendrían con monedas débiles llenas de prima de riesgo. De hecho, ciudadanos de Ecuador y El Salvador (otro país dolarizado) se beneficios de unos tipos de interés más reducidos y con plazos de préstamos más amplios que aquellos países que cuentan con una “soberanía monetaria” frágil.
Por ejemplo, hoy en Ecuador es posible obtener préstamos hipotecarios a 20 años plazo con tasas fijas de alrededor de un 9% anual, algo impensable en economías de alta inflación. Esto ha dinamizado sectores como el crédito hipotecario y el consumo duradero, apuntalando el bienestar de la clase media.
Poder adquisitivo, salarios reales y reducción de la pobreza
Al frenar la inflación, la dolarización protegió el valor real de los salarios y ahorros, beneficiando sobre todo a los más vulnerables. En el viejo régimen inflacionario, los trabajadores veían sus sueldos pulverizados mes a mes; en un régimen dolarizado, si bien los salarios nominales pueden ajustarse más lentamente, su poder de compra permanece mucho más estable en el tiempo. Ecuador ofrece un ejemplo elocuente: durante la debacle de 1999, el salario mínimo cayó a equivaler apenas 50 dólares, pero tras dolarizar y estabilizar precios, los ingresos reales se recuperaron gradualmente. La reducción de la inflación actuó como un alivio para los hogares pobres, que son los más golpeados por el “impuesto inflacionario”.
Los resultados a largo plazo incluyen mejoras en indicadores sociales. En Ecuador, la tasa de pobreza nacional bajó aproximadamente del 60% en 2002 a 25% en 2022. Si bien esa notable reducción no se debe únicamente a la dolarización (influyeron también el boom petrolero, remesas y políticas sociales), los analistas reconocen que la estabilidad monetaria fue condición necesaria para que el crecimiento económico se tradujera en menores niveles de pobreza. Sin la erosión constante del salario, los pobres pudieron recuperar algo de capacidad de compra, y la economía en su conjunto generó más empleo e ingresos. En Panamá, la continuidad de crecimiento en un entorno estable permitió también grandes avances sociales. Según el Banco Mundial, entre 1991 y 2023 Panamá redujo la pobreza del 48% al 13,6%, sacando a amplios segmentos de la población de la miseria. Nuevamente, el dólar no es la única causa, pero fue un pilar fundamental: al no tener crisis inflacionarias que descarrilaran la economía, Panamá pudo sostener décadas de progreso (salvo tropiezos temporales como la pandemia).
Otro punto a destacar es la popularidad y respaldo ciudadano que ganó la dolarización una vez sus beneficios se hicieron tangibles. En Ecuador, tras varios años de vigencia, la dolarización pasó de ser una medida polémica a convertirse prácticamente en un consenso nacional. En 2015, un sondeo mostraba un 85% de apoyo ciudadano a mantener el dólar, incluso por encima de la popularidad del entonces presidente Rafael Correa. Este apoyo masivo refleja que la gente común valora poder ahorrar en una moneda fuerte y vivir sin la angustia de la inflación galopante. Actualmente los ecuatorianos disfrutan de una moneda sólida y de una inflación de las más bajas de la región. En Panamá ocurre algo similar: nadie seriamente propone volver a un papel moneda propio, pues el dólar está arraigado en la confianza nacional.
Disciplina fiscal, fin del populismo monetario y mayor confianza institucional
La dolarización impone a los gobiernos una disciplina fiscal estricta de manera automática. Al no tener banco central que pueda financiar déficits imprimiendo dinero, las autoridades se ven obligadas a vivir con sus propios medios, es decir, a cubrir el gasto público solo con ingresos genuinos (impuestos, deuda externa o ayudas). Esto actúa como un dique de contención contra el populismo monetario –esa tentación de algunos políticos de “monetizar” la deuda pública, generando inflación para cubrir gastos excesivos–.
La experiencia de Ecuador y El Salvador lo confirma: sus regímenes dolarizados impidieron que gobiernos de tendencia izquierdista y despilfarradora (como el de Rafael Correa en Ecuador o los del FMLN en El Salvador) deshicieran la dolarización para reintroducir monedas débiles y financiarse con emisión. Dichos gobiernos, al verse atados por el dólar, aunque incurrieron en déficits fiscales que llevaron a crisis de deuda, los problemas no afectar al ciudadano medio ya que pudieron mantener una moneda sólida con un nivel de inflación bajo. En otras palabras, la dolarización actuó como un candado institucional: incluso cuando hubo malas decisiones fiscales, éstas no se tradujeron en volatilidad monetaria. La restricción presupuestaria que impone el dólar obligó a más transparencia: si un gobierno gasta de más, el desajuste se hace evidente en deudas o recortes, pero no puede ocultarse tras la imprenta de billetes.
Esta “camisa de fuerza” monetaria ha tenido detractores –políticos que añoran la flexibilidad de imprimir dinero para gastar sin respaldo–, pero también ha generado mayor confianza de inversores y ciudadanos en las reglas de juego. Por ejemplo, analistas señalan que la dolarización dio a Ecuador la posibilidad, inédita antes, de ofrecer crédito hipotecario a 20-25 años, algo viable solo porque existe confianza en la estabilidad monetaria de largo plazo. También en el sector bancario, contra algunos pronósticos pesimistas, la banca privada ecuatoriana se fortaleció bajo el dólar: hoy el mayor banco de Ecuador (Banco Pichincha) tiene un balance y rentabilidad superiores a los de muchos bancos de países más grandes como Argentina. Esto sugiere que un sistema financiero opera mejor con moneda dura y reglas claras, que con inflación e incertidumbre. De hecho, para muchos ecuatorianos y panameños, el tener sus depósitos en dólares les da una tranquilidad que se refleja en menores fugas de capital y mayor preferencia por los bancos locales, algo de lo que Cuba carece totalmente en este momento.
En resumen, la dolarización ha protegido el valor del dinero, limitado el populismo monetario y aumentado la confianza. Un expresivo indicador de esta confianza es que en Ecuador ningún gobierno, ni siquiera el de Correa (de corte socialista), se atrevió a revertirla. Correa criticó públicamente la dolarización, pero durante sus 10 años en el poder (2007-2017) la mantuvo intacta, consciente de que eliminarla habría sido económicamente catastrófico y políticamente suicida. Cuando un modelo sobrevive a gobiernos de distintas ideologías y sigue contando con apoyo popular abrumador, es señal de que ha brindado estabilidad y beneficios tangibles que la gente no está dispuesta a perder.
Lecciones para Cuba: ¿Por qué dolarizar la economía cubana?
Las historias de Ecuador y Panamá ofrecen valiosas lecciones para Cuba, cuya realidad económica actual guarda paralelismos importantes con la de Ecuador en 1999 (inflación fuera de control, moneda local desprestigiada) y contrasta con el éxito de Panamá (décadas de estabilidad gracias al dólar). Para los reformistas cubanos comprometidos con cambiar el rumbo económico de la isla, estas son las principales enseñanzas y ventajas que dolarizar Cuba podría aportar:
· Estabilidad de precios inmediata: adoptar el dólar cortaría de raíz la dinámica inflacionaria cubana al anclar los precios a una moneda dura. Tal como Ecuador y El Salvador eliminaron el riesgo de devaluaciones bruscas e hiperinflación, Cuba vería desaparecer la fuente de la inflación descontrolada –la emisión excesiva de pesos–. La experiencia ecuatoriana muestra que la inflación puede caer de niveles altísimos a un dígito en pocos años, protegiendo el bolsillo de los ciudadanos cubanos comunes.
· Protección del poder adquisitivo y del ahorro de los cubanos: con una moneda estable, los salarios y ahorros en Cuba dejarían de perder valor cada mes. Actualmente, la manipulación monetaria ha supuesto un golpe al poder adquisitivo de los cubanos, cuyos ingresos no alcanzan para consumir lo básico. Con el dólar, los cubanos podrían planificar a largo plazo, ahorrar en efectivo sin miedo a que se esfume su valor, y verían sus ingresos reflejar mejor su trabajo. A mediano plazo, esto podría contribuir a reducir la pobreza al igual que sucedió en Ecuador, donde la proporción de personas bajo la línea de pobreza bajó dramáticamente en el entorno de estabilidad post-dolarización.
· Disciplina fiscal y fin del populismo monetario: dolarizar forzaría al Gobierno cubano a ser más transparente y responsable con sus finanzas. Sin la “maquinita de imprimir dinero” para tapar déficits, el gasto populista desenfrenado tendría un límite infranqueable. Esto no solo impediría que se repita la historia de inflación crónica, sino que obligaría a políticas más sensatas: el Gobierno tendría que priorizar, recortar gastos improductivos o buscar financiamiento externo con rigor, en lugar de cargar el coste a la población vía inflación. En otras palabras, se acabaría el engaño de prometer prosperidad creando dinero ficticio. La “restricción presupuestaria intrínseca” que impone el dólar ha sido clave para evitar desastres mayores en países dolarizados, y Cuba podría beneficiarse de esa ancla de seriedad fiscal.
· Aumento de la confianza, inversión y transparencia: una Cuba dolarizada sería un país mucho más atractivo para la inversión extranjera y el turismo, motores esenciales para la recuperación económica. Con el dólar como moneda, desaparecería el riesgo cambiario y Cuba enviaría una potente señal de apertura y estabilidad al mundo. Panamá es un claro ejemplo de cómo la confianza en la moneda fuerte ayuda a convertirse en imán de capitales. Asimismo, para la ciudadanía cubana, usar dólares en todas las transacciones traería transparencia: los precios reflejarían realmente la oferta y demanda sin distorsiones artificiales de tipos de cambio múltiples. La confianza interna también aumentaría; de hecho, buena parte de los cubanos ya prefieren atesorar divisas antes que pesos, por lo que oficializar el dólar reconocería una realidad existente y podría estimular que esos ahorros salgan del “colchón” hacia los bancos, reactivando el crédito productivo.
· Integración con el mundo y ventajas colaterales: al dolarizar, Cuba se integraría más fluidamente al sistema financiero internacional. Las remesas de la diáspora (vitales para muchas familias cubanas) llegarían sin pasar por el doloroso cambio a pesos devaluados, incrementando su impacto. Además, se eliminaría la dualidad monetaria/tiendas en MLC, que hoy genera inequidad y distorsiones, unificando a todos los cubanos bajo una sola moneda de valor aceptado globalmente. Si bien implica renunciar a una política monetaria propia, Cuba realmente no tiene hoy una política monetaria creíble que sacrificar –ganaría más adoptando la credibilidad de la Fed que aferrándose a un Banco Central sin reservas ni confianza. El coste de perder señoreaje (los beneficios de emitir moneda) es ínfimo comparado con la “prima de seguro” que representa dolarizarse para protegerse de crisis inflacionarias mayores.
En definitiva, la dolarización se presenta como un “ancla de estabilidad” capaz de frenar en seco la espiral de empobrecimiento monetario que vive Cuba. Las experiencias de Panamá y Ecuador demuestran que adoptar el dólar puede lograr lo que décadas de control estatal no lograron: estabilizar la moneda, restaurar la confianza y proteger a la población –especialmente a los más vulnerables– de la inflación y la arbitrariedad. Por supuesto, la dolarización no es una fórmula mágica ni sustituye otras reformas necesarias (liberar las fuerzas productivas, sanear las finanzas públicas, atraer inversión privada). Pero sí crea el terreno fértil sobre el cual esas reformas pueden prosperar, eliminando de la ecuación el caos monetario.
Para Cuba, “dolarizar la isla” implicaría un cambio histórico, reconociendo el fracaso del experimento monetario socialista y abrazando una herramienta de mercado para darle valor real al dinero de los cubanos. Las lecciones de Ecuador y Panamá indican que los temores a perder soberanía monetaria se ven ampliamente compensados por las ganancias en prosperidad y libertad económica para la gente común. Limitar el poder del Estado sobre la moneda ha significado, en esos países, empoderar al ciudadano (que ya no ve sus ahorros diluirse) y blindar la economía contra los vaivenes del populismo. En última instancia, la dolarización ha llegado para quedarse donde se ha aplicado, porque ha funcionado. Si Cuba busca salir del atolladero económico, seguir el ejemplo de Ecuador y Panamá –adaptado a su realidad– podría ser la “carta ganadora” que ponga fin a la crisis y abra las puertas a un futuro de estabilidad y progreso sostenido en la isla.